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Meritocracia a la inversa...
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Meritocracia a la inversa...

Actualizado 04/05/2019
Miguel Mayoral

España se ha convertido en una méritocracia a la inversa. En la actualidad la sociedad e incluso algunas tendencias políticas en particular seleccionan a los peores, creando incluso tendencia. Está claro que se prescinde de los mejores individuos y de l

Llama la atención las palabras de estos personajillos que viven de su momento de actualidad en los medios de comunicación. Creando muchas veces la imagen continua que lo que ahora se lleva es una falsa o ingenua sinceridad y naturalidad de sus conductas. En realidad lo que hacen desde su mediocridad es denostar u olvidar, por falta de educación o por propia conveniencia, los valores más nobles y, si alguna vez éstos son mencionados, es frecuente que sea para ridiculizarlos o despreciarlos. La falta de la defensa de valores, creencias y el olvido de las tradiciones están involucionando a la sociedad.

La mediocridad es una característica de todos los grupos humanos. La mediocridad favorece la conformidad. El mediocre suele ser una persona negativa que ante cualquier situación su respuesta será negativa, los problemas no tendrán solución, el mundo se acabará al primer obstáculo. Lo malo es que la mediocridad es contagiosa. Los sistemas educativos en España han favorecido el cultivo de la mediocridad a lo largo de los años con sus ideas de la no discriminación y la igualdad por abajo, poco a poco el acceso a la política de gente poco formada la ha ido sembrando y las tertulias televisivas, entre otros programas, donde el que más grita tiene la razón, la han consolidado.

El mediocre siempre buscará defectos en las otras personas, en especial las más cultas, educadas, inteligentes o destacables. Su principal diversión será criticarlas, lo cual se debe simple y llanamente a su carencia de vida propia, además de capacidad para construirsela. Criticar a los demás es su herramienta para subsistir. Hay idiotas, cretinos y mediocres por todas partes, mires donde mires, por lo que es bueno ignorarlos. No llevarles la contraria. Lo malo es vivir bajo su gobernanza. Discutir y tratarlos de convencer de algo es tarea perdida pues se crecerán y será peor, hay que darles la razón y centrarnos en nosotros para que no nos afecte.

Si te rodeas de idiotas acabarás siendo idiota. Es importante alejarse de ellos, los idiotas contagian su nefasta mediocridad, ellos no buscan rodearse de gente de éxito, no buscan la excelencia pues no les hace sentir bien, la critican. Prefieren la compañía de otros mediocres para ver que su vida no puede ser mejor, se crean así equipos de mediocres, en ocasiones agresivos dependiendo de sus intereses y van sembrando. Cuando se está afectado de idiotez suele ser de manera crónica. Pocos idiotas se curan y se transforman en personas productivas, no cambian. Cuando uno se percata de la presencia de un cretino, no hay que contar con él para nada. Siempre hacen gala de una falsa laboriosidad.

La clase política, como un enfermo crónico, da la sensación que ha seguido violando las más esenciales reglas de la dignidad, que debe acompañar a los que se dicen estadistas o servidores de la sociedad y del Estado de derecho; dejando además que sus actuaciones irregulares tengan su reflejo en la economía del país, sin inmutarse y molestarse en dar soluciones reales adecuadas. Se puede discutir la prioridad de una inversión y son inevitables los errores, u otros aspectos criticables en la gestión política. Pero por mucho que se empeñen, con lo que está cayendo com los neonacionalismos reinventados, el desempleo, la desindustrialización, la muerte de las pequeñas y medianas empresas, la pérdida de conquistas sociales y una nueva crisis global; la actual apuesta, por una supuesta gobernabilidad y por una supuesta recuperación económica que toca a unos pocos, es el cínico maquillaje de otros intereses que parecen cada día menos claros a la vez que oscuros, en medio de una civilización occidental en crisis que se descristianiza por la tolerancia frente a otras religiones y creencias.

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