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Las cosas del querer
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Las cosas del querer

Actualizado 29/07/2019
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Resulta que usted tiene mal de amores. Que cómo lo ha notado. Por sus correspondientes síntomas, naturalmente. Mariposas en el estómago, estados febriles cambiantes, temblores persistentes, idealización irrebatible de la persona amada -que no es capaz de quitar de su pensamiento y a la que no es capaz de encontrar defecto alguno por mucho que se ponga a buscarlos un rato largo-. En fin, enamoramiento con todas las letras.

Luego hay variedad de sensaciones. Puede ser un vientecillo, una brisita gentil que, poco a poco, sin que usted se dé ni cuenta, ligera, suavemente, comienza con sigilo a susurrar. Bajo, bajo, a ras de tierra, y casi, casi, silenciosa, va corriendo sibilante, va zumbando más creciente, se introduce con estrépito hasta aturdirle la cabeza y, en defintiva, le mantiene en un despiste abrumador. Pero el alboroto de su corazón no se detiene, toma fuerza poco a poco, vuela alto como el trueno y se convierte a los minutos en enorme tempestad: se desborda, se propaga, se redobla y va estallando tal que un tiro de cañón. Y ahí viene el terremoto, ahí llega el temporal y de este modo ya le envuelve un tumulto general? Ah, pero no. Esto no era el amor, esto Rossini lo aplicaba para otra cosa, que aquí no viene al caso.

Pueden ser más bien locuras, locuras, delirio vano que, lejos de hacerle volar de flor en flor, le obliga a detenerse lánguidamente: un día pasó ante usted por casualidad, y desde esa tarde irrepetible ha amado con ignoto amor, que es sin embargo inspiración del universo entero -misterioso, misterioso y noble, cruz y delicia, cruz y delicia para el corazón-. Por aquí Verdi nos va ayudando a transitar por el indescriptible goce, porque ya puede usted devanarse los sesos en busca de palabras, que le va a ser imposible manifestar con precisión lo que siente, lo que piensa, lo que desea, y a la vez abriría la ventana y gritaría al universo: "Sí, yo amo, amo con todas mis fuerzas y es imposible querer más".

Puede decir que, tal vez por misericordia celestial, su corazón por fin respira, alcanzó la esperanza tan íntimamente soñada, y aún en la oscura noche tiene usted cálida compañía: Del amor sobre las alas rosadas, aunque se sienta en agobiante prisión, irá su suspiro doliente a confortar el frágil ánimo, como aura de esperanza refrescante que hace palpitar su corazón. No hay drama; ni tragedia. Son sensaciones, como decíamos. No es necesario exagerar, aunque usted pueda tender a ello. Refrénese y disfrute el momento. Lo demás ya se verá.

El caso es que tiembla su alma por una extrema dulzura. La mano helada que en su momento rozó, recobró ya su calor. Le dirán que halló la poesía y, de verdad, usted sentirá que ha encontrado el sueño que toda la vida deseó soñar. Y las palabras penetrarán en su corazón y en el corazón mandará solo la persona amada. En sus besos palpitará el amor. Hemos llegado a Puccini y aquí nos vamos a quedar, porque acaba de despertar su juventud -no estaba muerta aún-, y ha sido capaz de abrirle de nuevo esa puerta que no sabe aún adónde va a dar.

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