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Arqueología industrial en Salamanca
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Arqueología industrial en Salamanca

Actualizado 21/01/2020
Antonio Matilla

Arqueología industrial en Salamanca | Imagen 1

Hace un par de días, aprovechando un pequeño claro en el cielo y manque algunas gotas sirimíricas de lluvia, fui a dar mi acostumbrada vuelta por los puentes, saliendo de la ciudad por el puente de la Vaguada y volviendo por "el Nuevo", que en realidad debe ser el más viejo después del Romano-Medieval. Superado el puente romano me arriesgué a mojarme los pies saltando de piedra en piedra hasta llegar a la medio-isla que emerge por debajo de la pesquera y pegada a ella.

La pesquera, mucho más tendida y mucho menos empinada de lo que recordaba, me llevó hasta la Aceña del Arrabal. Vista de cerca permite imaginar una época en que Salamanca no estaba muy lejos de la tecnología punta. Hay allí una gran rueda metálica que en su día movió el molino y que estaba magníficamente diseñada, con palas ovoides, que debían aprovechar hasta el último newton de energía. No digo "vatio" porque eso suena a electricidad y me da que esta no fluyó mucho por allí.

Esa ruina metalúrgica me ayudó a recordar las muchas columnas de hierro colado que hay en muchos edificios de Salamanca, por ejemplo en la Farmacia Escudero, o la puerta del Baptisterio y el púlpito de San Sebastián, adorables ejemplos de ensayos metalúrgicos que pretendían imitar la fina gubia de un buen ebanista, o los enormes hornos de Mirat, donde se quemaba la pirita de hierro y cobre de Riotinto para producir ácidos sulfúrico, clohídrico y nítrico y extraer metales preciosos, hierro, cobre, plata y oro, pero también almidón a partir de la fécula de patata tratada, creo recordar, con ácido clorhídrico diluido, que era ya, prácticamente, un desecho de la producción fabril, pero que se aprovechaba hasta lo último. También me hace recordar el desaparecido Depósito de las Aguas de la Prosperidad, que se parecía a los depósitos de agua de las estaciones de Ferrocarril del Oeste americano, pero en grande. El Depósito de la Prospe era, en realidad, -recuerdo con qué pasión la defendió el gran fotógrafo Victorino García Calderón-, una obra muy atrevida de Ingeniería, que se esforzaba, todavía con un poco de torpeza, en encontrar caminos nuevos para un material nuevo, el hormigón, imitando las formas y el comportamiento de otro material noble y mucho más antiguo, la madera.

Deberíamos haber cuidado más estas reliquias industriales y debemos cuidar las que todavía existen porque es muy importante que los niños y los jóvenes salmantinos se atrevan a soñar, como lo hicieron nuestros antecesores, con una Salamanca también industrial, absolutamente respetuosa con el medio ambiente, pero industrial. La necesitamos para comer, porque de lo contrario, tendremos que seguir comiendo a miles de kilómetros de la Aceña del Tormes. La emigración puede ser una cosa buena, pero no cuando es "obligatoria".

"Y la próxima semana hablaremos del Gobierno"? "o no"

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