A veces, los escritores más ilustres reciben críticas de sus colegas, que pueden llegar a lo mordaz y la descalificación. En seguida viene a la memoria Valle Inclán, que hablaba de "los cabrones de la docta casa" para referirse a los miembros de la Real academia y que motejó a Galdós de "garbancero" y a Echegaray ?el primer Nobel español? de "viejo idiota". (Según Valle, los carteros de Madrid eran muy listos, pues hacían llegar las cartas a la calle de este aunque se pusiera el insulto en vez del apellido).
En cambio, sus seguidores divulgaban el siguiente lema desmesurado: "el que vale más no vale tanto como vale Valle." De Lorca se ha dicho que es un "andaluz profesional" y a Machado se han referido algunos como "el sevillano ese", etc. Parecería que la mitificación que la cultura oficial hace con algunas figuras pidiera cierta dosis de burla o ironía para poner las cosas en su sitio.
(Luego están las calumnias, como las que vierte Trapiello contra Alberti. Pero ese es otro tema)
De todo esto no escapó Unamuno y conviene recordarlo ahora y aquí, en una Salamanca en la que desde hace años se viene publicando, discurseando y debatiendo a su propósito ultra quam satis est. Nos lo recordó la lectura de un libro del escritor valenciá Joan Fuster de 1975. (Contra Unamuno y todos los demás). En él encontramos dicterios como el que sigue: "?Don Miguel no era existencialista; era la Niña de los Peines y Concha Piquer en una sola pieza". Con ello señalaba el prurito de notoriedad y aplauso público que compartían, así como su casticismo y su énfasis expresivo ?"vociferación periodística" en el caso de Don Miguel, a la que sacrificaba, según Fuster, la objetividad?. ("Prefiero equivocarme con ingenio a acertar con ramplonería", decía). Y desde luego es un aspecto ese, el del egocentrismo sostenido, difícilmente disculpable, toda vez que, siendo consciente del mismo, ?Don Miguel persistió siempre en él, con ocurrencias ingeniosas como decir que si hablaba mucho de sí mismo se debía a que era la persona que tenía más a mano.
Pero los dardos de Fuster van también "contra todos los demás" que vienen detrás del mascarón de proa unamuniano. Son gente de su tiempo, más o menos, como Menéndez Pidal, Américo Castro, Sánchez Albornoz, Ortega y Gasset o Madariaga. A primera vista es difícil ver notas comunes a todos ellos, máxime cuando algunos tuvieron duras polémicas ideológicas; sin embargo, Fuster sugiere por dónde van sus tiros: todos estos autores y algunos más, como Menéndez Pelayo, Víctor Pradera, Maeztu, etc. centraron buena parte de su obra en torno al concepto de España y de lo español, de lo "castizo", de sus orígenes, su evolución, manifestaciones y problemas.
Y lo hicieron desde posturas nacionalistas, con un enfoque esencialista que ?y en esto hay que darle la razón a Fuster? sólo tangencialmente tendría que ver con la historia, a la que esos autores recurren como mero repertorio de acontecimientos y personajes que se seleccionan para avalar tal o cual definición de lo que es, de lo que no es o lo que debería ser "lo español". En este punto Fuster recuerda un dicho de Américo Castro: "¿historia pues? Nada de eso: la vieja y encarnizada discusión sobre el "ser de los españoles".
Sin embargo, si, como dijo Ortega, el ser humano no tiene naturaleza, sino historia, y si ésta es esencialmente cambio, no cabe definición alguna de lo español ?o, para el caso, de lo francés o lo catalán?, como algo unitario y permanente. Pues con eso se está a un paso de la España Una, Grande, etc. y de la anti-España a la que hay que machacar (que es lo que probablemente molestaba al volteriano Fuster).
Imposible desarrollar más este asunto. Me limito a afirmar que, de todos modos, releer a esos autores nos serviría para entender algunas claves de la relación poco amistosa que hoy existe entre los nacionalismos vigentes en la Península ibérica.
Por lo demás, Fuster declara que Unamuno es un gran escritor.
(p.s.: a los pocos días de lo anterior veo que en su Diccionario para pobres, de 2007, Francisco Umbral pone "pelma" como sinónimo de Unamuno)
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