Fray Angélico decía que quien quiera pintar a Cristo sólo tiene un procedimiento: vivir con Cristo.
¿Qué no daríamos por conocer su verdadero rostro? ¿Cómo amó Jesús?
Jesús tenía un corazón de hombre, un corazón sensible a las ingratitudes, insultos, silencios, traiciones y negaciones. Así se queja de la soledad y tristeza que siente. Simón, ¿duermes? ¿Ni una hora has podido velar? (Mc 14,37). Ante la triple negación de Pedro, Jesús le devuelve una mirada llena de reproche, ternura, compasión y aliento. El Señor miró a Pedro, al joven rico, a la pecadora. Y Jesús acepta con amor el beso del y la bofetada del siervo de Anás. De todas las actitudes del Maestro, la más elocuente, sin duda, es la del silencio. Jesús calla ante el abandono de los amigos, cuando lo atan, cuando lo calumnian, cuando lo pegan, cuando la gente prefiere la libertad de Barrabás.
Los evangelios nos hablan de un Jesús compasivo y misericordioso, y así lo hace con el leproso, con la viuda de Naím, con los dos ciegos, con la muchedumbre que anda como ovejas sin pastor. Jesús se acerca a la gente y se muestra misericordioso con los gestos, con el tacto, con la mirada; él toma siempre la iniciativa, se adelanta a sanar, a comer y alojarse con alguien o quedarse en tal pueblo. Sus palabras amables, consuelan, dan confianza, dan paz. Se sienta y acoge a los más débiles, a los más necesitados: leprosos, impuros, sordomudos, ciegos, endemoniados, pecadores, mujeres marginadas, niños relegados, enfermos, samaritanos y paganos. Y la misericordia también la adopta en la postura con que expresa sus sentimientos, actitud, relación...
? agachado frente a la humillada/acusada (y luego se endereza para hablarle cara a cara)
? sentado compartiendo con Mateo y compañeros publicanos, el fariseo, la samaritana)
? invita a levantarse a la gente (suegra de Simón, niña de Jairo),
? a presentarse ante los demás sin miedo (hemorroisa, de la mano seca)
? a detener la procesión fúnebre (viuda de Naím)
? camina junto con los discípulos de Emaús.
Jesús manda ser misericordiosos, como el Padre de es misericordioso.
El reconocer el rostro de Cristo en cada ser humano, con sus nombre y apellidos, nos dará la oportunidad de que él podrá reconocernos a nosotros en la eternidad y por toda la eternidad.
El Evangelio de hoy nos recuerda el mandato de Jesús: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros" (Jn 13,31).
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