Samuel Beckett, escritor, autor teatral y poeta, además de ex secretario de otro irlandés no menos genial, James Joyce, murió en París "esperando a Godot" el 22 de diciembre de 1989. Adelanto la conmemoración a hoy porque esta tarde comienza el Adviento, la Espera Cristiana y me recuerda poderosamente a la obra más famosa de Samuel Beckett.
'Esperando a Godot' arranca con dos individuos, medio clowns, medio vagabundos, una atribulada pareja que espera junto a un árbol en mitad de un descampado. El filosófico Vladimiro, el de la duda sistemática, y su compañero Estragón, cansado y hastiado de todo, aguardan la llegada de un ser misterioso llamado Godot, una supuesta deformación del inglés 'God' (Dios), aunque Beckett siempre negó esa relación, pero él siempre rechazó, en un vicio fielmente mantenido, cualquier relación de algo de su obra con cualquier otra cosa, lo cual parece excesivo y deja la puerta abierta a cualquier suposición.
Lo cierto es que en la espera sin variación y sin fin se aburren y se enzarzan en diálogos absurdos, no exentos de un sentido del humor crudo y cáustico, sin que los personajes tengan claro quién es el tal Godot que nunca llega. ¿Acaso el Dios escondido detrás de un nombre manipulado? ¿Quizás la muerte incluso? ¿La felicidad, que habrá de llenar la vida de sentido? ¿Tal vez la esperada libertad? ¿Algo que no tiene nombre siquiera porque lo desconocemos del todo? ¿La nada amenazadora? ¿El paraíso perdido? ¿la salvación definitiva que se retrasa? ¿la supercultura superdigital que nos liberará por fin? En todo caso esta espera acaba siendo una metáfora muy válida para tiempos oscuros en los que no se adivina la salida.
En este sentido de que no hay salida es ilustrativo y amenazador el final de la obra:
Vladimir: ¡Qué! ¿Nos vamos?
Estragon: Sí, vámonos.
(No se mueven)
Y efectivamente no se mueven, ni siquiera ahí hay un final de solución ex machina por bambalinas.
Sesenta años después la obra se representa estos días en Madrid porque de alguna forma hoy seguimos estando reflejados en la angustiosa situación límite de estos dos seres cuya vida se desenvuelve y se forja en la absurda y vana espera de ese quién sabe qué (o quién) al que llaman Godot.
Y llegados aquí, no habría que olvidar esa coincidencia interesante a la que me refería al principio: en estos mismos días, desde el uno de diciembre hasta el veinticuatro, los creyentes cristianos del mundo entero celebran una experiencia que llaman Adviento y que es la activa espera del Salvador que viene, Jesucristo (Hijo de God o de Godot, como se quiera). En este caso el silencio de Esperando a Godot queda roto por una Palabra potente y hay respuesta: el Salvador viene y lo celebramos. Merece la pena repasar la coincidencia. Y si puede ser, quebrar el absurdo de la obra y apuntarse a la lógica salvadora de la vida.
Y seguir esperando, cada uno con las armas y luces de las que disponga.
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