¿Qué es el Sampo? El Sampo lo es todo. Todo lo bueno. La cornucopia. La felicidad en las tierras nórdicas, no siempre heladas, como pensamos la gente del sur; también iluminadas con el sol de la medianoche en campos verdes rodeados de interminables bosques que circundan lagos inmaculados.
Olvídense de Ragnar Lothbrok y de sus enfervorizadas huestes vikingas; de él hablaremos otro día. Estamos en el norte, pero no en Escandinavia. En una tierra extrema, pero no exactamente germánica como lo han sido desde que tenemos noticia de ellas buena parte de las penínsulas del norte de Europa. Y para ser más precisos estamos en el sur del norte. Ya saben ustedes que estamos hablando en términos muy relativos. Pero trataré de explicarme.
En torno al golfo de Botnia, lo que podríamos llamar el Báltico del norte, se instalaron hace siglos unas tribunas germánicas que se adaptaron muy bien al frío, pero también otras que, por lo menos en lo lingüístico, tenían poco que ver con ellas, y posiblemente estaban allí desde antes. Una primera matización debe poner en duda que haya absoluta coincidencia entre genética y lingüística y, por tanto, algunos entendidos nos avisan de casos en que algunos pueblos han acogido lenguas distintas a las de su tradición histórica. Por eso mi comentario se limita a lo cultural.
El hecho es que, según muestran algunos indicios, desde algunas zonas de las amplias llanuras de lo que hoy llamamos Rusia, no lejos de los Urales, se desplazaron hacia el oeste una serie de pueblos que tenían en común unas complejas y bellísimas lenguas que nada tenían que ver ni con el latín, ni con el iranio, ni con el sánscrito -quiere decirse que la familia lingüística era otra: la fino-úgrica-, y por tanto, no indoeuropeas.
En el norte se instalaron varios de esos pueblos, que probablemente se fueron mezclando con el tiempo con los dominadores que llegaron después. Pero conservaron su cosmovisión y sus tesoros mitológicos con esmero envidiable y lo enseñaron a sus descendientes con orgullo de resistentes. Después de cientos de años de dominio sueco, y tras pasar por algunos más bajo una incómoda autoridad rusa, renacieron algunas aspiraciones nacionales y así, en el siglo XVI fue Mikael Agricola, luterano como la mayor parte de sus paisanos, quien fijó la gramática de la lengua finesa, mientras que bastante más tarde, en la primera mitad del siglo XIX Elias Lönnrot fue recogiendo las antiguas leyendas carelianas en la magna obra mitológica del Kalevala.
Nada que ver con la mitología vikinga. Es una compleja epopeya originaria que contiene un tesoro de leyendas y aventuras en las que unos héroes del sur -recuerden, el sur del norte-, los finlandeses, luchan contra fuerzas oscuras de más al norte -tal vez los saami, antes conocidos como lapones, término que ellos mismos han considerado siempre peyorativo-.
Estos valientes, y con frecuencia violentos guerreros, mitad dioses, mitad humanos, nacen, luchan y mueren y nos ofrecen bellas imágenes poéticas que han tenido enorme influencia en la literatura, en la música y, por supuesto, en la vida cotidiana de estas tierras no tan lejanas. Allí el Sampo puede ser un rompehielos, un grupo financiero u, obviamente, el símbolo de la prosperidad de un país que durante siglos fue pobre.
En definitiva, la mitología finesa está muy presente en la actualidad y, si usted tiene la fortuna de atreverse a asomarse a esa efervescencia del pensamiento, observará rápidamente que por las calles de Helsinki se sigue hablando del Sampo. Ese objeto maravilloso que construyó el héroe Ilmarinen y que producía grano, sal y oro. Buena parte de las luchas mitológicas giran en torno a la posesión de ese extraño molino mágico, que es fatalmente destruido en una batalla, aunque el sabio Väinämöinen logra conservar algunos fragmentos que siguen dando sus frutos y que son hoy día bien visibles.
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