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La plaza de la Libertad
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construida en 1868

La plaza de la Libertad

Actualizado 28/03/2019
Charo Alonso

Un nombre que es una declaración tras la guerra de la Independencia y que nombra al jardín hurtado a la huerta de las Carmelitas Descalzas

En un París que resiste la ocupación nazi, Paul Élouard escribe en 1942 el poema que la Resistencia Francesa convertirá en un himno: En los senderos despiertos/en los caminos desplegados/ en las plazas desbordantes/ escribo tu nombre. Un nombre que es una declaración tras la guerra de la Independencia y que nombra al jardín hurtado a la huerta de las Carmelitas Descalzas, ahí, tan cerca de la Plaza Mayor de Salamanca donde en 1868 se establece la Plaza de la Libertad con su columna dórica y su león rompiendo las cadenas del invasor francés?

Plaza pequeña, plaza recoleta, plaza recogida junto a la Plaza Mayor, el espacio imponente del ágora salmantina que le cede, en 1921, sus asientos de hierro y piedra tipo canapé retirados de sus jardines. Regalo de una reina churrigueresca a la pequeña plaza provinciana sembrada de palmeras y cipreses que parece ponerse de puntillas para alcanzar el cielo que desborda la plaza, como describe Carmen Martín Gaite en su novela de 1957 Entre visillos.

Cuántas veces las protagonistas de Martín Gaite cruzan la Plaza de la Libertad para ir al Casino vestidas de fiesta, trémulas y expectantes ante el baile que quizás les cambie la vida, cenicientas de provincias que se aprietan las rebecas contra el cuerpo y entran en el Palacio de Figueroa adornado para las Ferias y Fiestas, con baile y orquesta? y es desde la ventana donde se retira una de las parejas, donde oímos a una de las mujeres decirle a su pollo pera:

-Oye, es bonita esta plaza, muy romántica. Esa niña que sale ahora era la que estaba sentada contigo ¿No?

-Sí, antes me ha dado calabazas.

-¿Calabazas de qué? (?)

El cielo estaba moteado de vencejos altísimos, blanco, inmenso, como desbordado de una gran taza.

Natalia, el trasunto autobiográfico de Martín Gaite, habitante de otra plaza cercana, La Plaza de los Bandos, es el germen de una mujer libre que abandona el baile atravesando esa pequeña plaza que entonces se llamaba Onésimo Redondo porque el santoral de los mártires de la guerra trastocaba la vida y los nombres de las cosas. Al fundador de las JONS muerto en la flor de la contienda le tocó el honor de nombrar la pequeña plaza adornada con sus bancos señoriales, su geometría de jardín palaciego, su fuente y su agua? libertad, libertad, qué bonito nombre tienes.

Se sentaría en ella, callada y consciente de su derrota, la aguerrida viuda de Onésimo Redondo, Mercedes Sanz Bachiller, entre el 6 y el 9 de enero del 37 durante el Primer Consejo de la Sección Femenina celebrado en Valladolid y Salamanca. Mercedes había organizado el Auxilio Social para abrir comedores y prestar apoyo a viudas y huérfanos de la guerra a la manera del Auxilio de Invierno alemán, sin embargo, la maquinaria ofensiva de otra viuda de facto, Pilar Primo de Rivera, no se detuvo hasta aniquilarla. Salamanca fue el escenario de un duelo de voluntades y total, a Mercedes la crucificarían más tarde dos veces, una cuando en noviembre del 1939 se casó de nuevo y otra cuando Serrano Suñer, deseoso de congraciarse con los Primo de Rivera, la acusó de fraude. Libertad, escribo tu nombre en las calles y en las plazas.

El tiempo que convirtiera la huerta carmelita en una plazuela donde hasta se lidiaron toros, erosiona las columnas y arranca los monolitos de las reformas municipales aunque las firme en 1868 José Secall, el arquitecto de la casa de los Huebra, y las erija Nicasio Sevilla, el autor de la estatua de Fray Luis de León. La Plaza se traza en torno a la fuente de piedra y hierro donde canta callada el agua en la que beben los pájaros, agua de hielo cuando se canda la boca en forma de piña que nos recuerda los jardines renacentistas. Piñas que evocan la fertilidad, jarrones de hierro con motivos florales? plaza de forja y piedra de granito heredada? no la toques más, que así es la plaza y esa oscilación de su trazado no es más que el paso de las gentes por ella?

¿Qué se hizo de los héroes que nos convirtió en la capital de la guerra? ¿Qué se hicieron de las chicas casaderas de los cincuenta que iban al Casino a bailar con los aviadores de Matacán, con los chicos de buena familia, con los ganaderos de la provincia? La hoja perenne del ciprés que apunta al cielo permanece. Pasan los años, la plaza recobra su nombre y lo escribe en el aire detenido de su vuelo, apuntalado el cielo de palmeras y edificios renacentistas. A un lado el delicioso, exquisito palacio de Figueroa; al otro, la Casa de los Manzano construida entre el siglo XV y el siglo XVI flanquean la plaza recogida, la plaza detenida, la plaza sosegada por la que llegar al ágora grandiosa de la ciudad universitaria. Rincón amoroso del encuentro donde el paso se alza hacia lo alto, allá donde el cielo se traza con los vencejos de la tarde. Enhiestos surtidores de sombra y sueño, los cipreses de la Plaza de la Libertad, profunda y pequeña, honda y cerrada, cercan el recuerdo de la Salamanca eterna, quieta en su belleza, inmóvil en su armonía de agua y recuerdo. Allí donde el amor vivía.

Libertad, te escribo en la calle apretada contra el costado de una plaza bordada en la memoria personal de todas las esperanzas. El cuaderno abierto junto a la pareja que se besa, el niño que persigue al pájaro que acaba de beber en el agua sin dueño. La fuente canta quedamente en la plaza recoleta cerrada contra sí misma, abrazada a su ramo de palmeras y cipreses, rosales de espinas como la vida, pétalos de color de quienes pasan y acarician la piedra pulida de granito de plata. Plaza pequeña, plaza detenida. Qué hermoso nombre que escribir en la plaza que lo lleva.

Charo Alonso.

Fotografía: Amador Martín Sánchez.

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