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A la fuerza ahorcan
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A la fuerza ahorcan

Actualizado 27/05/2019
Redacción

Cuando se pueda leer este comentario, ya se sabrá el resultado del 26-M. Ahora, lo único cierto es que no hay nada decidido, todo está prendido con alfileres. A pesar de las promesas hechas en campaña, ya nadie se fía de nadie. Las ansias de poder son capaces de ablandar los más férreos compromisos, y no seré yo quien asegure que no habrá pactos contra natura. Y si no, que se lo pregunten a los partidos que en su día contaban con el apoyo de quienes lo habían comprometido -siempre a base de recibir prebendas exclusivas- y, cuando vieron satisfechas sus ambiciones, si te he visto no me acuerdo.

No es ningún secreto que atravesamos una etapa de apogeo del populismo. Se trata de un fenómeno extendido, no sólo en España, también en Europa y en todos los países donde no existe una dictadura -sea partidaria o no del capitalismo. El resultado del pasado 28-A ya subrayó la proliferación de corrientes alejadas de la tradición, justificadas siempre con el deseo de una profunda reforma, poniendo el acento en aspectos hasta ahora poco tenidos en cuenta y, sobre todo, dispuestas siempre a acabar con la actual Constitución.

Con todo, no es ese el problema más grave que nos amenaza. Después de soportar el triste espectáculo que ofrecieron una buena parte de nuestros diputados, a base de prostituir su acatamiento a la Constitución de una forma clara, colocando pegotes que no figuran en ningún reglamento y, mucho más grave, añadiendo el oxímoron de despreciar lo que se dice acatar, lo que venga de ahora en adelante puede resucitar aquel eslogan turístico: Spain is different. Efectivamente, nuestro grave problema actual es el nacionalismo ultramontano, el alimentado desde la infancia en Cataluña y País Vasco, de forma fehaciente, y, si no se pone freno, el que se está incubando en Baleares. Comunidad Valenciana y Galicia. Siempre se comienza con el rechazo de minorías que, al comprobar que los gobiernos de Madrid miran para otro lado a la hora de corregir tanto abuso y tanta negativa a dar cumplimiento a las muchas sentencias de Tribunales Superiores, siguen estirando la cuerda hasta llegar a situaciones como la actual en Cataluña.

El secesionismo vasco eligió el camino de la violencia y, para cortar el desafío, nos ha costado demasiada sangre, pero se ha cortado. El caso catalán es menos violento, pero más vergonzoso. Hay que reconocer que Jordi Pujol ha sido más inteligente que Xabier Arzalluz. Sin disparar un tiro, la Generalitat catalana nos ha sacado los hígados y, además, ha conseguido formar una generación de ciudadanos que reniegan de España -porque están convencidos de que se lo merece. Fuera de nuestras fronteras, estamos comprobando cómo desde países o medios de comunicación a los que únicamente llega la versión difundida por Diplocat -eso sí, con fondos malversados descaradamente-, se pone en duda nuestra democracia. Que nadie se rasgue las vestiduras si en el momento que se conozca la sentencia del Procés aparecen censuras de quien no lo esperábamos. Todo porque se ha dejado llegar demasiado lejos a los que trazaron su hoja de ruta a ojos vista de Madrid, y nadie se dio por aludido.

Después de hacer oídos sordos a multitud de sentencias de la Junta Electoral Central, del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, del Supremo o del Constitucional, la Generalitat creyó haber doblegado a "Madrit". El dolce far niente de los distintos presidentes del Gobierno, unido al aliento recibido desde dentro y desde fuera de nuestras fronteras, fueron la señal que animó a los Junqueras y Cía. a dar el paso del 1-O. Dicho en román paladino, nos pilló el toro. Las vilezas no se quedaron ahí. Vista la fragilidad de las medidas aplicadas, pronto aparecieron los que habían asistido a la algarada en silencio para unirse abiertamente al carro de los simpatizantes.

El gobierno de Rajoy puso en marcha -en su versión más tímida- el art.º 155 de la CE, que sirvió para cerrar en falso la herida causada por el Parlamento de la Generalidad. En hábil maniobra, Pedro Sánchez desahució a Rajoy de la Moncloa. Menos mal que, en otro inteligente arreglo, el juez Marchena fue nombrado presidente del tribunal que juzgará y sentenciará a los responsables -que no huyeron- de los delitos contra la nación cometidos desde la Generalitat. A la vista del desarrollo de las actuaciones, es la primera vez que el independentismo catalán está conociendo lo que acarrea saltarse la ley por las buenas. No obstante, es muy triste comprobar que ese tribunal se está sintiendo poco acompañado en su tarea de reconducir la situación. A diario le surgen presiones, encubiertas o descaradas, intentando inclinar la balanza de la justicia hacia el platillo de los acusados. Tanto el presidente del Gobierno como alguno de sus ministros, se han negado a rechazar abiertamente el posible indulto a los sentados en el banquillo. Otras formaciones políticas lo declaran abiertamente. Como siempre, el partido socialista está atravesando una crisis de identidad. Además de algún corifeo, en el Congreso y el Senado se sientan dos docenas de parlamentarios cuyo subconsciente está más cerca del secesionismo que del constitucionalismo. Puestos en la tesitura de definirse, como no pueden -ni quieren- renunciar a lo que tienen inyectado en vena, pueden darle a Sánchez más de una sorpresa.

La que no ha dado ninguna ha sido la presidenta Marixell Batet. No podíamos esperar otra actitud de quien ya ha roto repetidas veces la disciplina de voto apoyando el independentismo. Herido en su amor propio, Pedro Sánchez ha contrarrestado el revolcón de Miquel Iceta controlando las dos cámaras con un muy caro peaje. Con sus electores nunca le ha importado faltar a la promesa; con los aliados ya hay que tener más cuidado. Por eso, la primera factura consistió en tolerar el denigrante espectáculo del acatamiento de algunos diputados. No es que la señora Batet padeciera un ataque de vergüenza o cortedad a la hora de imponerse a la desvergonzada provocación de populistas e independentistas. Nada de eso. Sabía muy bien lo que iba a suceder y ni quiso ni toleró que se interrumpiera el escarnio. Su jefe directo también se lo habría recordado, porque no tenía la mínima intención de contrariar a sus futuros costaleros. Pero es que, además, la presidenta de la cámara tampoco podía quedar mal ante sus compañeros de Procés. Debía mantener el tipo y sólo ha "soltado la presa" cuando ha visto las orejas a la justicia y al clamor popular. La pretensión de demorar la decisión hasta después del 26-M podía acarrear consecuencias jurídicas y dejar al descubierto la verdadera maniobra de Sánchez. No obstante, aún se revolvió Batet en un último intento de aplazamiento. Al final, los miembros socialistas de la Mesa del Congreso no han tenido más remedio de admitir lo que no les pedía el cuerpo. A la fuerza ahorcan. Los negros nubarrones que se ciernen a la vuelta de la esquina nos recordarán las palabras de don Quijote: Cosas veredes, amigo Sancho, que farán falar las piedras.

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