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Ricardo Galán: “En el teatro hay que entregarse de veras. No valen segundas tomas”
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MADRID ME VIVE , NOCTURNIDADES CON LUIS REMACHA Y RICARDO GALÁN

Ricardo Galán: “En el teatro hay que entregarse de veras. No valen segundas tomas”

Actualizado 08/02/2020
Valentín Martín

Se alza el telón: Tres hombres hablan sobre la historia de dos ciudades que no se parecen en nada a las de Charles Dickens ni ellos a Charles Dickens, aunque por ganas de revolución no iba a quedar. Los tres hablan no de lo que queda sino de lo que pasó.

Valentín Martín. A mí se me ha olvidado la primera vez de todas las cosas importantes de la vida. Cuando alguna vez lo he comentado, las poetas se extrañan. Ellas. Tal vez nosotros tengamos menos memoria. Pero sí recuerdo mis comienzos en el teatro. Fue en el seminario menor de Linares de Riofrío, entre helechos, robledales y niebla de la sierra de las Quilamas. Extrañamente, el director del grupo de teatro no era el profesor de literatura, sino el de solfeo. Tengo muy viva mi primera entrada en el escenario. La obra era de humor, aunque no retengo el título. Se rieron mucho al salir yo. Y tengo la terrible sospecha de que no se reían del texto de Mihura o quien fuese el autor, sino de mí. Aparte de esa obra de humor que os digo hicimos bastantes más, incluso muy audaces para aquel lugar como "Escuadra hacia la muerte", de Alfonso Sastre o "La barca sin pescador" de Alejandro Casona. En esta última pasó lo mismo que con "Mogambo", la película de John Ford, que en el doblaje al español la censura cometió la atrocidad de convertir a los amantes Clark Gable y Grace Kelly en hermanos. Así evitaban un adulterio, pero les salió un incesto de padre y muy señor mío. Pues como nosotros éramos sólo muchachos entre 11 y 18 años, el profesor de solfeo exterminó a las mujeres de Casona y aquello se llenó de "homosexuales" diciéndose cosas muy hermosas.

Luis Remacha. Os aseguro que para mí esta conversación es un lujo. Me dan ganas de ser un mero observador entre vosotros dos y creo que casi lo seré, observador activo, pero observador, no pienso perderme ni un detalle. Estoy entre dos personas que, como yo, aman el teatro y que, además, lo viven desde dentro. Siempre me habéis dado envidia todos los que tenéis el coraje de enfrentaros al maravilloso mundo del teatro. A mí siempre me ha dado realmente miedo. Valentín, con respecto a lo que dices de la memoria, creo que cuando creemos que hemos olvidado es cuando los recuerdos se han deslizado en el oscuro abismo de la memoria pero que solamente hace falta un detonante para sacarlos a flote. No olvidamos, aunque a veces se nos haga imposible llegar a esos recuerdos.

Ricardo Galán. Pues mis primeros devaneos con el teatro fueron en la primavera del 76, aún con el dictador coleando. No podía ser en otra estación del año, cuando las plazas de Granada olían a tilo y los 16 años parecían el inicio o el fin de algo incierto pero, sobre todo, las muchachas parecían flotar. Fue entonces cuando un apuesto joven, de gusto exquisito -por algo regentaba una céntrica tienda de antigüedades- nos reunió a una docena de púberes, de ambos sexos para hacer teatro. Por aquel entonces yo ya frecuentaba las salas de cine e incluso me podía colar en las incipientes salas de "Arte y Ensayo". Recuerdo ensayar una tarde y otra? Bueno más bien se trataba de improvisar escenas que el director nos proponía? Nunca hubo una propuesta concreta para abordar una representación pero, aquellas tardes, en las que chicos y chicas podíamos recrear escenas imaginadas en las que el contacto físico no estaba prohibido quedarán siempre vivas en mi débil memoria.

V.M. En los 60 había varios grupos de teatro en Salamanca, yo estaba en dos. Nos hacía la competencia el TEU de mi amigo Ignacio Bellido, que era muy potente y creo que fue Ignacio quien dio la alternativa a Charo López que luego triunfó como profesional. El Frente Juventudes tenía dinero y los rojos, talento. Así que nadie preguntaba y nos aprovechábamos unos de otros. Los pueblos de aquellos años ponían las ganas. Y allí íbamos en autocares como los de Bienvenido Míster Marshall, subidos en la baca porque cuando íbamos a salir, los asientos y el suelo ya lo ocupaban ellas, novias, novietas y amigas que querían colaborar con su presencia.

L.R. En estos momentos mi cabeza crea recuerdos, sueños, y os veo a los dos en vuestros comienzos. Los maravillosos recuerdos de los comienzos, las ganas, las risas y los nervios mezclados a partes iguales. La amistad, la competencia y el ansia de superación, Los comienzos de la vida, qué buen cóctel.

R.G. Tienes razón Luis: los comienzos. Esa es la cuestión. Abordar con inusitada ilusión, por vez primera, algo que te emociona, te embriaga, te supera? Entonces los veranos parecían no tener fin y la vida transcurría lentamente y nosotros siendo los protagonistas de ella. ¿Se puede pedir más? Aquellos ensayos terminaron un día, sin más explicaciones. Sospecho que alguien quiso ver que en la sala en la que ensayábamos -perteneciente al Sindicato Vertical del Movimiento- chicos y chicas confraternizaban "en exceso". Y con ello acabaron mis coqueteos con el teatro. Demasiado pronto. Afortunadamente me equivoqué. Como tabla de salvamento estaban los cines y aparecieron los recitales: Elisa Serna, Luis Pastor, La Bullonera? que aparecieron desde muy lejos, para despertarnos sentimientos que creíamos nuevos, y un aroma de libertad desconocido en una capital de provincias de aquella España tan en blanco y negro.

V.M. Aquellos pueblos a quinientos kilómetros de la vida. Y aquellos autocares. Y aquellas carreteras. Alguien debería escribir la historia de los peones camineros de España. Mantenían vivas las carreteras, guardaban las herramientas en casetas aisladas. Y algunos vivían con su mujer e hijos en la misma caseta. Cerca de donde yo tengo una casa a donde fui los veranos y no sé si volveré, había una curva en la carretera, enfrente de una dehesa. Todos los días amanecía con una cruz hecha de piedras pequeñas al borde de la carretera y enfrente de la dehesa. Enseguida la desbarataban. Y a la mañana siguiente volvía a aparecer. Se sospechó siempre que era un peón caminero quien la devolvía a la vida en memoria de alguna muerte. No sé. Desde que comenzó la posguerra, parte del colectivo de taxistas de Madrid fueron los ojos y oídos de la policía franquista. Estaban siempre en la calle, sabían los movimientos de la ciudad. Los peones camineros estaban en la carretera y al tanto de un país que se movía muy poco, pero se movía.

L.R. Un país que se movía, claro que se movía, se movía en las sombras, fuera de los ojos y los oídos de aquellos, que, como esos taxistas, hacían de ojos y oídos de aquellos otros que no dejaban que nada se saliera del camino marcado por ellos. Valentín, veo que te pasa como a mí con los peones camineros, aún a día de hoy en muchas carreteras, ahora secundarias, se me va la vista detrás de aquellas casas donde vivían los peones camineros, aquellas casas que aún tienen pintados los kilómetros que la separan de tal o cual ciudad, aquellos peones camineros que no dejaban morir las carreteras que nos mantenían comunicados. Esas carreteras que a pesar de su dureza ejercían de motor del futuro de un país anclado.

R.G. No deja de tener su importancia eso de que habláis: las cruces, los hitos en las carreteras como señales inequívocas de que estás en el camino, el comienzo quedó atrás y el destino último depende de ti. Machado revindica el camino como presente y yo no puedo estar más de acuerdo. Son los hitos o mejor aún, lo que ocurre entre uno y otro, lo verdaderamente importante. Lo que sucede. Tanto es así que todavía hoy en el puente Romano de Granada, justo donde confluyen el río Genil con el río Darro, puede verse bien llamativo el mojón que delataba el hito kilométrico 433 de la antigua carretera nacional 323 ¿alguien se ha preguntado donde arrancaba y donde concluía esa ruta? Ahí perdura, para que el viajero recuerde que está de paso.

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V. M. Recuerdo que en una de las funciones que llevábamos por los pueblos, puro divertimento, mucho más ligera que "Antígona" de Anouilh, yo hacía el personaje de Chapete y una chica el de Doña Adelita. Éramos dos ancianos enamorados. Y cuando nos besábamos, la gente se reía mucho. La verdad es que en el teatro la gente se besaba mucho menos que en el cine, Ricardo lo recordará. Ahora es distinto. Yo recuerdo que en su última función -"El amante ausente", un texto de Antonio Travieso- los jóvenes Manuel Toro y Marta Vilaro sí se besaban de verdad. Aunque mucho menos que la chica que hacía de Doña Adelita y yo, que casi nos olvidábamos de los demás. Nunca tuvimos problemas con novios o novias presentes. Una noche al acabar la función, la chica me dijo: Oye ¿no nos estaremos pasando? Y yo le contesté: Mujer, ya que hemos venido hasta aquí y la gente ha hecho el esfuerzo de salir de sus casas para ver la función, esforcémonos nosotros también para que sea todo más creíble. Ella dijo: pues tiene razón. Y nos besábamos a conciencia.

L.R. Valentín, tampoco tienes que darme envidia, ¿Ves cómo la memoria no se pierde? Los recuerdos brotan cuando hay un detonante, aunque imagino que aquellos primeros besos sobre el escenario son de los inolvidables. Quizá Ricardo nos cuente alguno de los suyos, Los besos, cuántos besos fingidos en la realidad del día a día y cuántos sinceros en el cine y en el teatro. Sinceros por el personaje y por el actor, por el guión y por la actriz. El beso donde empiezan y acaban tantas historias.

R.G. Pues yo procuro besarme aunque no lo exija el guión. Por lo menos antes y después de las representaciones y durante ellas si el director así lo propone. Os decía antes que creí que mi carrera actoral había durado apenas unos meses. Los estudios universitarios me llevaron a una carrera científica-académica en la que los besos están absolutamente prohibidos. En su lugar las zancadillas y las puñaladas por la espalda son moneda corriente. Por eso, cuando pude, retomé mi anclada, pero no olvidada pasión por el teatro, donde las miradas entre compañeros son francas, los abrazos necesarios, reconstituyentes y los besos, la mejor medicina para saber que estás en el camino, que estás vivo.

V.M. Esto me lleva a alguna reflexión sobre el beso en el cine y en el teatro. Yo creo que el espectador percibe el beso como mucho más excitante y lujurioso que el sexo, quizás por lo cercano, no lo sé. Por ejemplo Robert Benton, en "La mancha humana" reprime bastante la novela de Philip Roth y elimina los besos en la boca entre la joven Nicole Kidman y el viejo Anthony Hopkins. No la escenas de cama y sexo entre los dos, pero sí los besos. Es listo, Benton. Sabe que dos bocas, una joven y otra vieja, no excitan sino todo lo contrario. Sobre todo porque suele hacerse en un primer plano.

L.R. Valentín, es posible que, como tú dices, el beso entre una boca joven y otra vieja produzca rechazo, pero yo no tengo tan claro si es por un problema de excitación o de envidia. Y no solo hablo de cine o de teatro.

R.G. Como bien sabéis, en el teatro todo se puede recrear. El trampantojo es un recurso tácitamente aceptado. Esa es la magia del teatro bien hecho, el llevar al espectador a un estado de "inconsciencia" para hacer verosímil algo que no está ocurriendo. En el cine es otra cosa, sus protagonistas tienen que mostrar que algo ha ocurrido verdaderamente porque el espectador no entra en aquel juego de conciencia-inconsciencia. Los besos en el teatro se pueden "falsear" de infinitas formas pero cuando dos actores que llevan meses y meses ensayando y se han metido de lleno en sus respectivos papeles, llegan a tal estado de conexión que un beso, por apasionado que sea, es lo más natural porque son los personajes a quienes representan los que se entregan a ello. Y en el teatro hay que entregarse de veras. No valen segundas tomas.

V.M. Hace poco un actor joven español muy de moda decía que al rodar una escena "donde hay que comerse la boca" (esa fue su expresión) hay gente que se nota que quiere ir más allá. Y eso le molesta. También dice que en las escenas de sexo en el cine hay mucho abuso. La mayoría de los actores jóvenes rechazan la cosita invisible que protege los genitales, argumentando que les pica. Lo del abuso, ni es nuevo ni exclusivo de ellos. Pedro Masó nos contó una noche en casa de Ana Diosdado lo que le había pasado con una jovencísima actriz aquel día. Rodando una escena de sexo, ella dejó de simular y lo hizo de verdad, ante el estupor del muchacho que estaba con ella en la cama, y de él y el cámara que rodaban.

L.R. No llego a entender bien todo eso, imagino que es porque nunca he sido actor. Pasan los años y la educación con respecto al sexo no cambia, o no se educa, o no sabemos educar, o no queremos que nos eduquen. Todo sería más fácil si al sexo no le diéramos una importancia desmedida, Si en el cine, si en el teatro, hay un director que sabe exactamente lo que quiere, ¿Cómo es posible que un actor o una actriz haga algo diferente? No imagino a un director dejando que los actores hagan algo distinto de lo que él quiere en cualquier otra escena. Pero bueno, imagino, que desde la butaca del cine o del teatro yo veo una realidad diferente.

R.G. Tanto es así que frecuentemente se leen noticias recurrentes de que tal o cual pareja de actores realizaron sexo explícito en tal o cual película. Como si a mí me importara algo. Allá ellos con sus fantasías. Como espectador no necesito esa información. Es más, si la precisara? no estaría acudiendo a un hecho artístico; "performance" llaman a eso los americanos.

V. M. No se puede explicar la historia de Estado Unidos sin el teatro de Arthur Miller y Tennessee Williams. Tampoco la de nuestro país sin García Lorca y Buero Vallejo. Con Buero, Cela fue un cabronazo. Cuando estaban en la tertulia y veía que llegaba Buero por la acera, les decía a sus contertulios: ahí viene Buero que en paz descanse. Porque Buero era tristón sí, pero con motivos. Mientras Cela fue censor durante la dictadura y se ofreció como delator, Buero estuvo en la cárcel con Miguel Hernández, después de que le fusilasen a su padre. Además, luego se le mató un hijo. A través del teatro de Buero conocemos la sociedad que sobrevivió a aquella victoria. Respecto a Ricardo Galán, aunque sea amigo nuestro, tengo que decirte una cosa, Luis: yo que he visto todo el teatro de Lorca puedo decir que Ricardo ha hecho a Lorca como actor mejor que ninguno. Por ejemplo, el mismo personaje que Juan Diego, Ricardo le da un plus lorquiano distinto.

L.R. Cela con sus luces y sus sombras y sus sombras y sus sombras. Buero escribió en "La ardiente oscuridad": "Te quiero con tu tristeza y tu angustia; para sufrir contigo y no para llevarte a ningún falso reino de la alegría."

R.G. Me vas a permitir Valentín que añada a Valle Inclán a tu lista de imprescindibles. Esta terna de dramaturgos es el legado más importante de nuestra cultura al teatro universal en el siglo pasado.

V. M. Cuando yo llegué a Madrid en el 68 Madrid era puro teatro. Había empresarios, había productores, había compañías. Un falangista mediocre pero con buen olfato para el teatro, Alfonso Paso, estaba continuamente presente en las carteleras con obras que no pasarán a la historia pero que daban mucho dinero. Incluso se editaba teatro, Alfil editaba y vendía a precios populares todas las obras que se estrenaban. Así se podía hacer incluso teatro leído.

L. R. Mucho y mucho malo, mucho y poco bueno, y no solo en los teatros. Me viene ahora el recuerdo de aquellos programas de televisión, Primera Fila y Estudio 1, tantas veces en riguroso directo, que realmente fueron el germen "del gusanillo" que comenzó a tener la sociedad española de ver teatro. Creo que solamente por eso ya merece la pena de decir que todas aquellas obras fueron buenas. El teatro al alcance de cualquiera.

R.G. Y qué decir de la colección Austral de la editorial Espasa-Calpe, que a partir de los años 40 se popularizó en las estanterías de muchos hogares españoles y que a muchos de nosotros nos permitió relacionar, desde entonces, el color violeta de sus portadas con el color de la poesía y el teatro.

V.M. Aquella sociedad de cómicos estaba casi colmada por sagas familiares. Y tenía una moral -junto a los periodistas nocturnos- mucho más amplia que el nacionalcatolicismo se empeñaba en imponer a todos los demás. Y era mucho más divertida. Pilar Bardem siempre dijo que a la única mujer que envidió en su vida fue a Joanne Woodward porque todas las noches se acostaba con Paul Newman (era su esposa y Newman un caso raro de fidelidad a prueba de bombas). Pero ella se las arreglaba para tener dos novios a la vez y que jamás se enfrentasen. Los Calvos, les llamaba Pilar. Porque eran Jesús Puente y Juanjo Menéndez. Menos aguante tenía María Luisa Ponte. La Ponte era conocida por sus arranques de ira. Uno de ellos tuvo cuando en una fiesta de hotel, miró y vio que faltaba su compañero sentimental, Agustín González (un anarquista fiel a sus ideas hasta la muerte). La Ponte miró y vio que faltaba también María Asquerino. Ató cabos, bajó al garaje del hotel y allí pilló a los dos en el coche de Agustín. Se tiraron de los pelos, claro. Y es que aquella sociedad titiritera y libre no faltaba la pasión.

L.R. Sagas en el teatro, en el periodismo, en la medicina y hasta en el campo. "Mamamos" el trabajo de la familia, que nos ilumina un camino que se sigue muchas veces sin saber, sin medir ni las fuerzas, ni las ganas. Por eso valoro tanto las nuevas generaciones de cantautores que dejan atrás vidas cómodas para dedicarse a lo que quieren, a lo que les gusta, por propia iniciativa y en contra de la opinión de su círculo más cercano. Por pasión.

R.G. Y fijaos que aquellas sagas de cómicos no eran profesionales en el sentido de que no habían recibido formación específica, aunque hicieron de ello su profesión. Unas veces por el instinto natural y otras por haberlo mamado de pequeños, se hicieron grandes y con ellos nuestro Teatro. En estos tiempos, muchos de ellos ni siquiera podrían ser contratados por no acreditar formación específica, ser por tanto considerados como aficionados y no tener un "video-book". Hoy día para ser artista o pretender serlo tienes que tener video-book. ¡Qué tiempos! y ¡qué pereza!

V. M. No puedo por menos de tener nostalgia del teatro. El que protagonicé, el que vi, el que me ayudó a vivir. Creo que pocas cosas hay como la secuencia del teatro a lo largo del tiempo para explicar un país.

L.R. El teatro siempre me engancha, el directo siempre me atrae, y cuánto más cerca pueda estar del escenario, mejor. El teatro me saca de mi rutina y, aún cuando ya haya visto la obra, siempre me propone un nuevo viaje, siempre me enseña, siempre me hace recordar. Valentín, Ricardo, charlar de teatro con vosotros es hablar de historia y vida. Gracias.

R.G. ¡Ay! De nuevo el viaje. Eso es lo importante, el tránsito, con hitos o sin ellos a la vereda del camino, pero con versos que nos alumbren y besos que nos alimenten. Con compañeros como vosotros todo es más fácil. Sigamos pues.

CAE EL TELÓN mientras se marchan, la mentira de Moliere que no murió de amarillo y en un escenario, y la verdad de Ana Diosdado, aquella niña de Enrique que Amelia de la Torre crió como hija suya, y sí murió trabajando, paloma del agua y del aire que tan felices nos hizo desde el teatro.

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