Desde hace millones de años anguilas del Caribe atraviesan el Atlántico, entran en el Mediterráneo, pasan al Adriático, suben por el río Drin a través de Albania , y llegan al lago Ohrid, entre Albania y Macedonia. Pasan allí unos años, regresan al Caribe a desovar, y sus crías instintivamente rehacen el mismo camino. Consuelo y yo , como ellas, buscamos un secreto en el corazón de los Balcanes. Quisimos visitar países intactos, desconocidos, que no pateen millones de turistas con bermudas.
En Atenas tomábamos cerveza Mithos en el café de Melina Mercuri. En Meteora, mirábamos un paisaje galáctico de rocas gigantescas, visitamos monasterios en lo alto de una de ellas, tomamos retsina con Mamá Zorba mientras chillaban las cigarras.
En Girokaster, Albania, subimos entre casas de piedra hasta el castillo, seguimos el río Viosa salvaje hasta Permeti. En Berat subimos entre mil ventanas hasta el castillo, descubrimos los iconos donde Onufri puso una melancolía misteriosa como la Gioconda. En Tirana miramos la movida increíble en el antiguo barrio de los dirigentes comunistas, los albaneses querían resarcirse de años de austeridad en que se vigilaba hasta a los muertos. En Durres, donde hace dos mil años Catulo iba de marcha canalla, nos bañamos junto a los bunkers donde ahora follan los adolescentes.
En Ohrid, Macedonia recibimos la belleza sobrecogedora del lago, tomamos vino con un sacristán recordando la antigua Yugoslavia. En San Naum pusimos el oído en la tumba para escuchar el corazón del santo y escuchamos el corazón de la Tierra.
Sí, las anguilas del Caribe, contra viento y marea, iban a buscar un secreto en el corazón de los Balcanes. Y nosotros también lo buscamos, estábamos hartos del ruido superficial de los turistas, queríamos escuchar un secreto vivo en los Balcanes. Contra viento y marea.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR FOTO: CONSUELO DE ARCO
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