A mi deliciosa sobrina le va esto del "porque yo lo valgo", y no porque nadie se lo haya enseñado, no, le viene de serie que no de fábrica, ya que sus padres son de esas personas entregadas que se tienen a sí mismas en el último lugar de sus prioridades. Mi rubicunda sobrina, mi deliciosa sobrina, mi niña de redondeces de bebé, blandita, melocotón de risas y pelos que se meten en los ojos, se deja acariciar por el sol de un otoño bienhechor, ahí en el campo en el que el nogal del abuelo amarillea de alegría, corriendo de un lado para otro, pisando la hierba que dejaron las lluvias de otoño, regalo del cielo. Mi sobrina de cascabel, redondez de todas las dulzuras, gracia de todas las tardes de sol compartidas, reídas, apretadas en el abrazo dominical. Mi sobrina de mermelada, tersa como una manzana que morder en el besito caníbal de las abuelas entregadas.
-Mira, un dibujo de yo y mi perrito.
A mi sobrina de trazos seguros, de seres con brazos y piernas larguiruchos, le ha salido una niña de pelos desorbitados y boca torcida y un perro que parece una oveja de puro lanudo. Me lo enseña, hoja de papel volandera con la seguridad de una artista avezada:
-Aquí yo, aquí mi perrito.
A esta niña preciosa el resto de las personas gramaticales le suenan tan lejanas como el eco del rebaño que resbala en las lomas en barbecho del campo de otoño, surcos recién arados, recién sembrados, donde no asoma nada más que la promesa del grano. Mi sobrina es la pureza del yo, redondo y completo, la virtud del goce, la inmediatez del momento, la esencia de la vivencia. Mi sobrina pequeña está aún en el limbo feliz del instinto que se sabe el centro del mundo, que se disfruta, se quiere, se intenta dar el goce de la existencia a pesar de la disciplina cotidiana que le imponen dulcemente. El horario tenaz de los días de escuela. La libertad dulcísima de estos fines de semana en los que correr por el campo a despecho de la chaqueta, los barros, los fríos y las letanías de los adultos.
-Que se meta la niña en casa, que va a coger frío.
-Que se ponga una chaqueta, que se pilla algo la niña.
-Llama a la niña, que lleva toda la tarde fuera.
Y la niña, sorda a todas las voces, sigue sentada bajo el nogal que contiene toda la luz del otoño, hojas doradas, pintando en el cuaderno que le ha arrebatado a su prima mayor.
-Mira, es un dibujo de yo y otra vez mi perrito.
Guardo la hoja, página de esa intrahistoria que acariciamos cada vez que nos reunimos. Ella, partícula revoltosa, ya está ahí, más allá de mí. Mariposa de la tarde que se pone más allá de este tiempo bienaventurado.
Charo Alonso
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.
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