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La tolerancia y sus límites
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La tolerancia y sus límites

Actualizado 13/11/2019
Juan Antonio Mateos Pérez

La intolerancia nace a menudo de la ignorancia, del miedo a lo desconocido y de un sentido exagerado del valor de lo propio. Por eso, es necesario educar sobre el tema y enseñar la tolerancia y los derechos humanos a los niños. Naciones Unidas, Día Inter

Vivimos momentos tristes y preocupantes después de un espectacular ascenso de la extrema derecha en España, impensable después de más de cuarenta años de democracia. Como comentaban los liberales más progresistas en el siglo XIX, no será fácil desprenderse del poso del ultramontanismo agarrado a la vida pública, siendo necesario rasgar el velo que desfiguraba la política a base de libertad, igualdad y fraternidad. La revolución española que forjaron los constitucionalistas de Cádiz, ni quisieron romper con el pasado ni con su catolicismo, algo consustancial a su liberalismo como fuente de los valores de libertad y fraternidad. El bautismo de la tolerancia era imprescindible para la búsqueda de la verdad y de la convivencia.

Después de más de cuarenta años de democracia se está banalizando estas nuevas formas de fundamentalismo político y de globalización del miedo. Un extremismo nuevo que huele a viejuno con sus discursos del odio, siendo banalizado no solo por una parte de la ciudadanía, sino también por muchos políticos con demasiada ligereza, priorizando el poder sobre las ideas. Por otro lado, asistimos a una mercantilización de la vida, las relaciones económicas se están deslizando de forma silenciosa pero poderosamente en lo más profundo de las relaciones humanas. La sociedad y el mercado son idénticos, profanando lo más sagrado de nuestra existencia y expulsando de ella todo lo que no sea trabajo, beneficio, capital, eficiencia y rendimiento, con lo que las clases medias no parecen ser necesarias.

Quisiera traer a este blog, el libro de Hannah Arend, Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal. La pensadora nos ha mostrado, lo terriblemente normal que puede ser el mal en la cotidianidad de la vida. En esos tiempos oscuros, Eichmann, alto mando militar del ejército alemán, no era una gran mente criminal, era una persona normal y su colaboración con el fascismo la realizó sin medir las consecuencias de sus actos e integrándolos en su cotidianidad. Para no banalizar, debemos hacer buen uso de nuestra libertad, siempre podemos decir que no, para ello es necesario discernir, pensar, informarse, elementos necesarios para crecer en el bien común.

Desde el año 1995, las Naciones Unidas vienen celebrando el Día Internacional de la Tolerancia cada 16 de noviembre. La tolerancia no es indulgencia o indiferencia, sino el respeto a las creencias, cultura y opiniones de los otros, así como también es un Derecho Humano, por lo cual es inalienable, con lo que en la diversidad de nuestro mundo, solo en el marco de la tolerancia podrá convivir. La tolerancia consiste en soportad las actitudes y comportamientos de los demás, aunque puedan ir contra lo que consideramos correcto o incluso verdadero.

Estamos subrayando una tolerancia activa, el derecho que todos tenemos a expresar nuestras opiniones, creencias, costumbres y discrepar cuando nos parezca. Pero la tolerancia activa incluye, el animar a los otros a discrepar, si tienen buenas razones para ello. En nuestras sociedades plurales y diversas la tolerancia es necesaria, pero parece imposible de alcanzar, se hace difícil incluso su aplicación.

Por una parte, la tolerancia tiene un componente de rechazo, ya que tolero lo que pienso que está equivocado o que me puede perjudicar. Pero por otro, de aceptación, es necesario aceptar aquello que se rechaza. En la tolerancia hay una tensión entre el rechazo y la aceptación, formando parte de la escala de valores del individuo, en los que tiene que buscar el equilibrio. Aquí surge la paradoja de la tolerancia, donde el individuo se pregunta si todo deberá ser permitido, o bien, debe existir un límite para esa tolerancia.

Ante tantos discursos intolerantes, racistas, homofóbos, xenófobos, el rechazo a la dignidad humana y la falta de respeto de sus derechos, surge la pregunta: ¿Qué es más importante la dignidad de las personas o la libertad de expresión? Parece que ser intolerante con el que es intolerante, te convierte también a ti en intolerante. Pero en el marco evaluativo de la tolerancia hay ciertas cosas que no pueden ser aceptables y no se pueden tolerar. Dentro de la imparcialidad a la hora de juzgar, es necesario tomar partido, sobre todo con vistas a un bien social, a la justicia, a la convivencia, a la paz, al respeto, etc.

Aunque en la intolerancia se busque la imparcialidad, esto no significa que todo pueda estar permitido, no se puede tolerar acciones intolerantes que destruyan esa imparcialidad de la tolerancia. Como tampoco se pueden tolerar acciones que destruyan la propia tolerancia, o acciones que rompan la coherencia consigo mismo. Podemos deducir que no sería racional aceptar acciones intolerantes, siendo irracional tolerar. Siguiendo la premisa kantiana, también sería no moral hacerlo. No podemos en nombre de la tolerancia aceptar acciones intolerantes.

Los maestros de la sospecha nos han enseñado que a veces nuestras creencias políticas o religiosas, se pueden camuflar con otros intereses económicos, personales, de poder, que no liberan al hombre de sus ataduras. Para ello, estamos en la obligación de desvelar el verdadero rostro de estos grupos ideológicos populistas que no son más que el espectro de un tiempo pasado que no puede volver. Desde la ciudadanía, debemos esforzarnos por iluminar estas zonas oscuras de la sociedad, superar la indiferencia e intentar una vigilancia responsable de toda acción intolerante.

Más allá de los partidos políticos, necesarios en las democracias, se necesitan plataformas cívicas responsables, que lleven a cabo iniciativas socio-políticas capaces de renovar y revitalizar la sociedad desde los valores de la solidaridad y la justicia. A final no nos preguntarán sobre nuestros conocimientos o nuestras dudas, sino sobre lo que hemos realizado para hacer una sociedad más digna y justa. Una determinada concepción política, económica, cultural o religiosa será más verdadera, cuanto más se comprometa con los derechos de las personas, la solidaridad y la justicia común.

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