Desde el balcón de jardín de La Merced, contemplo los chopos, ahora amarillos y soñolientos, dejando caer sus hojas volanderas, que van tropezando con el viento, como si se resistieran a morir, dando vuelcos por el suelo.
Es otoño, días de santos y difuntos. En una sociedad en la que la muerte es solo una noticia trágica, que nos llega en los telediarios, como un accidente o el asesinato de una nueva mujer. Los poderosos han comprobado que anunciar y repetir una y mil veces estas muertes, aumenta la audiencia. Lo importante no es una vida que se va, es una tragedia que es notica.
Nuestra muerte, la suya y la mía, la hemos expulsado de nuestra mente y nuestras emociones: "no piense, sea feliz, consuma y se divierta". El sitio de los enfermos y los muertos está en los hospitales y tanatorios. Las personas viejas, cuando su cuerpo ya anuncia la muerte, en la residencias de "mayores"; ni siquiera nos atrevemos a reconocer que somos viejos. Todo es un engaño, hasta que nos sorprenda la muerte silenciada, "tan callando", como dice el poeta.
Desde este mirador al Tormes, intento entender el sentido de la vida y de la muerte, aprender la lección de estos chopos del río. La explosión de la vida en sus yemas con los primeros soles del final del invierno. El canto a la vida extendiendo sus brazos hacia el cielo en primavera y verano. Los días de vendavales parecen gritar agitando sus ramas, mientras los de dulce brisa, las hojas tintinean una música celestial. ¿Qué gritan y qué nos dice su música?
Hoy, los chopos parecen meditar en la vida, nada se mueve, dejando caer las hojas, abandonadas a su suerte. Aun mantienen un amarillo frondoso, el color de la serenidad y la madurez, la melancolía y la nostalgia. ¿Se están preparando para el sueño del invierno? ¿Es su invierno la preparación, cada año, de su muerte?
¿Sabemos los humanos vivir y morir? ¿Sólo sabemos vivir, si negamos la muerte?
Lo cierto es que nosotros lo tenemos más difícil que estos chopos de la ribera del Tormes, guardianes del Puente Romano, porque nos hacemos preguntas que no sabemos responder.
¿Sabemos vivir sin conocer la respuesta a las preguntas sobre el misterio de la vida y de la muerte? Difícil tarea, si para ello necesitamos engañarnos expulsando la muerte de nuestros pensamientos y emociones.
Dicen que Sócrates, el más sabio, según el oráculo de Delfos, cuando le condenaron a muerte, por hacer pensar a los jóvenes, prefirió no escapar a la justicia (¡injusticia en su caso!), ni ceder al chantaje de los jueces, ni aceptar la huida que le ofrecían sus amigos, diciéndole a éstos algo así: "tengo 70 años, ya he vivido, sé que cuidaréis a mis hijos y esposa, acepto mi muerte, porque me esperan los dioses o un sueño eterno".
La certeza de Santa Teresa, "que muero porque no muero", o la serenidad de Sócrates. ¿De quién está usted más cerca? ¡Que Dios, los dioses o el descanso eterno, nos ampare!
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