Durante miles de años todos los "qué" tenían respuesta. Una respuesta construida sobre una creencia y apenas sobre la razón. El pensamiento científico es cosa de antes de ayer. Hubo un tiempo, en los que se perseguía con ferocidad a aquellos que pretendían razonar. La razón y la fe se siguen aborreciendo. El razonamiento, siglos atrás, era tolerado sólo si contribuía a reforzar el dogma. Las religiones, unas más otras menos, repudian el conocimiento. Para la teología cristiana el pecado original aparece por haber comido Adán y Eva la fruta del árbol del conocimiento.
¿Para qué preguntarse si con las creencias se satisface cualquier interrogante? ¿Si con ellas se consiguen certeza, seguridad y esperanza?
Sin embargo, el hombre es curioso. Resulta ser un consumado navegante. Su naturaleza le impulsa a descubrir nuevas tierras y construir nuevos relatos. El hombre ansía conocer.
El pensamiento científico irrumpió a finales del siglo dieciocho de forma arrolladora. No hizo milagros, no dividió las aguas del mar Rojo, ni convirtió el agua en vino. En cambio, acortó distancias, salvó vidas y procuró bienestar. Un vecino de Alcorcón, en la actualidad, vive de manera mucho más confortable que lo hacía el propio Felipe II en el Escorial. El homo sapiens es muy pragmático. Aquellas certezas, seguridades y esperanzas hoy se satisfacen utilizando el hemisferio cerebral izquierdo. El relato ha cambiado de contenido.
Los milagros han sido definitivamente desplazados por los logros científicos. Cuando era joven, en mi casa, había una colección de libros titulados "El Año Cristiano". Allí se recogían episodios milagrosos acaecidos a partir del siglo uno. La edad media fue muy prolífica en ellos. La edad moderna menos. La actual nada. ¿Qué ha pasado? Hoy los "milagros" se gestan en Silicon Valley y en Shenzhen.
Pocos siglos atrás, los hombres pensaban que la peste negra era un castigo divino, de ahí las rogativas y los golpes de pecho. Hoy esa epidemia ha desaparecido. Una bacteria, la yersinia pestis, era la causa de tanta mortandad. Causa-efecto. Lo esencial reside en la consistencia del método. La ciencia es método.
Al "qué" le sigue un "por qué". Decía Nietzsche: "Dame un por qué y soportaré cualquier cómo". Dame una razón para vivir y soportaré cualquier adversidad. Muchos de nosotros fuimos educados en unos pocos "por qué": la religión católica, la patria, la familia. En la actualidad, por fortuna, esos "por qué" se han diversificado. Muchas personas no son religiosas, ni nacionalistas, ni heterosexuales, ni tienen hijos y, sin embargo, sus razones vitales son tanto o más fuertes que las tradicionales. Los "por qué" son innumerables y, todos ellos, subjetivamente ciertos. (Léase a Viktor Frankl). En Uruguay cuando alguien no sabe lo que quiere se dice: "anda como bola sin manija". La salud mental se forja desde los "por qué"
Al "qué" y al "por qué" le sigue el "para qué". Los "qué" atañen a una determinada metodología, los "por qué" a una manera de encauzar la existencia, los "para qué" a la praxis.
Los que piensan que el relato científico constituye el definitivo paradigma (léase a Thomas Khun) se equivocan. Los positivistas son la contrapartida de los creyentes. Deberían reflexionar acerca del teorema de la incompletitud de Gödel. Hasta en las demostraciones matemáticas se cuela algún concepto indemostrable. Me temo que en los relatos por venir sucederá lo mismo.
Los "por qué" son de índole cultural y, en consecuencia, evolucionan. El "por qué" de un hombre o mujer del siglo uno poco tiene que ver con otro del siglo veintiuno.
Sin embargo, el busilis reside en los "para qué". El "por qué" de mi vida es la política? para medrar, rico? para ser poderoso, clérigo?para ser reverenciado, etcétera. Con tales "para qué" esos "por qué" nada valen.
Los "por qué" están condicionados por la ética. Para mí, la ética reside en la forma en que te relacionas con el prójimo. Lo más inteligente, lo más razonable, lo más científico se funda en algo muy simple: cooperación, altruismo y tolerancia. Urdimbre civilizada.
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