¿El mundo rural agoniza, se mueren los pueblos? Sobra la interrogación, es una evidencia. Pero cuánto hemos tardado en darnos cuenta. Hace muchos años, Miguel Delibes, entonces director de "El Norte de Castilla", publicó en su diario una serie de reportajes denunciando el hecho, a consecuencia de los cuales fue destituido por el entonces ministro franquista de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne. Hemos perdido demasiado tiempo, hemos despilfarrado múltiples ocasiones para cambiar de rumbo, y ahora nos lamentamos. La España interior se muere y grandes extensiones de tierra comienzan a convertirse en paisajes desérticos, apocalípticos casi.
El domingo pasado se manifestaron contra esta brutal realidad 100.000 personas en Madrid. El movimiento empezó en Soria y Teruel, dejados de la mano de Dios, pero a él se unieron tantas provincias en condiciones similares, entre ella la nuestra. ¿Por qué ha sido así, y tenía que haber sido así? Evidentemente, no. La economía esencialmente agraria de nuestro país comenzó a entrar en crisis a mediados de los cincuenta del pasado siglo, pero una cosa es esta y otra tirar por la borda, como así ha sido, la estructura rural de España. Se optó por lo fácil, que en este caso era apostar por la concentración del desarrollo en ciertas regiones y ciudades del país.
Sergio del Molino escribió un libro de éxito, titulado "La España vacía", que merece la pena leer. En la manifestación se empleó como lema "La España vaciada", como haciendo el subrayado de que el desaguisado no ocurrió porque sí, sino que hay grandes responsables, los que han gobernado España en el último siglo. Vacía, vaciada, en trance de extinción en mi opinión, en estado de coma que exige medidas urgentes.
Clama al cielo que Zaragoza absorba la mayoría de habitantes de Aragón y a la vez ya haya muchos pueblos abandonados, olvidados. Y que en Castilla y León todo gire alrededor de Valladolid, donde el imperialista alcalde socialista Óscar Puente sigue reclamando que todo vaya a Pucela, como si el resto de nuestra región o de nuestro país (¿es menos Castilla y León que el País Vasco o Cataluña, vamos ni se lo creen ellos, así que reivindico aquí y ahora que Castilla y León es un país o una nación, si lo prefieren) fuese desecho de tienta. Frente al equilibrio desarrollado optamos por un desarrollismo salvaje que ha dado lugar a este caos territorial en el que vivimos y del que apenas si nos percibimos.
La democracia derivada de la Constitución de 1978 no es una mera cuestión formal. Y uno de sus dimensiones es la territorial: que el desarrollo se distribuya armónicamente, entre regiones, entre ciudades y pueblos, que el botín no vaya a parar a unas cuantas manos porque el botín es de todos, es decir, la riqueza hay que redistribuirla, porque si no depara situaciones de grave injusticia, como la que vivimos.
Me da pena experimentarlo. Muchos fines de semana los paso en Miranda del Castañar, para mí el pueblo más bonito de la provincia, y que está desertizándose progresivamente. Entre semana sus calles están vacías y sólo sábados y domingos recupera la actividad que debería ser propia de un lugar tan hermoso. Hay en Salamanca otros muchos pueblos maravillosos y en peligro de extinción. Tal vez hayamos llegado tarde, pero mejor es tarde que nunca. Hay que apostar por nuestros pueblos, hay que favorecerlos, nuestra Diputación tiene que ser mucho más activa para estimular su desarrollo. De no ser así, llegará un día en que hablaremos en pasado: aquí hubo un pueblo, aquí vivieron mis abuelos, aquí hubo vida.
¿Nos lo perdonaremos? No tendrá ni perdón de Dios.
Marta FERREIRA
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