Toda una serie de acontecimientos nacionales e internacionales se han aliado con la actualidad para dar lugar a un ambiente, más bien enrarecido, que para nada augura un devenir tranquilo de nuestro futuro inmediato.
De la misma forma que Julio César se mofó de los amenazantes Idus de Marzo, con las trágicas consecuencias que todos conocemos, la perspectiva que se dibuja en el inicio de este otoño español se aleja tanto de la normalidad que sería una temeridad menospreciar la amenaza excusándose en una buena estrella que no siempre acompaña a nuestro presidente en funciones.
Tenemos una consulta electoral a la vuelta de la esquina y, a juzgar por las encuestas con que se nos bombardea, todo apunta a una difícil salida del bloqueo que inmoviliza a nuestros políticos. La persona que asuma la responsabilidad de dirigir el futuro gobierno que salga de esas urnas deberá cargar con una tarea nada fácil. Si no eran ya suficientes los graves problemas internos, deberemos añadir factores externos que afectan muy directamente a nuestros intereses. El Brexit, la crisis comercial entre EE.UU. y China o la disculpa buscada por Trump para ajustar cuentas con la Unión Europea han situado a España en medio de diferentes fuegos cruzados de los que nada bueno podemos esperar.
De un gobierno en funciones, empecinado en cruzarse de brazos por estar seguro de que los españoles no tendremos más remedio que pasar por el aro de su famoso progresismo, sería absurdo esperar medidas capaces de reconducir una situación que política y económicamente indica consecuencias graves. Los Idus de Otoño que amenazan a Sánchez le advierten, en primer lugar, de una clara crisis económica admitida por todo el mundo menos por su equipo de gobierno. Tenemos encima la campaña electoral y, claro está, los asesores de nuestro césar le han advertido que no miente la soga en casa del ahorcado. Y está nuestro emperador alardeando de contar con el único equipo capaz de hacer frente a un problemilla sin importancia. Está dejando pequeña la ceguera de Zapatero.
Siendo grave nuestro claro bajón económico, no lo es menos la situación explosiva que planea sobre nuestros nacionalismos en general, y el catalán en particular. A Pedro Sánchez le tienen agarrado por su ataque de egocentrismo y, en contra de lo que debe asegurar en la campaña electoral, no está dispuesto a molestar a los independentistas catalanes y vascos porque necesitará sus votos si quiere volver a ocupar La Moncloa. No se puede caer más bajo ante los continuos desafíos de unos y otros. Cuando un subordinado se muestra partidario de escoger el camino de la ilegalidad y el jefe da la callada por respuesta, es inútil que alardee de inflexibilidad a la hora de hacer cumplir la ley. El PSC es separatista y Sánchez lo tolera. El problema catalán es tan grave, y es tanto lo que nos estamos jugando todos, que se precisa una respuesta inequívoca. No hay escaños ni sillones más importantes que defender nuestro orden constitucional y el porvenir de todos los españoles. En situaciones así hay que agotar todas las medidas posibles, incluida la ayuda de quien sienta la misma responsabilidad. Basar todo en la panacea de un idílico progresismo que nunca fue capaz de cumplir lo prometido, es otra cortina de humo.
Sin salir del Idus de octubre, todo hace pensar que el provocador Boris Jhonson romperá la baraja el 31 de octubre y dejará al Reino Unido fuera de la Unión Europea. Ahí tenemos los hechos del político conservador de una democracia modélica que adopta decisiones más propias de un dictador. La consecuencia directa de este capricho inglés repercutirá en el bienestar de toda la Unión Europea, pero con unas especiales secuelas para España. Ante la política de hechos consumados, no se trata de culpar a nuestro gobierno de las consecuencias derivadas, pero sí de obligarle a agotar todos los cauces que conduzcan a debilitar las consecuencias. Con el organigrama montado en Bruselas, más vale aplicarse el refrán castellano: el lobo que no anda por su pie no come la carne que quiere. En las negociaciones particulares, España tiene una palanca que otros miembros de la UE no poseen: Gibraltar. Los ingleses, como siempre, barren para casa y nosotros confiamos que lo solucionen unos funcionarios de Bruselas que cobran para defender lo suyo. ¿Qué hacen los nuestros?
Cuando Donald Trump tomó posesión de su cargo y pronunció su famoso "America first", todos pensamos -al menos yo si lo hice- que se trataba de un slogan más de los que exhiben los políticos cara a la galería. La realidad ha demostrado que no venía de farol. Que el presidente norteamericano es un imprudente, es algo que comprobamos a diario, pero que suele cumplir lo que promete, también. Tal vez no sea el prototipo de mandatario ideólogo, padrino de frases lapidarias estilo Churchill, y se trate más bien de un pendenciero figurón, predicador de elixires. Lo que sí ha resultado ser es un empresario, forrado de dólares, que ha tomado el timón de USA dispuesto a sacar dólares de donde pueda. Es cierto que se ha metido en varios charcos, alguno de los cuales está resultando más profundo de lo que él pensaba. Pero también lo es que sigue contando con unos apoyos lo bastante firmes como para pensar que puedan eliminarle con el pretendido empeachment. Cuando Europa se decidió a montar sus propios aviones y puso en órbita la posibilidad del nuevo Airbus, en EE.UU. se pensó que nunca seríamos capaces de salir airosos de tan ambicioso sueño. Es cierto que los inicios no fueron nada halagüeños y las deserciones provocaron un esfuerzo extra para los nuevos socios -Reino Unido, Alemania, Francia y España. El plan necesitaba un nuevo empujón económico por parte de los gobiernos responsables, y se dio. El resultado fue un nuevo avión capaz de competir con si rival directo, el norteamericano Boeing, cuyas factorías notaron rápidamente la bajada de pedidos. Por tratarse de industrias con un fuerte componente estratégico, el gobierno USA acudió en su ayuda -aunque lo niegue- tratando de equilibrar la balanza. El equilibrio no se ha producido y el "empresario" Trump ha echado mano de lo más fácil: castigar a las naciones que han osado desafiar al gigante yanqui. Mala cosa. Si nadie lo remedia, a partir del 18 de octubre, se establecerán aranceles del 25 % sobre una serie de artículos que se pretenda exportar a Norteamérica. Para tratar de evitarlo, sólo vale la negociación de igual a igual. Nunca la amenaza, coma ya ha indicado nuestra preclara portavoz.
Conclusión: difícil se le presenta el panorama a Pedro Sánchez. Es posible que su desmedido afán de protagonismo le impida ver con claridad lo negro de su futuro pero, si tuviera dos dedos de frente, atacaría la situación con un espíritu muy alejado del actual. Aunque no sea más que por egoísmo, le deseo lo mejor.
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