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Disruptivo
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Disruptivo

Actualizado 25/12/2019
Manuel Alcántara

Estoy casi seguro de que el adjetivo disruptivo es la palabra del año. Bastaría hacer una rápida búsqueda en nuestro gran hermano para comprobar el número de citas recogidas, pero me da pereza y me rijo por la pura intuición. Quien quiera puede hacer el cálculo acerca de las veces que lo había registrado antes en comparación con la utilización casi frenética en los últimos tiempos. Por supuesto que no se trata de un término nuevo. Su uso, referido a "un proceso o un modo de hacer las cosas que supone una 'rotura o interrupción brusca' y que se impone y desbanca a los que venían empleándose" (RAE), ha venido a acompañar a abundantes substantivos engalanándolos con un hálito de cierto misterio pues lo que se califica pareciera como si quedara pendiente de un hilo. Al hecho de que algo se está acabando de forma irremediable se une el panorama de un escenario inmediato donde se subrayan supuestos aparentemente indudables que tienen un fuerte carácter promisorio.

Vinculado sobre todo al ámbito de la conducta, lo disruptivo como categoría de análisis ha sido patrimonio fundamentalmente de quienes se dedican a la educación o a la psicología. Ser una persona disruptiva o tener una conducta disruptiva tiene una centralidad notable en ambas disciplinas donde en la mayoría de los casos conlleva un lastre negativo. Constituye un estado que raya con lo antisocial por tratarse de expresiones individuales o colectivas de desorganización extrema. Sin embargo, esta faceta perniciosa ha ido poco a poco cambiando su sentido para alumbrar uno en el que se pondera su componente innovador. Así, fiel a una filosofía de la vida que enfatiza que toda crisis esconde una oportunidad, apareció con fuerza insólita hace un cuarto de siglo el concepto de tecnología disruptiva en torno al mundo de los negocios. Poco a poco se generó una línea de estudio e investigación sofisticada.

Por ello no debería haberme sorprendido de que anteayer me llegara una invitación para un seminario sobre liderazgo disruptivo. La oferta era coherente con la faceta más puntera de la gestión empresarial que, además, actúa en un entorno capitalista de máxima exigencia. Tenía por finalidad orientar a los líderes para que al amparo de las profundas (y disruptivas) transformaciones tecnológicas supieran gestionar sus compañías con el fin de asegurar su supervivencia, saber cómo adaptarse a los cambios y tener más éxito. Aplicado al mundo de los negocios pensé que no tardaría en dar el salto al de la política. Pero enseguida me di cuenta de mi error pues si hay un terreno en el que lo disruptivo ha estado siempre presente es el político ya que su naturaleza invita a la construcción permanente de un determinado orden. El hecho de que el poder y sus vericuetos sean su razón de ser hace obligatorio considerar la innovación en contextos de dura competencia. Incluso bajo una mirada conservadora, tan opuesta a los saltos bruscos, siempre hay un acicate frente a lo impredecible, el deseo inequívoco de asumir riesgos.

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