Publio Siro (85 a. C.- 43 a. C.) fue un escritor latino de la antigua Roma. Era un esclavo sirio que fue liberado y se convirtió en el bufón social más famoso de Roma juzgando con sus pantomimas los vicios de la vida romana. Se conservan cerca de mil sentencias, hábiles y breves, juzgando casi todo lo que puede ser juzgado.
Pero no quería dar tantas vueltas por ese mundo inabarcable que es el mundo clásico, sólo quería llegar hoy a esta sentencia de Publio entre las otras mil:
Lucrum sine damno alterius fieri non potest.
Se necesita mucha libertad para escribir en un mundo de ricos que "no puede darse ganancia sin el daño de otro". Se ha dicho muchas veces, sobre todo desde pensamientos anticapitalistas, que hay ricos porque hay pobres, que nadie puede enriquecerse sin empobrecer a otros.
La frase tiene una lectura rígida y absoluta que difícilmente se sostiene como afirmación general. Pero en términos relativos, bien analizados y tratados con habilidad técnica difícilmente puede ser negada, con las excepciones que sea honesto aceptar. Incluso la idea, esa relación medio causal (ojo, digo causal, no casual) entre ricos y pobres, es antigua, mantenida en el tiempo, traída y llevada a través de las épocas y recordada con escándalo en nuestros días, aplicada de forma especial a continentes y países. Me explico.
Antes de Publio, en esa cultura de tan especial sensibilidad social como fue la judía siglos antes de Cristo, que ya es decir y de admirar, se repitió esa afirmación, en realidad en forma de pública acusación, de que la riqueza se construye sobre ruinas de pobreza. Amós, uno de aquellos profetas, de nombre corto y palabra larga, protestaba siete siglos antes de que naciera el sirio Publio porque los ricos desposeían al pobre inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias. Escandaloso procedimiento que hoy perdura cuando una pequeña injusticia hunde al débil bajo lo que supuestamente parece un distraído abuso del poderoso. Ejemplos diarios.
Siglos más tarde, en el siglo V ya después de Cristo, en la opulenta, y por lo tanto llena de miseria, Constantinopla, se da el mismo fenómeno ?ricos creciendo entre pobres- y la misma denuncia. Fueron muchos, sólo recuerdo aquí aquello de Juan, el "Boca de oro" que así lo llamaban, Crisóstomo en griego, cuando escribió al rico de turno "tus riquezas provienen de la injusticia que es la pobreza". Sin duda eran otros tiempos y otras formas de enriquecimiento y así se explica esta dureza. Habría que mirar a ver si eso está hoy superado.
Doce siglos más tarde, en el siglo XVII, en la famosa Escuela de Salamanca Tomás de Mercado hablaba de que la necesidad (indigentia) es lo que da valor a los bienes económicos, con curiosas y finas precisiones sobre la necesidad del pobre de comprar como sea para sobrevivir y la no necesidad del rico que puede esperar a vender hasta que el pobre pague sí o sí, o se muera. Así, dice él, uno dramáticamente empobrece y el otro con dicha grande engrosa. Ofenden palabras así y sin duda son hoy clara exageración. Aunque quizás todavía haya de todo.
Viniendo ya a nuestro tiempo basta una línea, escrita estos días en un documento de Manos Unidas hablando del mundo del sur, "la desigualdad económica y de bienestar no es inevitable, sino una elección política tomada por los que tienen ese poder; los pobres siguen estando en manos de los ricos". Publio acaba teniendo todavía su parte de razón; dos mil años de desgaste y su aforismo al menos en parte se sigue manteniendo en pie.
Y hay no poca gente en el mundo, lejos y cerca, y son más de mil millones, que desea que llegue un día en que la sentencia de aquel esclavo sirio se quede sin razones y no les quiebre la vida. Y será un gran día para la humanidad?
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