Disfrutemos de nuestra vida y démosle a cada cosa su tiempo
El otro día que me acerqué al pueblo, Toño me enseñó algo, seguro que sin ser consciente siquiera de ello. Al entrar en el bar observo que Toño, el dueño, está echando una partida de cartas con sus clientes (supongo que también amigos), y siempre pendiente del local. Al oír que entra alguien, dice desde la mesa "¡un momento, que ahora voy!". Termina la jugada que estaba haciendo y se acerca a servirnos un café. Mientras tanto, los compañeros de mesa hablan despreocupadamente, esperan sin prisas, sin agobios. Mientras me pone el café intercambiamos algunas que otras palabras, las primeras sobre la salud de la familia y después sobre el trabajo, por orden de importancia. Tomándome el café reflexionaba sobre ésta situación y cómo en mi caso, veía mi viaje por la vida por el carril rápido, cargado de experiencias que van a toda velocidad, de adrenalina, muchas inquietudes, preocupaciones... y mucha falta de tiempo para poder meditar y preguntarme qué es lo realmente importante.
Cuando vivimos con esa prisa, miramos constantemente hacia adelante, a un futuro que ya está programado y decidido prácticamente al milímetro, sin opciones a nada más que seguir en una dirección. Hay que ver más en menos tiempo, tomar una foto rápida, tomar apresurado el café con un amigo... te vas dejando llevar sin ser muy consciente de que esto que asumes como normal suele pasar factura y es normalmente la salud la pagadora, porque debido a este ritmo no llega el tiempo para cuidarse, y porque este nivel de vida es rápido y crecen con la misma intensidad las preocupaciones y los males. Muchas veces el cuerpo avisa. A veces a gritos, a veces apenas susurrando y sin hacer ruido, casi por no molestar más, pero otras no da tiempo a reparar el daño y no avisa, actuando casi a traición, tomando él la iniciativa y demostrando que si no paras tú ya se encarga él.
Contando esta anécdota, me acuerdo de un cuento que hace ya unos años me contó mi amigo Arturo, llamado 'El pescador satisfecho' Cierto día, un millonario que poseía una inmensa fortuna se horrorizó al ver a un pescador tranquilamente recostado contra su barca fumando una pipa. ¿Por qué no has salido a pescar? le preguntó el millonario ¡Porque ya he pescado bastante por hoy!, respondió el pescador, ¿Y por qué no pescas más de lo que necesitas?, insistió el millonario, ¿Y qué iba a hacer con ello? preguntó a su vez el pescador ¡Ganarías más dinero! fue la respuesta, ¡De ese modo podrías poner un motor a tu barca, entonces podrías ir a aguas más profundas y pescar más peces, por lo que ganarías lo suficiente para comprarte unas redes de nylon con las que obtendrías más peces y más dinero, pronto ganarías para tener dos barcas y hasta una verdadera flota, entonces serías rico como yo!. ¿Y qué haría entonces? preguntó de nuevo el pescador, ¡Podrías sentarte y disfrutar de la vida!, respondió el millonario ¿Y qué crees que estoy haciendo en este preciso momento? respondió satisfecho el pescador. Es sabio pensar que no es más rico el que más tiene, sino quien menos necesita.
Lo cierto es que la vida está llena de retos, desafíos, historias y heridas que forman parte de nuestras experiencias, y que en parte es tan fácil o difícil como lo queramos hacer. A todos los momentos tenemos que dedicarle el tiempo necesario, porque muchos de ellos merecen la pausa de una buena partida en el bar, sin prisas ni agobios, sin inquietudes, disfrutando del momento y viviendo el presente ya que el futuro será presente otro día.
Hagamos un trato: disfrutemos de nuestra vida y démosle a cada cosa su tiempo, sin olvidar lo importante, que es todo, no solo lo más urgente.
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