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Aquel periodismo 
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Aquel periodismo 

Actualizado 13/09/2019
Valentín Martín

Cuando mi amiga Olga Manzano y su marido Manuel Picón cruzaron el mar para venir a España, creo que sólo había nacido su hijo Tabaré. Hace muchos años de eso y los recuerdos se desintegran en este viejo paisano, atravesado y tozudo como el venerado ex presidente José Mújica que en cada conferencia (se me caería la cara de vergüenza si cobrase un céntimo por ellas, dice) empuja a los jóvenes a intentar ser felices.

Yo adoro a José Mújica, supongo que se me nota, porque con su actitud antirreumática, se desmitifica. Ese agricultor que presidió un país para hacerlo más justo explica que él no es un héroe, que si lo agarraron y condenaron a doce años de tortura fue porque debió ser más rápido en la huida.

Olga y Manuel llegaron a España con "La risa" el poema de Pablo Neruda convertido en canción. No eran buenos tiempos ni para un poeta comunista ni para nadie. Pero su talento salvó todas las alambradas y aquí se quedaron, incluso después de la inesperada y joven muerte de Manuel.

Pero quienes más sufrían aquellos años inhóspitos eran las mujeres, sobre todo si intentaban salirse del carril costumbrista al que un régimen cruel y absurdo les condenaba.

Por entonces yo sobrevivía en Madrid escribiendo mucho y de todo. Había dejado atrás definitivamente mi oficio de profesor de literatura en aquel colegio-palacio donde los chicos bien se preparaban para subsecretarios. Y con esa renuncia, dejé un buen sueldo a cambio de una pasión.

Las pasiones nunca son rentables. Así que para estudiar y vivir, yo me pasaba las mañanas del domingo en el desaparecido Circo Price, que luego traducía en una crónica matinal del boxeo que allí había visto. Una mañana de trabajo: 250 pesetas para sumar a los otros dos o tres artículos o reportajes (750 pesetas la doble página) destinados a la cama de la viuda. Tiempo después el Circo Price fue derribado y en su lugar se levantó un gran edificio que albergó al Ministerio de Cultura. No es un chiste malo si digo que hay fidelidades que se repiten y que las épocas van de circo en circo.

En primero de carrera conocí a Mari Carmen Izquierdo, una chica burgalesa que fumaba tabaco rubio barato llamado Bisonte. Ella quería ser periodista, pero no una periodista cualquiera sino una periodista deportiva.

A los 20 años, una chica no conoce el miedo, pueden más los sueños. Y ella pretendía adentrarse en un terreno inexplorado para la mujer. Fui yo quien recogió el guante y la llevé al despacho de quienes gobernaban el periódico MARCA. Allí los dos pusimos boca arriba el proyecto de ella. Y de allí salimos con las orejas gachas.

Mientras nos íbamos pasillo adelante camino del ascensor que nos bajaría a la calle, seguíamos oyendo la risa. Pero no la risa que Neruda convirtió en poema y Olga y Manuel en canción, sino la risa de la mofa de los que habían escuchado el sueño de Mari Carmen. ¿Dónde se ha visto a una mujer entrando en un vestuario de futbolistas desnudos? Ese era el rupestre argumento con que nos despacharon los mismos que sostenían que todos los jugadores de baloncesto eran maricas. ¿No veis cómo se tocan el culo uno a otro después de cada canasta?

Así que no resultó nada extraño que indicasen a Mari Carmen el camino de " Ama" y otras revistas más apropiadas para la mujer. En el periodismo deportivo su pretensión resultaba una extravagancia sin límites. Pero ella no se rindió y fue a ofrecerse a la competencia. Y la competencia, que ya le venía adelantado a MARCA por la izquierda, por la derecha y por el centro, aceptó a Mari Carmen sin reparos. Y sin risas.

Años después sucedieron varias cosas: que Mari Carmen Izquierdo triunfó en la profesión como periodista deportiva. Y que yo, al aceptar dirigir MARCA, entre las decisiones que tomé fue la de reservar las cinco plazas de alumnos de periodismo en prácticas, siempre para mujeres. No era la decisión de un viejo verde porque entonces yo andaba por los 36 años. Tampoco un ejercicio de exótico poder. No descarto que fuese una revancha contra aquella risa que muchos años atrás habíamos oído una muchacha que quería ser periodista deportiva y un muchacho que luchaba por ganarse la vida en una profesión cerrada y endogámica hasta el último límite.

Aquel machismo era genético en la profesión del periodista deportivo. El cambio fue precipitado, incluso para aquellos que estaban seguros de la orientación sexual del baloncesto masculino y proclamaban que con Franco los pantanos siempre estaban llenos.

Pero aún queda un machismo residual tan sorprendente como patético. No hace mucho oí a un hombre bueno y mediocre ex periodista comentar como si fuera una noticia los amores durante la santificada transición entre una joven y bellísima periodista (hoy tiene gran éxito literario) y un político doctorado en insultos.

Para un periodista es pecado llegar tarde a la noticia, pero supone la guillotina si no llega nunca. Y la desmemoria machista de este hombre bueno es superlativa. Porque aún no se ha enterado que durante la sobrevalorada transición (nos costó 500 muertos, a Portugal ninguno) los amores entre periodistas de ambos sexos y políticos también de ambos sexos eran frecuentes. El roce hace el cariño. Incluso una ministra se amaba con su jefe de prensa todos los días, excepto los fines de semana que volvía a su ciudad para dedicarse en cuerpo y alma a su marido.

(Este verano se nos ha ido la muchacha que fumaba Bisonte y provocó la risa al querer andar un camino que hasta entonces era de hombres. Buen viaje, Mari Carmen Izquierdo).

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