Lo de me sorprende es una forma suave de decir lo que siento ante el tratamiento gubernamental del derecho a morir con dignidad, de la llamada muerte digna. Y aclaro, aunque esto ni quita ni pone, creo, que hace pocos días veía una vez más el documental y la película sobre Ramón en TV1, y escribo no desde estas dos aproximaciones sino desde la presentación del decreto ley sobre la eutanasia el pasado 11 de febrero y desde mis convicciones cristianas.
Me sorprende que se dedique el esfuerzo a un extremo y todo sea blanco o negro y no se vislumbren con la misma prontitud gubernamental, eficacia ministerial y nitidez legal espacios y pasos intermedios que estarían al alcance de todos con una inversión importante en paliativos, en recursos terapéuticos, en supresión de recursos desproporcionados?
¿Dónde está la cordura y quién rompió el equilibrio y la sabia y justa proporción?
Me sorprende que en un tema como éste de un fin digno para la vida, que exige diálogo y confrontación a todas las bandas como el que más, el gobierno decida que esto de la eutanasia se hace por decreto ley, aunque se presentaran hace un año más de un millón de firmas para aprobarlas. El poder, como a veces el sueño de la razón, crea monstruos.
¿Precaución, miedo, truco autoritario, arbitrariedad, deseos de paz social, evitar preocupación al ciudadano?
Me sorprende esa seguridad de que una persona en las condiciones extremas que se suponen sea capaz de decidir con libertad sobre su muerte por muchas cautelas que se incluyan. Y no olvido que para un no creyente lo de decidir sobre su vida y sobre su muerte está del todo en sus manos, salvadas las cautelas que puede fijar la autoridad competente.
¿Sobre algo de tal envergadura como vivir o morir podrá decidir una persona en situación tan dramática en un juicio tan difícil y sin vuelta?
Me sorprende la falta de comprensión y de aceptación cuando ha habido alguien, normalmente la persona más cercana y más querida, que ha ayudado activamente a morir a quien lo estaba deseando. Una cosa no quita la otra, creo.
¿No era primero la persona, la que fuera, y luego la ley, la que fuera?
Me sorprende que sea precisamente cosa progre o de avance humano una decisión como ésta cuando hay tantos pasos sociales y retos bien cargados de humanidad en nuestra sociedad que serían más prioritarios hasta por decreto ley: ley de dependencia para todos, plazas en residencias al alcance de todos, acompañamiento a personas mayores en soledad, espacios de encuentro y de relación para personas mayores, subida justa de las pensiones no contributivas y de las que no llegan al salario mínimo, reconocimiento social de los mayores en medio de la sociedad actual?
¿Ahorro de gastos, ahorro de cuidados, ahorro de problemas, ahorro de otras urgencias de mucho más gasto y más calado?
Me sorprende que un médico ?esa persona que lo ha dado casi todo por la defensa de la vida como cualquier otro profesional de la salud- tenga la frialdad laboral y el distanciamiento profesional para gestionar de esa forma, violenta siempre, el fin de esa maravilla que siempre es la vida. Siempre. Aun en las condiciones más adversas.
¿No tiene cualquier médico otras medidas y soluciones?
Me sorprende que los que mandan y legislan miren tan fijamente este problema, lateral creo yo, con perdón, y lo pongan con prisa y por delante y el primero y ni se pregunten, al parecer, por las más de 40.000 personas que cada año intentan suicidarse y por las 4.000 que lo consiguen, o por cientos de personas que en mi provincia, Salamanca, una verdadera casona de ancianos, darían una mano por una pensión de mil euros, o por los miles y miles de personas a las que no llegan los cuidados paliativos y acaban muriendo injustamente de manera inhumana, o por los miles y miles de viejos que sufren maltrato, desprecio y soledad, etc., etc., etc. Y cien etcéteras más. Me sorprende, la verdad. Y mucho.
¿Cómo puede haber tal desparpajo antisocial para dedicarse a esa anti-escala de valores humanos?
Me sorprende, filosofando sin más, que si el ciudadano tiene que afrontar el vivir se le ponga como se le ponga, no deba también afrontar el morir y vivir la muerte y su proceso se le ponga como se le ponga.
¿No hay días que a mucha gente le cuesta vivir y que está tentado de acabar tirándose por la ventana? Pues no debiera hacerlo. Pues en el morir tampoco
Y todo esto sin recurrir explícitamente a la fe, especialmente monoteísta, judía, cristiana o islámica al menos, en las que hay Alguien por encima de la vida y de la muerte, porque desde ella todo estaría mucho más claro y con menos curvas, estrategias y tácticas de no solución. Porque hacer morir ni es solución ni es vivir la propia muerte, que por cierto hoy tiene suficientes ayudas médicas para que sea absolutamente digna sin tener que llegar a un suicidio asistido ni a un recurso letal mal llamado eutanasia, extremo e inhumano.
NOTA. Todo esto lo dicen desde hace tiempo y mucho mejor que yo Javier de la Torre, profesor de Comillas, y José Carlos Bermejo, Director de Tres Cantos, en cualquiera de sus libros sobre el tema. Y muchos escritores más, católicos o no.
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