Me refiero a dos cuadros que hay en Salamanca especialmente referidos a la Inmaculada Concepción. Como no podía ser menos, el primero es el lienzo de Ribera que preside el retablo de la Iglesia de La Purísima y el segundo, de más importancia histórica que artística, preside el retablo de la Capilla de las Escuelas de la Universidad.
El cuadro de Ribera tiene su firma y fecha correspondiente, Jusepe Ribera, español valenciano f. 1635, con esa curiosa precisión a la que, a pesar de estar hecho en Nápoles, el pintor de Xàtiva no incorpora ese detalle y destaca sus dos patronímicos, español y valenciano. Fue transportado en un largo y accidentado viaje desde Nápoles a Cartagena y luego a Salamanca junto con los demás materiales para la iglesia en construcción (lienzos, mármoles, bronces, estatuas y adornos) en cien carros de bueyes, traídos de la propiedad que los Condes tenían en Monterrei en la provincia de Orense a novecientos kilómetros de Cartagena. Los avatares del viaje de casi dos mil kilómetros que hicieron carros y bueyes en ida y vuelta, con muertes, averías y penalidades, los recogen las notas de los capataces que se conservan en el convento. Fue una verdadera odisea.
Muy distinto viaje del que casi cuatro siglos más tarde hizo el cuadro, también de ida y vuelta, al Museo del Prado donde permaneció para ser restaurado en los talleres del Museo y luego expuesto durante tres meses en la sala ovalada frente a Las Meninas; tenía especial grandeza y solemnidad el lienzo de Ribera en el marco de aquella geografía. El viaje lo hizo perfectamente embalado y en un enorme transporte capitoné dotado al efecto y con escolta y seguro contra cualquier contratiempo. Recuerdo la emoción "parroquial" el día que llegó el camión a la puerta de la iglesia y con gran expectación los operarios descargaron el cuadro, lo desembalaron en el crucero y con cuidado y precisión lo colocaron en su sitio. Me emociona sólo recordarlo. El Museo del Prado restauró otros cuatro lienzos y en Simancas fue restaurado el resto, menos el Nacimiento de Ribera que no lo fue a causa de la complejidad técnica que presentaba, según nos dijeron. Y así sigue, sin la restauración deseada.
El cuadro de la Inmaculada de Ribera "llena" la Iglesia y le da al retablo una belleza sin igual, rodeado por cinco lienzos de primera línea de calidad y enmarcado por las bellísimas combinaciones de mármoles de colores incrustados y sabiamente mezclados, con un sagrario de especial proporción y belleza a base de bronces y lapislázuli. Casi no se puede dar más en esos trescientos metros cuadrados de pared presididos por una bellísima imagen del crucificado en blanco mármol de Carrara y sobre cruz verde de Siena. Sorprende que muchos salmantinos viajan fuera para ver exposiciones o visitan museos de lejos y de cerca y a lo peor no han visitado detenidamente este museo gratuito y vivo, en uso diario que mantienen y ofrecen el convento y la parroquia a la vista gratuita de todos y de una calidad inigualable. Nunca hubo una imagen de la Virgen María ensalzada alrededor por tanta belleza.
El cuadro, como con solemne literatura dice una de las inscripciones de los laterales del presbiterio, está hecho y colocado "para que todo el mundo sepa y confiese que la Virgen María fue Inmaculada y sin pecado desde el momento mismo de su Concepción"; era conocida la postura del Conde de Monterrey a favor de la Inmaculada Concepción, en una época, larga y de siglos, en la que esa idea era fuertemente discutida en toda la Iglesia, con Jesuitas y Dominicos en contra y con los Agustinos y Carmelitas a favor. Finalmente en 1854 fue declarada como verdad de fe por la Iglesia.
Símbolo y casi denuncia de estos enfrentamientos es el segundo cuadro que presento, el de la capilla de la Universidad. El Rey Felipe III, como todos los Borbones, era partidario de la Concepción inmaculada y "obligó" a los profesores de la Universidad a jurar esa verdad católica defendida por los "inmaculistas"; pero se negaron bastantes profesores que seguían la opinión de dominicos y jesuitas. El rey amenazó con suspender de cátedra y sueldo y casi todos acabaron aceptando la situación.
Se quiso celebrar el acto del juramento en la capilla de la Universidad por parecer el más adecuado, pero el rector que era dominico se negó tanto a la celebración como a presidirla y tuvo que celebrarse en la Iglesia de las Úrsulas donde lo presidió un catedrático franciscano. Era el 28 de octubre de 1618. Es la ceremonia que recoge, no sin cierta ironía al menos geográfica, el hermoso cuadro que preside la capilla de la Universidad, obra de Francesco Cassianiga. La ceremonia no fue allí, pero el cuadro del retablo la recuerda.
Y basten estas líneas sobre las peripecias de estos dos lienzos; sería oportuno otro artículo para recoger sus contenidos concretos y su estética, especialmente el de la Inmaculada de Ribera. Y por supuesto el sentido cristiano de esta Fiesta, como proclamación en María de esa liberación definitiva frente al mal que como don de Dios viviremos todos un día. Pero eso será otro día.
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