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Los hombres me explican cosas - Rebecca Solnit (traducción de Paula Martín)
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Los hombres me explican cosas - Rebecca Solnit (traducción de Paula Martín)

Actualizado 06/03/2020
Montse Vicente

Tan inmersa estaba dentro del papel de ingenua que se me había asignado que estaba más que dispuesta a aceptar la posibilidad de que se hubiese publicado, al mismo tiempo que el mío, otro libro sobre exactamente el mismo tema y que de alguna manera se me

Aportada los hombres explicanún no sé por qué Sally y yo nos molestamos en ir a aquella fiesta en una pista forestal en la cima de Aspen. Todo el mundo era mayor que nosotras y distinguidamente aburrido; suficientemente mayores como para que nosotras, ya con cuarenta y tantos, pasásemos como las jovencitas de la velada. La casa era fantástica ?si te gustan los chalés estilo estilo Ralph Lauren?: una cabaña a más de 2700 metros de altura, burdamente lujosa, llena de cornamentas de alce, un montón de kilims y una estufa de leña. Nos disponíamos a marchar cuando nuestro anfitrión nos dijo: «No, quedaos un poco más para que pueda hablar con vosotras». Era un hombre físicamente imponente, que había amasado mucho dinero.

Nos hizo esperar mientras que el resto de los invitados se sumergía en la noche veraniega, después nos sentó alrededor de una mesa de auténtica madera veteada y me dijo: ?¿Así que?? He oído que has escrito un par de libros.

?Varios, de hecho ?repliqué.

Lo dijo de la misma manera que animas al hijo de siete años de tu amiga a que te describa sus clases de flauta: ?Y ¿de qué tratan?

Para ser exactos trataban sobre diferentes cosas, los seis o siete que, hasta entonces, había publicado, pero comencé a hablar solo del más reciente en aquel día de verano de 2003, River of Shadows: Edward Muybridge and the Technological Wild West, mi libro sobre la aniquilación del tiempo y el espacio y la industrialización de la vida cotidiana.

Me cortó rápidamente en cuanto mencioné a Muybridge: ?Y, ¿has oído hablar acerca de ese libro realmente importante sobre Muybridge que ha salido este año?

Tan inmersa estaba dentro del papel de ingenua que se me había asignado que estaba más que dispuesta a aceptar la posibilidad de que se hubiese publicado, al mismo tiempo que el mío, otro libro sobre exactamente el mismo tema y que de alguna manera se me hubiese pasado. Él ya había empezado a hablarme de ese libro realmente importante, con esa mirada petulante que tan bien reconozco en los hombres cuando pontifican, con los ojos fijos en el lejano y desvaído horizonte de su propia autoridad.

Llegados a este punto, dejadme deciros que mi vida está bien salpicada de hombres maravillosos, con una larga ristra de editores que me han escuchado, animado y publicado desde que era joven; con un hermano más joven, infinitamente generoso, con espléndidos amigos de los cuales puede decirse ?como el clérigo de los Cuentos de Canterbury que aún recuerdo de las clases del señor Pelen sobre Chaucer? «disfrutaba estudiando y enseñando». Aun así, también están esos otros hombres. Así que el señor Muy Importante continuaba hablando con suficiencia acerca de este libro que yo debería conocer cuando Sally le interrumpió para decirle: «Ese es su libro». Bueno, o intentó interrumpirle.

Pero él continuó a lo suyo. Sally tuvo que decir «Ese es su libro» tres o cuatro veces hasta que él finalmente le hizo caso. Y entonces, como si estuviésemos en una novela del siglo XIX, se puso lívido. El que yo fuese de hecho la autora de un libro muy importante que resultó que ni siquiera se había leído, sino que solo había leído sobre él en el New York Times Book Review unos meses antes, desbarató las categorías bien definidas en las que su mundo estaba compartimentado y se quedó sorprendentemente enmudecido por un segundo, antes de empezar a pontificar de nuevo. Como somos mujeres, esperamos educadamente a estar fuera del alcance del oído de nadie antes de romper a reír, y no hemos dejado de hacerlo desde entonces.

Me gustan los incidentes de este tipo, cuando fuerzas que normalmente son tan escurridizas y difíciles de señalar serpentean resbalando fuera de la hierba y se vuelven tan obvias como, por ejemplo, una anaconda que se hubiese tragado una vaca o una mierda de elefante en la alfombra.

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