¡A la bayoneta! ¡Arriba mis valientes! ¡Viva España! El Comandante Franco enronquecía a la cabeza de sus bravos legionarios. La lucha fue cuerpo a cuerpo.
La cresta, ocupada por el enemigo, era tomada otra vez, y de pie en ella Franco y sus tropas se coronaban de gloria. Lo de Franco en Taxuda fue más que heroico, más allá del valor, para algunos rayó en lo maravilloso. Salvo la situación. Cuando pasó el peligro sonreía nuevamente entre sus legionarios; pero con una sonrisa que casi me daba miedo, porque expresaba una serenidad imperturbable, pero, al propio tiempo, una cólera fría. Era una mezcla de tranquila seguridad en sí mismo y de la más violenta voluntad de vencer. Al Comandante Franco Bahamonde no se le ocurrió jamás dar lecciones de valor y de coraje, porque en este punto no necesitan ser aleccionados los jefes y oficiales del ejército de España; pero le importaba recordar, en nombre de toda una generación, que el heroísmo no debe limitarse a ser arrebato de una hora, renunciación de un instante, sacrificio de un día, sino que supone todo un modo de vida, una norma del existir, del sufrido existir cotidiano, entre silencios o, si es necesario, entre abandonos y desdenes. Después de leer estas líneas se impone la reflexión.
Somos muy dados a olvidar a nuestros héroes y lo que es peor a no defenderlos. El todo vale si eres de los míos y el ahora mando yo, el blanquear terrorismos, religiones, tendencias, comportamientos y razas que no tienen nada que ver con la nuestra, es una ilustración del daño que un comportamiento manipulador, calculador y sin escrúpulos, puede causar sobre la sociedad. Múltiples son los ejemplos de la historia reciente sobre donde acaba un país que es gobernado por alguien de moral distraída, en pocas palabras amoral, que no se ha currado la vida o que ampara o tapa la corrupción, el nacionalismo excluyente, la migración descontrolada, etc. en pro de un fin propio y egoísta.
La calidad moral de las persona está en su corazón, después en sus obras y finalmente en su legado. Si se deja de lado a Dios nos volvemos insensibles al pecado, y los límites entre el bien y el mal, entre lo justo y lo equivocado, incluso entre lo humano e inhumano, cada vez van desapareciendo. Se crea una sociedad donde campan los anormales y amorales además de las ratas que comen su carroña.
España es un país que se avergüenza de su historia y se complace con su miseria, lo que da que pensar sobre quiénes nos dirigen. Cuanto más se asciende en la escala social de poder y control, mayor es el número de personas amorales y en el fondo cobardes que encontraremos. Suelen ser la causa de de injusticias sociales, y económicas, de muchos conflictos, y de la crueldad y falta de empatía que nos rodea. De la banalidad del bien y del mal en que vivimos.
Los rasgos que ayudan a triunfar a los amorales suelen ser la locuacidad y el encanto para darse brillo, adornados por la falta de empatía y conciencia, el ego desmesurado, una gran capacidad de mentir sin remordimientos. Fingen emociones. Estudian a los demás y aprenden a imitarlos, con el único fin de manipularlos para satisfacer sus deseos. Matan a distancia y a cara tapada. Hay sectores de la sociedad donde es particularmente difícil tener éxito si uno no presenta ciertos rasgos amorales.
Los amorales carentes de todo referente han moldeado y siguen modelando la sociedad actual, la han hecho más ruin y corrupta y los que no son amorales han tenido que aprender a actuar de una forma un tanto camuflada para salir adelante. Cada vez hay más terror a actuar con normalidad o con moralidad pues, al quedar al descubierto, te atacan como el enemigo a batir. Dar buen ejemplo y ser capaz está prohibido. Estos amorales o anormales tienen ventajas reales al no importarles los sentimientos de los demás. Por eso hacen cosas que una persona normal no haría, como manipular, mentir, seducir con un encanto superficial pero vacío y arruinar la vida de otros. Una persona normal y moral, que tiene ansiedad, que tiene remordimientos, se detiene ante ciertos límites, lo que hace que sea bueno. La verdadera religiosidad, hoy testimonial, siempre fue un freno moral. Hoy en día en nuestra sociedad ante la falta de valores y creencias un amoral tiene mucho más margen de acción que alguien que no lo sea. Deberíamos armar nuestra resistencia y repensar el defender públicamente a nuestros héroes, que son el reflejo y amparo de nuestra inmensa historia; y defender lo que está bien y lo que está mal...
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