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Gabriel Calvo, folklorquiando en el Liceo
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"POR LAS CALLES DEL PUEBLO ME ENCONTRARÉIS"

Gabriel Calvo, folklorquiando en el Liceo

Actualizado 21/01/2020
Valentín Martín

Romances tradicionales en la vida y obra de Federico García Lorca

Cuando hablo con Wences, 93 años y un solo pulmón, se me encienden las piedras de El Caserito que nunca vi, pero que conozco como los pastores o los cabreros a cada hijo o hija de sus rebaños. Aquellos pastores que hoy parece que se van, se están marchando, como si fuesen islas o inventos de otro tiempo que una mañana cualquiera decidieron no formar ya parte de un paisaje. (No puede ser, tengo que buscar otra parábola, a ser posible de sol, porque los paisajes no traicionan jamás).

A Wences le hablo de Adrián, el padre de Gabriel Calvo, que nació y vivió cuando niños los dos, tan niños que eran como un cuchicheo andarín, por los albores de la Sierra de Francia también. Wences no se acuerda. Tampoco se acordaba de él Adrián. Ahora sí. La memoria es así de libre y tiene la acústica a su manera: de repente se te olvida alguien que estuvo en tu vida, formó parte de tus caminos y de tus sueños. Y de repente también resulta que Adrián sí sabe quién es Wences. Lo que pasa no es que los años nos gasten y nos cambien los nombres, son los nombres los que sirvieron para unos infantiles andurriales y luego ya se van al olvido. O casi. Y ya eres un hombre de 93 años y un solo pulmón con tu nombre de ciudad.

Wences tiene un hijo al otro lado del mar, él no ha estado nunca en USA. Pero de vez en cuando, con 93 años y un solo pulmón, se va unos días desde Madrid a La Alberca, donde Gabriel Calvo estudió. (Y allí, este hijo de Monforte de la Sierra parará probablemente el tiempo algunos días junto a su padre Adrián. En La Alberca se puede dormir sin prisa, decía mi amigo el poeta José María Requejo).

Hay un regocijo como un candelero de secretos en la bellísima muchacha sanitaria que nos cuida, nos mima, nos enciende, nos asiente, nos recría, nos verdea a Wences y a mí tanto o más que a su marido, que no es el de los cuatro muleros sino un hombre como una colina. Trata de ayudar a Wences a recordar. A que se aparte de la rutina del coral de su niñez, cuando aquel Wences tan chiquito ayudó a construir junto a su padre el peligro de la carretera que serpentea la montaña hasta desembocar en el monasterio de la Virgen de la Peña. Cuando subía con su tía en una mula la leche para los frailes todos los días. Cuando algunos frailes que venían de viaje nocturno hasta el monasterio se quedaban a dormir en su casa de El Caserito hasta que a la mañana siguiente, al clarear el monte, los iba subiendo de uno en uno en la mula. Una mula de la familia, sí, pero que un día se amusgó y tiró a su tía al suelo de la carretera. El susto fue de aúpa, porque la tía no rodó montaña abajo de milagro.

La bellísima muchacha está absorta en la historia de estos dos hombres, pero se vuelve como un archipiélago seductor cuando le hablo de Gabriel Calvo, el hijo de Adrián. Le digo que Gabriel Calvo siempre anda por las pisadas que dejaron los pies de la luna. Que conoce los pasajes secretos que la trasladarán desde su prudencia hasta la lava de muchos mágicos pasados, tantos que no caben ya en las suposiciones. Que nunca un mensajero llevó la felicidad tan cerca, hasta tocarla como el pelo de una niña, o la piel de un anciano sentado al calor de las mañanas.

Le hablo de Gabriel Calvo que el día 1 de Febrero estará en el teatro Liceo de Salamanca con una puesta en escena junto a Jesss Martin's del libro disco que ha creado con aportaciones de Luis Díaz Viana, Raúl Vacas, y Florencio Maíllo.

Qué buena noticia: febrero empieza sonámbulo y bisiesto folklorquiando con Gabriel Calvo romances en la pasión tradicional de este serrano salmantino, con quien tanto quiero. Y qué malos son los destiempos. Porque yo pasé mi niñez cerquita de la Sierra de Francia, en los primeros pasos de la Sierra de las Quilamas, pero mucho antes de que Gabriel fuese uno de los grandes sueños de Adrián.

Así pasó muchas veces con los amores. Yo podrían haber amado a Ana Frank mientras todos los de mi quinta se morían a solas cada noche por Marylin Monroe. Y yo podría haber sido hermano de Gabriel Calvo, el hermano grande orgulloso del hermano chico que salió trovador y juglar en vez de ingeniero de caminos, canales y puertos, que es lo que las señoras de buena familia querían para sus hijas en edad de merecer.

Yo creo que a la hora del destino, el Dios tan dudoso nos echó una mano. Porque un puente lo hace cualquiera. Pero fabricar mundos perdidos en el pasado y que parezcan estrenados para nosotros, a nuestra medida compañera y de hoy, sólo está al alcance del genio creador de Gabriel.

Gabriel Calvo, folklorquiando en el Liceo   | Imagen 1

Tengo que confesaros que después del parlao con Wences y la bellísima muchacha me he ido a tierras de Salamanca. Y aquí estoy, no sólo para murmurarme en el Liceo el 1 de febrero (al último que vi allí antes de marcharme lejos fue a Fernando Fernán Gómez), sino para irme de novias con don Boyso. Ningún problema: a él sólo le gustan cristianas, a mí me gustan todas aunque no tenga ninguna.

Voy a contar una imprudencia: hace unos meses me invitaron a comer con Felipe VI. Creo que iba a estar su mujer, por lo que luego supe. Confieso que me extrañé mucho, porque este viejo republicano vive retirado en Siena desde hace casi 10 años. Con el padre sí, a mediodía día, charla. Quería saber. Y la cosa venía ya desde antes del juramento ante Rodríguez de Valcárcel. Pero con este de ahora, ni mú. Dije que sí, por curiosidad. Pero en cuanto recibí unas instrucciones (que si traje oscuro, que si mi mujer, vestido corto) dije que no. Porque yo cuando me retiré, regalé todos mis trajes. Y porque el vestido de mi mujer iba a costar una pasta en un chino. Ahora que tengo ante mí a Folkloriando, me entiendo. Yo me manejo muy mal entre el conde de Alba, el duque de Alba y la novia que se muere porque tenía, como dice Gabriel Calvo, "el corazón lo de abajo para arriba". Cada uno en su casa y Dios en la de todos. Y qué gloria oír a Gabriel entre condes y novias.

Ay, las madres, cuánto daño han hecho a veces con su buena voluntad a la hora de casar a las hijas con ingenieros en vez de poetas. Así pasa lo que pasa: que el marido anda cansado no de buscar la vida sino de estar con la querida antes que con la santa esposa. El romance que canta Gabriel tiene un fragor de siglos y nuestro genial salmantino, aprovechando a Rodríguez Marín -el que más sabía de Cervantes y de dónde viene la palabra gilipollas- nos lo recuerda.

Donde Gabriel Calvo recupera al Lorca más salmantino es en su pueblo, Monforte de la Sierra. Esto demuestra la imparable presencia de la oralidad poética, en forma de romance. Y la descomunal labor de Gabriel Calvo, que no sé si es reconocida en toda su dimensión, no por la Salamanca de los carboneritos que van y vienen, sino por quienes tienen la obligación de apoyarla, hacerla crecer, reconocerla antes de que llegue la noche sin caminos como pasó con otros. En Monforte de la Sierra oyó Gabriel el incesto que recoge el Romancero Gitano, pero en versión salmantina. Le faltó tiempo para hacerlo parte de nuestra memoria, claro. Olé por él, una vez más.

El asunto de las seducciones es muy personal. Gabriel Calvo lo ha recogido en el romance donde el pastor se resiste a la dama. Y aquí se ve cómo una cosa es la literatura y otra la vida, donde abundan los matrimonios de conveniencia. O a lo peor el chapado a la antigua soy yo, y la dama sólo quería retozar, pero este romance a mí me parece muy musical y muy claro porque la dama insiste en el casorio. Esto nos lleva a pensar en el sereno de La Verbena de la Paloma, la zarzuela más salmantina, que ve venir el futuro cuando dice que los tiempos avanzan una barbaridad. Ahora ya no se casa nadie, o casi nadie. Pero el ritmo de este romance bien vale un matrimonio.

Pepa Flores, la Marisol de Franco, hizo quizás la peor Mariana Pineda de la historia. Aunque me corten las criadillas sus hagiógrafos tengo que decir lo que siento. Pero aquí, en manos de García Lorca y Gabriel Calvo vuelve a subir a los cielos, como subió en el carro de fuego de la gran Margarita Xirgu, la mejor amiga de Federico. Voy a contener la pólvora que cada uno llevamos en la sangre, voy a aguantarme las ganas de rebelión que me urgen, voy a apaciguar mis impulsos de pelea, porque este romance me devuelve a mis años obreros junto a mi amada a Joan Báez.

Un compañero seminarista tenía una lavandera tan hermosa que cada vez que la veíamos dejábamos de jugar al balón y el balón rodaba y se perdía solo entre los robledales. La muchacha era de Monleón. Y lo que son las cosas: cuando el señor de Salvatierra, don Diego Alvar de León, se murió luchando contra los moros, dejó en herencia mi pueblo con el castillo de la Mora Encantada a su novia, hija del señor de Monleón. Así que yo no tuve una lavandera hermosa de Monleón, sino una Señora que mandaba mucho. Pero lo mejor de Monleón han sido siempre sus mozos, ese romance donde García Lorca puso el corazón y donde lo pone también Gabriel Calvo. Vuelve ahora Monleón, ya ha vuelto muchas veces desde que en 1931 le pusiese voz La Argentinita, esa mujer a quien acompañó alguna vez García Lorca al piano. Un piano que está en el salón de la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde Federico y sus amigos vivieron, y donde yo he pasado tantas anochecidas soñando y soñándome.

He vuelto a ser niño junto a las niñas de mi pueblo. He vuelto al territorio feliz de la infancia de la mano de Gabriel Calvo y su rememoración de la viudita del Conde Laurel. En un mundo infantil todo parece posible y en el romance lo es. Hermosísimo canto a la libertad.

Los condes son muy suyos. Y para conde, el de Cabra. En "La niña de luto", Manuel Summers recoge la herencia de las famosas Conversaciones de Salamanca que puso en marcha nuestro Basilio Martín Patino y hace una película a contracorriente criticando la obligación del luto que tantas vidas arruinó. Como la de este conde que guardó tres años a su difunta. Y cuando se quiso casar, los suyos no le dejaron hacerlo por amor. "Contigo, amor mío, contigo, mi bien", dicen Gabriel y Lorca en el romance. Y como no pudo ser, al convento a esperar año tras año a la dama del alba.

Qué contenta se pondrá nuestra poeta Montserrat Villar González cuando oiga cantar en gallego Estando cosendo. Creo que para estar a la altura, Gabriel Calvo tomó clases, por aquello del acento.

Paula Ortiz destrozó las Bodas de sangre de García Lorca en un disparate que tuvo mucho éxito de taquilla. Gabriel Calvo remide a Federico acudiendo a su romance de Gerineldo, que sí fue utilizado en el montaje de la obra. No se puede destruir los sueños de un niño y tampoco perderle el respeto al mayor genio del teatro y la poesía del siglo XX. Hay que regocijarse con que la pureza del romance demuestre que la iniciativa siempre la toman ellas. Y que hay padres muy comprensivos con las hijas que quieren a un muchacho en la cama como marido.

El espléndido laboreo de Gabriel Calvo con la voz cancionera de Federico se cierra como una religión en el bellísimo romance final donde el conde Arnaldos oye la respuesta del marinero que desde la mar tantos oímos: "yo no digo mi canción sino con quien conmigo va".

Esta declaración de amor por la música popular, por las tierras y las gentes, por los largos nocturnos de antaños que parecían oxidados si Gabriel Calvo no los hubiese amanecido otra vez, por los ecos y los rastros, por los terribles silencios que vuelven a cantar al destapar los olvidos, por todos nosotros que quizás fuimos entonces y no lo supimos, abandono Siena de mi corazón y vuelvo a Salamanca. Y porque Gabriel Calvo es dios cada vez que toca el fondo de nuestra alma.

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