Se abre el alma para recibirte. Comienza en las horas previas, se enciende una llama dentro, algo apenas perceptible, un pábilo que aumenta su intensidad, una luz, un deseo, un anhelo, el amor, que ocupa el cerebro y va poseyendo el cuerpo y haciendo que revolotee.
Recojo esas pequeñas flores del camino, nunca corté una flor que no fuera mía, por mucho que me gustara dejé que permaneciera en su rama ofreciendo su fragancia para que todos la disfruten. Pero esas florecillas silvestres, esas que callan humildes entre las piedras, que son perecedero adorno de una baldosa que alguien puede pisar sin siquiera darse cuenta de la belleza que ofrecen, esas son rescatadas por mis manos cuidadosas y ocupan un lugar en la mesa, en un pequeño recipiente muy bien buscado y elegido, con agua, adornando el centro del mantel, ya situados los platos, los cubiertos esmeradamente repasados y colocados, las copas pulidas con la dulzura de un paño hasta que no queda una huella ni una mota de polvo, las servilletas, doblada su suavidad de la forma más perfecta, las sencillas flores allí, destacando con su fuerte amarillo.
Se abren delicadamente las flores al sentir el agua. También lo hacen los poros de mi piel bajo la ducha, disfruto del sonido al caer como lluvia improvisada, del reguero que resuena revoltoso hasta desaparecer, del aroma a gel, del olor a limpio, de la humedad que penetra en mis pulmones, cierro los ojos, el agua deambula por mi cuerpo adaptándose a todos sus contornos. Seco, presionando, mi cabello. El peine se desliza con calma, y recoge las pequeñas gotas que han resbalado a lo largo del mechón y esperaban en las puntas de mi pelo.
Celebro mi piel, húmeda, limpia, fragante; la toalla huele bien, enjuga cada gota, se envuelve, acogedora, alrededor de mi cuerpo. El corazón aletea, respira hondo, alegre, enamorado. Canta.
Se acerca la hora.
Saco los entrantes para que estén a temperatura ambiente.
Dejo la botella en la mesa.
Enciendo una vela.
Subo las persianas al máximo, para que entre toda la luz. Entorno ligeramente la ventana.
Busco una música, justo esa. Pulso el volumen adecuado. La brisa baila pausadamente con los visillos.
Elijo unos pendientes? Será esta la mejor opción? El recuerdo, el día, el momento?
Selecciono las prendas, una a una, despacio?
Se desliza el vestido sobre mi piel, acariciándola.
Cierro la cremallera que tú abrirás, con suavidad, recorriendo ese espacio, entre medias, con tus besos.
El alma se abre para recibirte.
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