El abuelo, sentado en la mecedora, mira satisfecho a la nieta que lleva a cabo un ejercicio de iniciación que ella siente misterioso sin que deje de resultarle divertido y, en cierto modo, natural. A la vez que mueve uno a uno sus deditos señalando, o a veces tocando, cosas a su alcance, tararea unas palabras que todavía le siguen pareciendo mágicas: ? tres, cuatro, cinco? Comienza así un proceso que va a acompañarle toda su vida. Cuenta objetos próximos o que ve en su entorno inmediato de los que incluso desconoce el nombre, luego cuenta a sus abuelos, a los hermanos, a los padres y asimismo a aquella pareja de niñas vecinas con quien juega por las tardes. Todavía no sabe que también puede contar lo que no ve y, más tarde, lo que falta. No puede caer en que algún día contará las ausencias. Porque ¿cómo contar lo que no está?
Es hora de echar el cierre a la tienda y, como cada jornada, hay que hacer caja. La cacharrera anota en un cuaderno gris con sendas columnas de debe y haber los pagos que ha tenido que hacer a unos proveedores y las ventas del día. Incluye el magro saldo que hay en el bote metálico. La resta es un número negativo. Recuerda entonces que de la caja sacó el dinero para tomar el café de media mañana con su amiga Maruja, así como para la compra de fruta y pescado que hizo en el mercado en el camino a la casa para comer. También falta el dinero que ha dado a su hijo para que fuera al cine aprovechando que ha llegado al barrio una de las últimas películas de John Ford con el inevitable John Wayne en el cartel. Las entradas y salidas de esa contabilidad precaria configuran un complejo sistema de arcanos, miserias y esperanzas que le cuesta entender.
En Colombia entre 2004 y 2019 han muerto en combate, o como resultado del conflicto, 3.388 miembros de las Fuerzas Armadas. En un periodo similar, de 2000 a 2016, se han suicidado 1.155 efectivos. Esto significa que, por cada dos caídos en combate del Ejército uno se suicida. No conozco las cifras de lo que haya podido acontecer en la guerrilla. Stanley Kubrick en Full Metal Jacket ya denunció la precaria salud mental en el estamento armado: el suicidio del recluta "patoso", tras un proceso de acoso infame del instructor, es algo difícil de olvidar. Al hecho de darse cita personalidades muy contrapuestas en ambientes cerrados y sujetas a un elevado nivel de stress se une la férula que supone la disciplina castrense. No obstante, las fuentes oficiales del Ministerio de Defensa colombiano en un informe sobre los 46 suicidios que se produjeron en 2018 señalan que más de la mitad de esas bajas se debieron a conflictos recientes con la pareja (21) o con familiares (7). Sorprendentemente, poco que tenga que ver con la estricta vida militar. Ignoro los datos para España.
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