El Palacio de La Salina acoge una muestra de obras de la pintora cántabra que tuvo gran relación con Salamanca
La Salina acoge una exposición de pintura poética y sugerente para acabar el año con la pintora cántabra radicada en Salamanca, Josefina Pérez de la Torre.
Cuando entrevistamos al doctor Pablo Unamuno en la Casa Museo del Rector, quiso posar sentado bajo uno de los retratos de su abuelo. "Es una pintura de mi madre", afirmó sonriendo con esa bonhomía, esa alegría generosa que le hace querido y cercano. Un retrato luminoso, iluminado de color que no esconde la seriedad y la tristeza de los últimos años de Miguel de Unamuno ?esos que tan bien ha retratado Amenábar- realizado con el amor y la admiración de una nuera que afirmaba apreciar la filosofía y amar la poesía de su suegro.
Un retrato unamuniano que ahora cuelga de las paredes de la que es la más bella de las salas de exposiciones de una Salamanca que se ha quedado sin ellas. En la Salina, poema de pared de piedra, los lienzos de Josefina Pérez de la Torre son el regalo admirado de un hijo, Pablo Unamuno, a una madre inusual que envolvió su infancia y la de sus cuatro hermanos en olor a pinceles y óleos. Nacida en Cantabria, alumna precoz de clases de pintura, esposa y madre joven en Salamanca, Josefina de la Torre, cierra magistralmente el año en La Salina, porque como bien dice el Presidente de la Diputación, Javier Iglesias, tiene este colofón siempre un aire especial que con la artista se tiñe de memoria y cierta melancolía. La de un tiempo en el que las mujeres encontraban a duras penas un espacio en el que plasmar su visión del mundo en el lienzo de una época que las reducía a la intimidad cerrada del hogar.
Un hogar marcado por la alegría de la madre quien siempre supo hilvanar sus tiempos. Nunca dejó la pintura, pero es cierto que la emancipación de los hijos trajo consigo una época fecunda, pródiga en exposiciones, viajes, premios? a la edad en la que los artistas se consagran, Josefina Pérez de la Torre trabaja, expone y viaja a la luz de Cádiz, al húmedo verdor de Escocia que le recuerda su Cantabria natal en la que homenajean su pintura. Son tiempos de cosecha en los que la espátula es más libre, la pincelada más fluida, el atrevimiento más grande. Y todo sin abandonar ese aire sutil, ese deje melancólico en el uso de los colores suaves, cálidos, los paisajes apenas esbozados de reminiscencias impresionistas, los retratos de aquellos que le son próximos, las maternidades que se repiten con la candidez, el pecho henchido de amor de un instante pleno de ternura. La madre que amamanta en los cuadros de Josefina de la Torre tiene una dignidad conmovedora, una fuerza bellísima, una intimidad ante la que el espectador enmudece.
Pintura "femenina" en el sentido en el que retrata el paisaje cercano, el paisanaje del afecto. Retratos, impresiones, flores silvestres, ramillete de color, objetos cotidianos? maternidades en las que los niños refulgen, piel dorada, y las madres tienen los contornos derretidos de amor. Manierismo en los posados convencionales, marinas apasionadas, umbrías alamedas por las que corren los niños que siempre rodearon, hijos y nietos, a la pintora devenida poeta No quiero que de mí termine todo,/ en esa noche eterna en que yo duerma,/ solo pido que alguno de los que me suceda/comente alguna vez/"Decía mi abuela".
Alumna de dibujo en la Escuela de Artes y Oficios y de pintura en la de Nobles y Bellas Artes de San Eloy, Josefina Pérez de la Torre fue, junto a María Teresa Berrocal o María Cecilia Martín, por citar solo dos artistas salmantinas, paciente pintora de interiores que tuvo en las Salas Miranda y Artis, en los concursos de la época y en las muestras del Casino, el eco que la mujer artista necesitaba. No se trataba de señoras bien dedicadas a un pasatiempo inofensivo. La suya era una tarea constante, sabiamente engarzada con su vida familiar, con su entrega a los hijos y a la casa que era, a la vez su más cercano modelo. La madre pintora deja indelebles recuerdos en la memoria de los hijos y se dispone, una vez cumplida la crianza, a viajar y a buscar la entrega total a una pintura que sigue fiel a sus principios: un cierto academicismo que se desborda gracias a la emoción con el que aborda sus modelos más queridos, sus temas que se reiteran. Es libre de modas y necesidades ajenas a su propia voluntad la pintura de Josefina, como libre es su amor por la escritura que la llevará a publicar un libro de poemas titulado acertadamente Pinceladas y una deliciosa evocación de la niñez en Siete días en la vida de un escolar. De ahí que el comisario de la muestra, su hijo Pablo, haya elegido mostrar los cuadros junto con poemas de la artista que ofrecen una perspectiva completa de la sensibilidad, la finura, la honda emoción estética y artística de Josefina Pérez de la Torre. Pincelada de ternura y verso preciso unidos en la pared de la memoria, donde su obra, dispersa en las colecciones privadas de aquellos que la trataron, ha conseguido remansarse para solaz de quienes nos detenemos en la luminosa sala de la Salina.
Es la memoria cálida de un tiempo vivido desde la belleza, el arte, la comunicación con el mundo y su amor por él. Pinceles y pluma para entregarse al goce de una pasión constante, tenaz, que solo se apagó cuando los hermosos ojos de la pintora perdieron el don de la vista. Cuando muere Josefina Pérez de la Torre en el 2005, en Salamanca, su recuerdo late en los más de cuatrocientos lienzos que cuenta su acerbo pictórico y sus dos libros que nunca han sido tan sentidos como junto a su pintura. Vida entregada que tuvo la fortuna de permanecer no solo en la memoria de quienes la quisieron, sino de quienes saben disfrutar de su cálida, personal visión del mundo. Un ejercicio poético sobre el lienzo. A veces el pintor tras acabar un cuadro/ve que escribió un poema sin jamás pensarlo.