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Felipe V rey de España, el Animoso o el Melancólico (1700-1724/1724-1746)
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Felipe V rey de España, el Animoso o el Melancólico (1700-1724/1724-1746)

Actualizado 18/03/2019
Rubén Martín Vaquero

Felipe de Borbón era feliz en Versalles entre estrenos teatrales y la música de miles de bailes y conciertos. Por eso cuando su padre le comunicó que su abuelo Luis XIV barajaba la posibilidad que fuese rey España se opuso con todas las fuerzas de sus diecisiete años y enfermó de tristeza.

Poco importó, porque cuando llegó la noticia de que su tío abuelo, Carlos II el Hechizado, había fallecido nombrándole a él heredero, el prepotente Rey Sol mandó que se preparase porque el día dieciséis sería proclamado rey del imperio español con el nombre de Felipe V de Borbón. Y Felipe hizo las maletas y pálido y delicado marchó a ejercer de soberano.

Su llegada despertó en España una ilusión desmesurada y a un enfermo depresivo le pusieron de sobrenombre el Animoso. Al año siguiente de llegar a España, Felipe se casó con su prima María Luisa Gabriela de Saboya, de trece años, con la que tuvo cuatro hijos antes de fallecer el día de San Valentín a los veintiséis. Aterrorizado por las muchas dudas y los castigos del infierno, se negó a mantener relaciones sexuales que no estuviesen bendecidas por la Iglesia, con lo que no había terminado ese largo año, mil setecientos catorce, cuando se volvió a casar con Isabel de Farnesio, una bizarra doncella que aportó al matrimonio temperamento, ambición y los ministros que su marido necesitaba.

Acompañando a la nueva reina llegó como consejero el abad y posterior cardenal, Giulio Alberoni, dispuesto a defender los perturbadores intereses de su desenvuelta señora, que pretendía adquirir algún reino que dejar a sus hijos, puesto que la corona de España estaba destinada a los hijos de la anterior esposa del rey. El infinito cansancio de Felipe V como rey de España, terminó en los sollozos de unas crisis depresivas que se hicieron crónicas, en las que se encerraba en sus aposentos negándose a ver y a recibir a las gentes.

Deseando abandonar la corona y retirarse con su esposa Isabel, mandó construir un palacio cerca de Segovia a imitación de su querido Versalles. Terminadas las obras tres años más tarde, el diez de enero de mil setecientos veinticuatro Felipe V abdicó en su primogénito Luis, de dieciséis años, hijo de su primera mujer, que fue coronado rey de España como Luis I.

Pero el joven monarca falleció el treinta y uno de agosto, seis días después de haber cumplido diecisiete años y como su hermano Fernando, nuevo príncipe de Asturias, tenía once años y los otros dos hermanos habían muerto en la infancia, Felipe V, con el alma desvencijada por la desidia, enfermó de pesadumbre y frenesí, volvió a coronarse rey de España, reinventándose por segunda vez en septiembre de mil setecientos veinticuatro.

En este nuevo reinado, que no merecía vivirse, Isabel prácticamente lo tuvo recluido en sus aposentos poblando espejos los veintidós años que duró, mientras ella gobernaba. Y el rey, hundido en un infinito desánimo que sólo calmaba la música, se abandonó a una pasividad letal; no se lavaba ni se cambiaba de ropa, golpeaba a sus colaboradores, cerraba todas las ventanas porque le molestaba la luz del Sol y al llegar la noche deambulaba por palacio, iluminado con cientos de insomnes candiles, velas y velones porque tenía miedo a la oscuridad.

A este desdichado monarca le vino a aliviar la muerte en mil setecientos cuarenta y seis, dejando como heredero a Fernando VI, último hijo de su primera mujer María Luisa de Saboya. El rey que más tiempo ha permanecido en el trono de España, dejó dispuesto que le diesen tierra en la Real Colegiata de la Santísima Trinidad, anexa al Palacio Real de la Granja de San Ildefonso.

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