Si llegas al Hospital Clínico en coche no hay problema. Pero si llegas andando no creas que bajarás directamente por unas escaleras. No. Tienes que volver atrás, llegar a un semáforo, pasar a la acera de enfrente, caminar hacia adelante por la otra acera, bajar por debajo de la avenida, esperar varios semáforos. Está visto, ahora si naces con piernas, si no vienes con un coche incorporado, eres de segunda clase.
En Salamanca el verde para los peatones en los semáforos tarda más que en ninguna ciudad que yo conozca. Da tiempo de leer el Quijote mientras esperas. El casco antiguo se supone que es peatonal desde las once, pero a las doce siguen pasando coches pequeños y grandes con toda prepotencia, sin cuidado ninguno. Ay de ti si no te enteras de que viene un coche, nada de pensar con calma en los poemas de Fray Luis de León.
Si caminas intensamente por una avenida, intentando vivir lo que miras, tienes que hacer eses continuamente, los pasos de peatones están siempre retirados, a veces a la izquierda, a veces a la derecha, según el capricho de alguien. Y tú, miserable peatón, tienes que sufrir como te arrastran de aquí para allá, qué remedio.
Ahora cambiarán una gran avenida y la pondrán todavía más para los coches. Tener piernas llegará a ser vergonzoso, casi como tener un forúnculo en la nariz. La gente coge el coche para todo, hasta para subirse a la cama. La verdad es que la gente usa máquinas para todo y así se van atrofiando todas sus facultades. Pronto habrá seres sin piernas, sin memoria, hasta sin sexo.
Pero Salamanca es una ciudad humanista, está hecha para las personas, no para las máquinas. Es una ciudad para la cultura y la meditación, no para la velocidad y la furia. Está hecha para ir con calma, para disfrutar de cada esquina, no para saltar en el aire porque se aproxima un coche. No es para tragar, sino para saborear. ¿O no es así?
ANTONIO COSTA GÓMEZ
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