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Nuevo drama en las fronteras
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Nuevo drama en las fronteras

Actualizado 11/03/2020
Juan Antonio Mateos Pérez

Este movimiento hacia el otro es absolutamente necesario para alcanzar la solidaridad y la comunión espiritual entre los diferentes seres humanos. Esto no exige la supresión de las creencias, ni la negación del propio sistema de valores. Trascender no es

Nos recordaba el filósofo Habernas, que la dignidad humana constituye la fuente moral de la que todos los derechos fundamentales obtienen su sustancia. Aunque el gran pensador europeo de los últimos años, si bien no realiza una defensa de fronteras abiertas, ha subrayado el carácter imperativo del deber de acoger a los refugiados especialmente por parte de los países más prósperos.

Los propios valores que se defienden en Europa y han construido su esencia, son pisoteados sistemáticamente en los últimos años con la llegada de personas que huyen de las guerras. ¿Dónde están los valores democráticos, de solidaridad, dignidad y libertad, de defensa de los tratados internacionales y de los derechos humanos?. No estamos solo ante una nueva crisis de refugiados, es una vergonzosa crisis de valores de nuestros políticos.

La semana pasada, el Consejo de Ministros del a Unión Europea, avaló la actuación de Grecia, reprimiendo violentamente a los refugiados que llegaban a sus fronteras, recientemente abiertas por Turquía. Durante todo el fin de semana, cientos de refugiados, han intentado cruzar la frontera europea, imponiéndose una furia griega desconocida, que contrasta con la apertura de fronteras hace cinco años para todos los que huían de la guerra de Siria y del ISIS. Se aprecia una fuerte brecha en Grecia, aumentada por el avance del populismo y la extrema derecha, mostrando que todavía no se ha recuperado de la crisis, sometida a los mayores ajustes económicos de toda su historia reciente.

La política de refugiados europea, descansaba sobre el vergonzoso pacto entre la CEE y el gobierno de Turquía. El pacto consistía en conceder a Turquía fuertes sumas de dinero y la posibilidad de que los ciudadanos turcos viajen a Europa sin visado, a cambio de frenar en las fronteras a los refugiados. Ahora Turquía, está instrumentalizando la política migratoria para conseguir sus fines políticos y económicos, que consisten en mayores sumas de dinero y una mayor implicación europea en la guerra Siria.

Pero no creemos que todo el peso de la crisis deba recaer sobre Turquía, Europa no está cumpliendo los compromisos básicos en derechos humanos en relación a los refugiados. Las organizaciones de derechos humanos, han venido denunciando en estos cinco años, que no existe ninguna base legal que permita suspender el Derecho de Asilo, de cualquier refugiado. Este derecho queda recogido en el artículo 14 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y desarrollado en la Convención de Ginebra de 1951 y su protocolo (Protocolo de Nueva York de 1967). Además, cualquier constitución de los países europeos reconocen este derecho, así como en la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea de 2007.

Con todo esto no estamos hablando solo de una cuestión humanitaria, sino de un derecho. Según el derecho de Asilo, toda persona tiene derecho a buscar protección fuera de su país cuando huye de un conflicto o una persecución que pone en peligro su vida por su raza, religión, género, orientación sexual, grupo social, nacionalidad y opinión público. Este derecho se reconoce y se refuerza en la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (2007). El derecho de asilo y protección están siendo pisoteados de nuevo, una lección amarga para la ciudadanía, que está viendo como se desmorona la identidad europea, temerosa ante los discursos intolerantes, xenófobos y racistas. La pregunta que nos hacemos muchos ciudadanos es si podemos seguir creyendo en esta Europa, que ni respeta la ley, ni tiene un plan digno para los refugiados, ni quiere tener una conciencia humanitaria.

Es necesario elaborar un estatus global de la persona refugiada que no solo dependa del reconocimiento de cada Estado, adaptando la Convención de Ginebra de 1951 a las nuevas necesidades del mundo actual. Superar hipocresías y cambalaches económicos, promoviendo el desarrollo integral de los países más pobres y empobrecidos. La mayoría de los refugiados provienen de "Estados fallidos", donde la autoridad es inoperante en grandes regiones. Tanto la pobreza, como los "Estados fallidos", son las nuevas formas que los países más ricos ejercen su colonialismo económico.

Por otro lado, no solo se producen factores de expulsión, provocados por los conflictos y las guerras, también de atracción, ya que muchas de estas personas persiguen el sueño de una vida mejor. La mayoría de los refugiados no quieren quedarse en Grecia, pretenden llegar a los países Escandinavos, Alemania, Reino Unido, como una nueva utopía de lugar imaginado, como si fuera una "tierra prometida", que no existe ni para los propios europeos. La gran frustración de muchos refugiados que cuando llegan a la esa tierra soñada, no existe, no es como la soñaron, "no mana leche y miel", ni siquiera para los propios trabajadores de aquí, que están sufriendo la crisis y los rigores del neoliberalismo. Por lo tanto, es necesario ayudar a cambiar ciertos sueños y enfocarlos a cambiar la realidad en los países de origen.

La gran paradoja en nuestro mundo globalizado, es que las mercancías circulan libremente, pero las personas no, creando muros y nuevas formas de apartheid. En esta situación, es imposible no comparar la acogida entusiasta y hospitalaria con que se recibe a los extranjeros que vienen como turistas con el rechazo inmisericorde a la oleada de extranjeros pobres. Se les cierra las puertas, se levantan alambradas y murallas, se impide el traspaso de las fronteras.

Personas que huyen de la miseria y del infierno de la guerra, multiplican sus sufrimientos al cruzar las fronteras, en una humanidad extenuada por los obstáculos, donde son "más prójimos" de la muerte que de la solidaridad. Cerramos nuestras fronteras con alambradas y cuchillas para romper los sueños de una vida mejor de los que nada tienen y, apaciguar los miedos de nuestras sociedades privilegiadas.

Es necesario que los poderes públicos de nuestra querida Europa, defiendan el cumplimiento de los derechos para todas las personas y especialmente de las que están en situación de mayor vulnerabilidad y exclusión. Promover y defender los derechos humanos supone defender a la persona en su integridad, incluyendo todos los aspectos de la misma, lengua, cultura, tradiciones, recursos e iniciativas económicas, también la dimensión religiosa.

Un Estado, si realmente desarrolla los derechos centrados en las personas, tiene la obligación de asistir a todos los que se desplazan por su territorio. Bien sea una serie de servicios mínimos de salud y humanitarios, así como ayudarles a encontrar una solución duradera a su situación, más cuando se huye de la guerra y la violencia.

Más que nunca hay que superar los miedos, es el momento para desarrollar fraternidad inconclusa en forma de solidaridad. Debemos replantearnos la solidaridad, no como simple asistencia con respecto a los más pobres, sino como replanteamiento global de todo el sistema, como búsqueda de caminos para reformarlo y corregirlo de modo coherente con los derechos fundamentales del hombre.

Se hace necesaria una nueva mirada para poder establecer una crítica a las diferentes formas de dominación y discriminación que se han podido globalizar, rompiendo muros y barreras y poder ir tejiendo vínculos de un encuentro en la diversidad que genere esperanzas y ayude a construir la paz.

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