Inolvidable actuación de los cantautores Moncho Otero y Rafa Mora junto a la poeta María Ángeles Pérez López. Completaron la velada los jovencísimos músicos Carmen Hernández y Miguel Sánchez Junto al Coro de Mujeres
Mientras Elvira Sastre y Andrés Suárez intentan llenar el Wizin Center de Madrid con música y poesía, el pequeño-gran pueblo de Santa Inés lleva cinco años consiguiéndolo.
Por él han ido desfilando músicos y poetas -los primeros de la clase- de muchos universos geográficos del país. La fórmula es sencilla: autogestión y libertad. Y el corazón de los creadores que dejan los grandes escenarios (alguno se ha recorrido ya en dos ocasiones 1.700 kilómetros para estar) por un pueblo que despierta a la tradición de la cultura que le acompañó al nacer.
El sábado estuvieron los músicos madrileños Rafa Mora y Moncho Otero, la poeta castellana afincada en Salamanca María Ángeles Pérez López, los jóvenes alumnos del conservatorio Carmen Hernández y Miguel Sánchez, y el Coro de Mujeres de Santa Inés.
Resulta jubiloso el ver cómo hay que frenar a viejos y prestigiosos poetas que se empeñan en venir desde Aragón o Madrid, a pesar de la momentánea rebelión de sus esqueletos que les aconsejan lo contrario. Sólo querían estar y airearse con las rosas de la colina, ser testigos de un momento de Baudelaire en la encarnadura de los santeinesinos al borde de los trigales.
Y también confirmar que la desolación de Li Po sigue en pie desde el siglo XI: los pueblos han de valerse por sí mismos a la hora de la cultura y todos los relojes que construyen veladas. Los urbanitas y -conversos o no- y las administraciones siempre se abstienen, y van a sus asuntos sin dejarle una oportunidad al corazón campesino.
Y mientras campeo andurriales por el papel después de haber vivido el fuego sagrado de una tarde en Santa Inés me viene a la cabeza de chorlito viejuno una duda: qué fue del proyecto de homenaje a nuestro Nino Sánchez, aquel que esperábamos una tarde en la sala Galileo Galilei de Madrid para cantar junto a otros 40 como él (Pedro Soriano vino desde Alemania) y se nos murió por sorpresa. Nino Sánchez cantó a la memoria de una tierra sin memoria para los suyos. Una tierra donde, traducida al lenguaje futbolístico, juegan muchos pero siempre gana Alemania. Me temo lo peor.
Y al hilo del recuerdo de Nino Sánchez, el sábado sobrevoló sobre el salón musical y poético de Santa Inés el nombre de Gabriel Calvo, una gloria nacional que Salamanca todavía está a tiempo de reconocer. Es demasiado joven para homenajes, aunque si han de venir, bienvenidos sean. Pero la mejor ayuda para nuestro Gabriel Calvo es proporcionarle desde las administraciones y organismos la ayuda necesaria para una tarea hermosa de gigante que él puede hacer desde el talento, pero con los medios que los que nos representan deben apoyar e incitar. Invertir en Gabriel Calvo es invertir en nuestra memoria, en lo que somos y fuimos, en nosotros mismos. Aquí no cabe ni una sola abstención.
La tarde de Santa Inés se abrió de piernas por sorpresa con la interpretación de la inmensidad musical del romano Nino Rota en "El Padrino" y de la bolerista mexicana Consuelito Velázquez y su "Bésame" en las traveseras de Carmen Hernández (16 años), y Miguel Sánchez (15 años) Los dos jovencísimos alumnos del conservatorio y de la vida nos convencieron sin prolegómenos de que estábamos ante algo muy parecido a la eternidad. Ellos representan el sedal con vocación de maroma para que mañana todo esto sea una urdimbre que enlace el hoy con un futuro ancho, alto y largo.
Cuando el maestro de ceremonias, Chema Sánchez, dio paso al Coro de Mujeres de Santa Inés, yo fui pasto de jovialidades que me llevaban en volandas a mis niñeces de Salvatierra, allí donde aprendí a llorar.
Porque ellas me hicieron caso y pespuntearon boleros con el amor de antes que nunca aprendió a amodorrarse. Yo se lo había pedido el verano anterior, a la sombra amable de los aromas de la plaza, porque el bolero es el camino más rápido para volver al pasado y la canción más hermosa para una despedida. Y vivimos verano a verano, junio a junio, despidiéndonos hasta el año que viene o hasta nunca.
Cantaron "Camino verde", y me vino al corazón que el maestro Carmelo Larrea había compuesto esa canción para el republicano Angelillo, otro que tuvo que huir. Sobre "Dos cruces" hay que empezar con desmitificaciones y derribando mentiras. Durante años, la dictadura franquista nos sembró la leyenda de que el bilbaíno Larrea había compuesto "Dos cruces" mientras vivía en Dinamarca con una tremenda nostalgia de España. Adónde va compararse un país tan vikingo con Sevilla tuvo que ser.
Pero esa versión de los propagandistas del régimen era una trola más que cuajó, vaya que cuajó. Y la verdad es que Carmelo Larrea compuso "Dos cruces" en una sala de fiestas de la Gran Vía madrileña, donde se pasaba las horas hasta que daban las claras del día. Al fondo de la sala había una pequeña orquesta, luego un patio de mesas, y atrás junto a la larga barra, las putas de lujo, de pie, e intentando ser todas Gilda.
Al borde de esas hermosísimas mujeres, en mitad del hedonismo madrileño, nació la canción. Y nació junto a otra de Méndez Vigo, un amigo de Larrea, noctámbulo como él y compañero de parranda. La canción de Méndez Vigo es "Compostelana" que ha perdurado de la mano de la tuna.
La verdad es que la censura y propaganda franquista nos metió esa falacia de "Dos cruces" pero nada como la patochada de cambiar el guión de "Mogambo" donde Clark Gable y Grace Kelly eran amantes en la película de John Ford y aquí los hicieron hermanos, convirtiendo así un adulterio en un incesto. Y es que en España no había amantes, cómo iba a ver amantes si las tenían todas el cuñadísimo Serrano Suñer y el legionario tuerto Millán Astray.
El Coro de Mujeres de Santa Inés estuvo de lujo. Y finalizó con el himno a la libertad donde todo el auditorio ya se rindió hasta el punto de unirse a ellas en ese deseo que arde ya por los cuatro costados: que la libertad sea de verdad para mujeres y hombres no sólo ante la ley sino ante la vida. Casi cincuenta cadáveres de mujeres en los va de año reclaman una petición de perdón que yo hago mía porque un solo silencio de un hombre mata como una bala o un cuchillo cómplice. La libertad que Santa Inés gritó el sábado unidos todos -hombres y mujeres- en una canción es justamente esta.
Como de lujo estuvieron luego los músicos Rafa Mora y Moncho Otero que dejaron el legendario Libertad 8 de Madrid para disfrutar en un pueblo pequeño su no menos legendario programa "Versos sobre el pentagrama" junto a María Ángeles Pérez López, una vallisoletana afincada en Salamanca y una grandísima poeta que es en sí misma un paisaje.
Rafa Mora y Moncho Otero ya están en la historia de la música de autor de este país. Han puesto música a más de 500 poemas durante 22 años que han respirado juntos. Pero no quedarán en la memoria solamente por esto, sino porque, exentos de vanidades y con ansia de llevar los poemas vestidos de música a todas partes, viajan constantemente: teatros, plazas, festivales, institutos, salas musicales, pueblos grandes, pueblos pequeños como San Inés. Y también están sus libros y sus discos.
Junto a ellos, la exquisitez omnipotente de María Ángeles Pérez López, una poeta para poetas, pero también para el compromiso con la gente. No hay nadie, en estos momentos, en la poesía de habla hispana con la perfección estética y formal que esta vallisoletana llamada María Ángeles Pérez López, cuyo nombre retumba en todas las tribus poéticas.
Cuando María Ángeles Pérez López habló y recitó, se escuchó un silencio atronador en la sala y en los matorrales de al lado. Y supimos entonces que la palabra de la inmensa poeta no provocaba a su alrededor otra cosa que devoción y emoción, dos sentimientos inevitables para la sensibilidad de un pueblo que sabe muy bien estos dos sabores.
La comunión de músicos, poetas, y el público fue inaudita. Todos tuvieron sus parcelitas, pero a veces se juntaron en una sola y aquello resultó un archipiélago seductor donde las islas se confundían en una abrazo caminando estelas en la mar y serpenteando veredas hasta la íntima apoteosis de un pueblo que escribió otro capítulo más de su historia acompañados por Rafa Mora, Moncho Otero, Carmen Hernández, Miguel Sánchez, María Ángeles Pérez López y el maravilloso Coro de Mujeres. Cuánta complicidad.
Junto a los músicos y poetas mentados , el corazón abismal del poeta Francisco Caro que, junto a Mari Carmen, abandonaron una boda a la mitad, cruzaron 180 kilómetros de las sierras de Ávila y un enorme rebaño de bueyes, para estar la tarde del grito diamantino y salvador de Santa Inés. Y desde Madrid llegaron también el cantautor y poeta Alberto Ávila Morales y la poeta Ana María Reyes Cano: también estos dos volvieron al día siguiente mucho más felices.
Todos ellos hicieron de una tarde junio el recuerdo para los historiadores de andar por casa: los pueblos vacíos no son cadáveres sino hermosas criaturas que van haciéndose chicas colgadas de su actitud para ser protagonistas de su propia interpretación de la cultura.
Mis condolencias a quienes dejaron huir la oportunidad de ser felices mientras la mitad de junio se entregó sin rubor a un pueblo con los brazos abiertos. Siempre abiertos.
Así que el que quiera aprender, no vaya a Salamanca, vaya a Santa Inés donde además será muy feliz.