La poesía como fuego interior, esa es la metáfora inicial del poemario Secreta Luz de la filóloga, escritora, crítica y traductora sevillana Victoria León, publicado por Vandalia. Es el pórtico por el que se entra al poemario. "La metáfora exige incandescencia", escribe la autora. Después está la vida y también el amor, ambos como tormenta, como agua, como sombra, como cárcel, como fuego, como luz, símbolos todos ellos de una profunda clasicidad, muy bien manejados y que hablan de la intensa formación de su autora y de su dominio lírico. Todo ello expresado en un lenguaje limpio, lleno de paradojas y de juegos anafóricos que dicen la obsesión y la contradicción afectiva ante lo nombrado.??
"Rastro del fuego", el primer poema, es una verdadera poética que define desde el inicio lo que es esta Secreta luz. Una obra repleta de temas recurrentes y muy concretos: el fuego y las llamas, que abre el poemario y resurge reiteradamente con variables como el infierno; la vida con sus idas y venidas, los regresos (o su ausencia) y, finalmente, la muerte; el otro amado y el desamor, que se cruzan; la soledad y el vacío, reforzándose el uno al otro y provocando el vacío y la nada en el sujeto lírico; etc.
Temas, por otro lado, eternos en la poesía de ayer y en la de hoy, en la de siempre. Todos ellos se encuentran esparcidos por el poemario pero se hallan presentes e imbricados, como hemos dicho, desde el inicio, en el poema "En la secreta luz", que hubiera podido ser el último de sus poemas, en el que se anudara y concluyera todo. Los dos últimos textos: "De vuelta a mi noche" y "Apunte nocturno", de igual modo, ponen el dedo en la llaga sobre el elemento vertebrador de la obra: el amor, que sobrevuela el poemario y deja su punzante huella y que en ellos se muestra como algo más que un simple apunte temático.
Aunque el recurso de la anáfora es frecuente entre los poetas por su capacidad de comunicar, por su facilidad de uso y por su generosa sonoridad, normalmente no pasa de ser un recurso sencillo. No obstante, Victoria León la utiliza en variantes originales y diferenciadas, usando una extraordinaria variedad de recursos aplicados a la retórica de la reiteración. Consigue crear, así, una atmósfera subyugante en torno a la obsesión como elemento central, por ejemplo, en "No te vi marcharte" o en "Ficciones", y también "En la secreta luz", como resumen también retórico del estilo y la semántica de todo el poemario, como ya se ha señalado.
Con frecuencia, los poemas concluyen su desarrollo repitiendo otros versos o ideas como forma retórica de reafirmación. A veces solo es un sustantivo (por ejemplo en "El silencio") o un verbo, como en "Vivir", donde la definición del título del poema se repite con una leve variación semántica: "Vivir es este vértigo infinito [...] Vivir es ir cayendo en este abismo". Aunque no una palabra, sí puede utilizarse una locución adverbial con el mismo resultado, y en "Lo que nunca sucedió" leemos: "Tal vez tengas razón y estuve sola./ Tal vez la tenga yo, porque aquí sigues".
También puede ser un verso entero lo que se repite, como sucede en "Nadie oye ese ruido sordo y triste" con el verso homónimo, que también puede darse con una leve modificación modal, por ejemplo en "Infierno, canto IX": "Creía que me estabas esperando/ [...] Pensé que me estarías esperando [...]". Otras veces se trata de una pregunta, como en "Despedida": "¿Por qué da esta tristeza tanto frío?/ [...]. ¿Por qué da esta tristeza tanta sed?". Sin embargo, en "La luz aterradora de un abril" el recurso lingüístico llega a utilizar los mismos versos de inicio repetidos, pero con un distinto final: "La única verdad de nuestra historia/ fue un abril cuya luz aterradora/ aún me sigue cegando en el recuerdo. [...] La única verdad de nuestra historia/ fue un abril cuya luz aterradora/ aún me sigue cegando en el recuerdo/ cuando nada me queda, y aún me salva".
Y en un último giro portentoso, consciente o no, en ocasiones la anáfora no aparece explícita, sino que este elemento retórico se manifiesta sintácticamente en estructuras semejantes, como ocurre en "Robas mi sueño", donde el sujeto lírico expresa la consecuencia del amor: "Despiertas mi ternura [?] Robas el frío [...] Iluminas mis ojos [...] Me abres las ventanas de la vida [...]". Un buen libro, trabajado y sugerente.
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