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La realidad de las familias: un ejercicio diario de comprensión, aprendizaje y paciencia
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Un desafío diario

La realidad de las familias: un ejercicio diario de comprensión, aprendizaje y paciencia

Actualizado 18/02/2020
Jorge Trevín

El día a día de quienes conviven con una persona que padece Síndrome de Asperger exige en ocasiones un replanteamiento vital puesto que los convencionalismos dejan de regir

Durante una época a Iker le fascinaban los zapatos. Tanto que cada vez que iba por la calle podía quedarse varios minutos fijándose en la mayoría de ellos. Sucedía también cuando iba al parque, hasta el punto de llegar a levantar las faldas de las chicas para poder verlos bien. Inevitablemente, eso genera recelos "y, a pesar de lo doloroso que eso resulta para un niño de 10 años, dejamos de ir al parque". Iker padece Síndrome de Asperger.

"La gente los mira como si fueran niños maleducados porque no saben seguir las normas, porque pueden tener rabietas inesperadas y ataques de pánico al no saber gestionar sus emociones". Lo cuentan los padres de Iker, Archi y Mónica, a los que, como buenos primerizos, les costaba entender muchas cosas cuando nació el primero de sus hijos. Creían que el desarrollo de Iker era normal y les costó aceptar la situación cuando fueron descubriendo que no era muy usual que el niño no fija la mirada o no jugará con otros niños.

"Nuestro hijo va a ser siempre el raro"

Después de un largo proceso lograron dar con el diagnóstico y empezaron a ponerle solución. Empezando por el colegio, donde al ver que Iker no podía jugar al fútbol, "porque es capaz de coger el balón con las manos y se acabó el partido", decidieron recolocarlo como árbitro. Sus compañeras lo cuidan con mimo pero, a pesar de ser un niño superfeliz porque nunca ve lo malo de la gente, nuestro hijo siempre va a ser el raro", lamentan sus padres

Saben que para Iker normalizar las cosas es algo muy complicado y reconocen que temen al futuro, a ese momento en el que Iker tenga que valerse por sí mismo. Al menos tendrá junto a él a su hermana pequeña, una niña mucho más madura de lo habitual para su edad que, de vez en cuando, se queja de que la riñen más que al mayor.

Darío, sin embargo, es hijo único. Tiene 9 años y al principio era "el vago, el que iba más lento que los demás". Habla poco "aunque socializa bastante bien y sigue haciéndolo porque le encanta hacer amigos". Su madre, Maika, dudó poco desde el principio. Pronto se dio cuenta de que algo sucedía y por eso tomó rápidamente cartas en el asunto. En el colegio, explica, desde muy pequeños prepararon al grupo para integrarlo bien. Y lo lograron a pesar de algún que otro ramalazo de incomprensión.

Como todas las personas con Asperger, necesita tener una vida muy estructurada "porque lleva fatal los cambios". Archi y Monica también lo saben. Se dieron cuenta cuando se percataron de que Iker siempre jugada de la misma forma, con los mismos coches, cada uno, siempre, en la misma posición.

Los progenitores de Darío e Iker coinciden también al apuntar que, como padres, se sienten "constantemente cuestionados" por el entorno "porque los demás te tienen o por tolerante o por intolerante y no entienden el porqué". "Debemos ser tajantes para evitar que determinadas conductas deriven en una obsesión", matizan. Iker está fascinado últimamente por la luz. Sus padres, con mucha paciencia, se pasan buena parte del día apagando los interruptores de la casa que al pequeño le encanta encender. A la vez tratan de hacerle entender que no está bien hacer eso, ni tampoco levantarse de la cama para ver la luna porque su brillo también le fascina.

La receta para tratar a estos niños se basa en "paciencia, cariño y disciplina", aseguran. Y esos ingredientes los encuentran cada día en la Asociación Asperger de Salamanca. Por eso Mónica, Archi y Mayca no dejan de sonreír mientras ven a sus hijos perfectamente atendidos y comprendidos allí.

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