La República francesa lleva bastantes años sumida en una crisis política y social que le impide jugar un papel central en la necesaria reforma democrática de las Instituciones Europeas.
El mandato del anterior presidente François Hollande terminó en un completo fracaso con un aumento de la crisis económica y un desprestigio de la Presidencia de la República arrastrada por desavenencias matrimoniales, como prueba el libelo publicado en su contra por su compañera de entonces.
La aplicación inicial de recetas económicas expansivas en medio de la fuerte crisis económica, reducción de la jornada salarial, etc, no solo no resolvió nada sino que obligó a un cambio radical y a serios recortes en el Estado de Bienestar.
Cuando terminó su mandato el socialista Hollande, prácticamente abandonado por los suyos, tenía solo un 1 por % de aceptación popular. La indignación expresada por estudiantes y trabajadores con la campaña Nuit Debout, Noche en pie, reflejó claramente el descontento de una parte de la sociedad francesa con las políticas presidenciales.
El derrumbe de los partidos tradicionales en Francia como el Partido Republicano, heredero de los gaullistas, y el partido Socialista, a punto estuvo de llevar a la presidencia de la República a Marine Le Pen, la Líder del Frente Nacional, el antiguo partido de la extrema derecha.
Salvó los muebles republicanos, un joven procedente de la élite política Emmanuel Macron que se presentó sin partido alguno, rodeado de independientes y desafectos del viejo sistema político, era la lucha de los franceses contra los políticos. Su política consistía en ilusionar de nuevo a los Franceses a través de la vuelta a una política internacional donde Francia recobrara su antiguo papel de importancia.
A nivel interno, Macron diseñó una serie de reformas en la Administración del Estado y en la política económica de tinte tecnocrático y neoliberal que le enfrentaron a los todavía poderosos sindicatos de la administración pública, ferrocarriles, correos, profesorado, etc, pero también lo enemistó con una gran parte del campesinado francés, sector siempre muy mimado por los diferentes Gobiernos fueran conservadores o socialistas.
El malestar entre las clases populares francesas muy golpeadas por la gran crisis económica y acostumbradas a un importante Estado de Bienestar en proceso de recortes, la política de grandeur, un poco napoleónica, del Presidente, su actitud un poco altiva cara a los ciudadanos ha generado toda una cascada de protestas por parte de grupos muy heterogéneos los Chalecos Amarillos, donde se mezclan intereses de campesinos, autónomos, transportistas, emigrantes, trabajadores, etc.
El movimiento de los Chalecos Amarillos se extendió por toda Francia y es apoyado demagógicamente por los dos espectros del arco político, la extrema derecha de Marine Le Pen y la extrema Izquierda de Jean Luc Melenchon.
El Movimiento social de protesta refleja muy bien los errores de las reformas tecnocráticas de Macron y su distanciamiento de la ciudadanía francesa que han obligado el presidente a retroceder y abrir un debate nacional sobre las reformas pendientes.
Ahora bien, Los Chalecos Amarillos defienden intereses muy contradictorios, desde la bajada del precio del gasoil profesional, o el aumento de pensiones y salario mínimo hasta la reducción de impuestos y al mismo tiempo la exigencia de incrementar el Estado de bienestar. Todo ello con una considerable deuda pública que en el último trimestre de 2018 alcanza el 99, 3% del PIB.
Por otra parte, la utilización política del movimiento por parte de grupos de extrema derecha y extrema izquierda ha llevado a escenas vandálicas en el centro de Paris con saqueos e incendios de establecimientos públicos.
En sus inicios hace meses ya, el movimiento quería una serie de reformas económicas para paliar la difícil situación de las clases populares francesas, y la petición de democracia directa via referéndums, con posterioridad la infiltración de grupos de extrema izquierda cambió el discurso al exigir la dimisión del Presidente, rechazar las instituciones republicanas y plantear la destrucción del capitalismo y de los ricos.
El resultado está siendo el abandono progresivo del apoyo ciudadano, hoy en día casi un 57% de los franceses exigen la disolución del movimiento.
Por su parte, la extrema izquierda de Melenchon reduce sus expectativas en los sondeos electorales al 8% después del abierto apoyo a los Chalecos Amarillos desde el 17 de noviembre de 2018. El problema político y social de Francia, sin embargo, continúa.
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