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Un mundo de sueños
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Un mundo de sueños

Actualizado 20/12/2019
Mercedes Sánchez

Se viste de luces. Cada año, se desparraman bombillas de uno u otro tipo, de distintos colores, o solo blanco, elegante, sobrio, como estrellas en el cielo.

Estrellas hay también en los ojos de los niños, que viven la magia de los adornos, de las lámparas resplandecientes, de las velas, de los sueños de dentro que iluminan sus sonrisas. Acercan su nariz a los cristales, que se llenan de vaho borrado al instante con sus manos forradas en manoplas, mirando atónitos el reno, los regalos envueltos que decoran, todo lo rojo, y en cuanto levantan la vista, el Papá Noel que escala por aquel balcón, aquella ventana y esa otra, la calle llena de brillos, el mundo lleno de una luz que no se ahorra, que se derrocha en hacer feliz la vida desde fuera.

Mis pasos se alegran al ritmo de la música que suena en las calles, siempre ella nos esparce sus aromas, y me invita a buscar dónde, en qué escaparate se esconde ese mundo en miniatura que tanto cautivaba a la niña que fui. Recorría sin escatimar una y otra cristalera de uno y otro escaparate, con los ojos ávidos de belleza (siempre la belleza, que huele tan bien en los rincones del alma), a menudo de la mano de mis padres, de mis hermanos? Y cada vez más suelta a medida que me hacía mayor, a meter mi nariz casi dentro del cristal para entrar, siempre lo he querido, en ese horno de pan, en ese huerto, en aquella casa que tiene una luz roja? y quedarme embelesada viendo moverse las aspas, y el agua desde una noria a la que aquella barrera transparente no me dejaba acceder, cruzar por ese puente que llevaba a la otra orilla del río por el que corría agua de verdad, ver desde arriba los patos tan blancos sobre el fondo tan azul o tan plateado. Entrar en la casa del herrero que a golpe de forja domaba las herraduras para los caballos, ayudar a tender la ropa a la lavandera o ponerla sobre la hierba al sol, aunque tu cabeza sabía que era de noche? Y ver palmeras delante de un castillo, que era de los malos. Soñar con ese camino de arena y harina que seguía a una estrella, imaginar qué traían aquellos magos, si en sus cofres cabrían tantas ilusiones como poblaban esa mente de niña. Seguir con la mirada las estrellas en aquel firmamento tan azul de papel continuo.

Soñar a ser más pequeña o más mayor de lo que eras, a vestir ese calzado que hacía con su cuero el zapatero y caminar por el mundo de tu imaginación, esos zapatos que te permitían ser tan minúscula que ibas a poder entrar en un molino con ese saquito de trigo y ver qué había dentro. Ser muy mayor y convertirte en quien conduce el carro, en paje que guía, en aquel que siembra, ser muy mayor y poder ver ese mundo gigante.

No sé por qué me gusta tanto todo lo pequeño. Por qué me hace soñar tanto aquello que cabe en el tamaño de un dedal, en el capuchón de un boli carcomido, el mundo enorme que sale de una sola palabra, a todos los lugares que nos lleva, a cuántos países de visita, a cuánto de todo nos acerca esa válvula que impulsa infatigable el latido de nuestro corazón.

El mundo se empeña en lo enorme. En los datos gigantes donde estamos todos. En las grandes cifras, en los grandes números? El mundo destierra lo pequeño, porque no se ve, porque no sale en las cámaras potentes de nuestros artefactos, porque todo lo demás quiere arrollar.

Cuanto "más grande" me hago, cuanto más soy quien cuida el ganado, quien amasa el pan, quien conduce el carro, quien muele en el molino, más busco ese mundo pequeño al que pegar mi nariz, al que quitar el vaho con la lana de mi manopla, donde sentir el aroma, la emoción de imaginar y disfrutar de la magia de ese universo pequeño, de ese mundo de sueños.

¡FELIZ NAVIDAD!

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