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Devoción por el Cristo de San Jerónimo
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ALBA DE TORMES

Devoción por el Cristo de San Jerónimo

Actualizado 17/04/2019
Roberto Jiménez

Datado en el siglo XV, llega a la iglesia de San Pedro en 1836 procedente del convento jerónimo de San Leonardo, es una de las imágenes más respetadas en la villa ducal

El Cristo de San Jerónimo volvió a recorrer las calles de Alba de Tormes en la noche del Martes Santo. Su rostro, castigado y desfigurado por un dolor extremo, envolvió la noche albense de recogimiento, tristeza, respeto y acompañamiento.

Los jóvenes, pertenecientes a la cofradía de la Cruz y del Amor, marcaban el paso de la procesión cargando con la cruz, que abría paso a los portadores del Cristo de la Salud, ataviados con la característica túnica roja. Por esta razón a la procesión se la conoce también como la del Vía Crucis de los Jóvenes, que caminan y rezan recordando las diferentes etapas vividas por Jesús desde el momento que fue detenido hasta su crucifixión y sepultura.

La procesión del también conocido como Cristo de la Salud o de los Labradores es una de las más esperadas en la villa ducal al ser esta imagen una de las más veneradas y queridas en la localidad.

"Todo en su mirada nos habla de muerte" (Por Ángel Alindado)

El Cristo de San Jerónimo ya no mira al hombre. Todo en su mirada, nos habla de muerte. La pupila dilatada, el blanco ya apagado y amarillento. Todo se ha consumado. A las manos de Dios ha entregado su alma. Aquellos ojos que conocieron el cariño de María y de José, los que brillaban cuando hablaba de su Padre, de Dios; los ojos que miraban y se compadecían de la multitud hambrienta en el monte de las Bienaventuranzas, o aquellos que se fijaron en la pecadora injustamente juzgada; los que buscaban a Dios en los momentos decisivos o pedían su Palabra en la dificultad? ya se habían apagado.

Los ojos del Cristo de San Jerónimo, de la Salud, de los Labradores son los ojos de una mirada que resume toda una vida y una sola palabra: entrega. Dios, en Cristo, no se ha guardado nada por amor. En sus ojos descubrimos también nosotros los ojos de todos los que, a lo largo de nuestra historia, también han dibujado sus horas y sus días con la entrega callada. En ellos reconocemos a nuestros abuelos, a los ancianos de la villa, a nuestros padres y madres, amigos, profesores, párrocos, catequistas que nos han dado su vida y su fe, que no han parado de regalarnos miradas de ánimo, complacientes o llenas de reproche pero que siempre y solo buscaban nuestro bien, aunque nosotros no lo entendiéramos.

A sus ojos, a los del Cristo de San Jerónimo, miramos cada Martes Santo recordando sus últimos pasos en nuestro mundo. Y el Viernes, silenciamos nuestra boca para, calladamente, agradecer su entrega en la entrega de aquellos que han sido, en nuestra vida, los pasos de Dios, las manos de Dios, el Corazón de Dios, y su mirada.

Fotografías: Estudio Digital Francisco Cañizal

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