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Adivina quién viene a cenar
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Adivina quién viene a cenar

Actualizado 25/02/2019
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Haga usted la prueba. Trate de imaginárselo, quiero decir. Llama su hija y le dice que esta tarde no viene sola a casa, que ha encontrado el amor de su vida y que hará todo lo posible y más para no perderlo. Para empezar le impresiona tanta firmeza, sin que usted haya dicho aún nada de nada. Acaba de presenciar una defensa preventiva que le mosquea aún más, cuantas más vueltas le da. ¿Quién diantres es el amor de la vida de su bebé?

Este es precisamente su primer obstáculo psicológico: se trata de su bebé, al que vio al poco de nacer cubierto de esa preciosa pasta blanca con la que parecía más vulnerable, que al poco de que lo limpiaran se volvía azul por las dificultades de respiración y que estaba hermosa en la incubadora, escupiendo el chupete y encogiéndole el corazón a usted que la contemplaba sin hacer nada de nada y colgando del hilo de la impotencia, porque de esto usted no entiende nada y no sabía ni si la respiración era correcta, ni se estaba apagando como una cerilla, si la iba a ver crecer. En fin, tome aliento, que al final no fue para tanto. La niña ya es mayor de edad y está viniendo del aeropuerto con "alguien" que lo acaba de destronar.

Bueno, sea sincero. Usted sabía ya que hace tiempo le colocaron en la estantería de trastos antiguos. Apreciable, pero sin más. Hace años que se acabaron los juegos, las miradas cómplices para llamar a mamá rebosando mimos por todos los poros, las siestas con ella encima en las que usted no podía pegar ojo, hipnotizado como estaba de esa maravilla de la naturaleza, sangre de su sangre, carne de su carne. Con las facciones igualitas a las de su mismísimo padre y tranquila, como abrazándole con sus bracitos regordetes.

Ella ni se acordaría de eso si no lo hubiera visto en alguna foto o alguna videograbación de las escasas que en esos tiempos había, nada que ver con las de las hermanas más jóvenes, para las que ocurrió justamente lo contrario: apenas tiene usted fotos impresas y, en cambio, hay en su ordenador carpetas sin fondo de videos digitales, que hasta se le han olvidado.

Pues esa es la que viene, con el "amor de su vida". Desde la pubertad ha tenido tendencia a la sobreactuación, por eso usted ha entendido esa expresión de manera relativa. Algo relativa, porque se trata de unos sustantivos contundentes: "amor" y "vida". Nada menos. Usted, justamente, daría la suya por ella, por el amor de padre que le tiene. En teoría, sabía bien que era un ser destinado por naturaleza a ser autónomo, a tomar sus propias decisiones. Incluso procuró educarla en la responsabilidad, para que supiera en su edad adulta optar por lo más conveniente.

Ahora, en este juego de la imaginación, se nos abren múltiples opciones. Algunos con los datos expuestos, ya tendríamos suficiente. Pero hagamos el esfuerzo de dar una vuelta de tuerca más. Supongamos que a quien trae a cenar esta noche es a un hombre de otra raza, como en la deliciosa película que inspira estas líneas. Un hombre aparentemente decente y juicioso, pero de otro color. A usted, abierto de mente, no le debería importar, salvo cuando se pone a pensar en las consecuencias sociales que ello puede conllevar, y aunque esa es la sociedad que usted tiene como ideal, no le gustaría que fuera su hija la que tuviera que hacer de ariete contra los prejuicios.

Hay otras modalidades. Usted ha dado por supuesto que es un hombre quien le acompaña. ¿Y qué pasa si el amor de su vida es una mujer? ¿Está dispuesto a hacer como si no pasara nada, porque su estupenda teoría le dice precisamente que "no pasa nada"? Tal vez sí, o tal vez, viviendo en un entorno poco abierto a las novedades, teme el rechazo social, la pérdida de oportunidades para un eventual futuro brillante para su pequeña bebita.

Añadamos aún más elementos para poner en tensión sus límites imaginativos: Viene con una mujer, mucho mayor que ella, y de buenas a primeras, al presentársela, le dice que la acaba de recoger de la cárcel, en donde ha cumplido una condena de varios años, pero que no se preocupe porque está totalmente reinsertada. No podrá evitar la cara de perplejidad. De eso estoy seguro. Pero ponga a prueba sus convicciones, por lo menos en el terreno escasamente arriesgado de la imaginación. Y recuerde que la realidad puede superar con frecuencia la ficción y que no estaría de más intentar ser coherente con lo que usted ha opinado para un mundo mejor en el que quepamos todos.

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