¿POR QUÉ TANTA PALABRERÍA?
Hablamos y hablamos y nunca decimos nada. Las palabras se vacían de significado. Y a veces significan lo contrario. Sobre todo en los discursos académicos y en los mítines políticos. Pero también en las charlas de la gente. La sociedad siempre tiene a raya el lenguaje.
Los correctos no quieren ofender a nadie pero siguen igual de brutales. Los americanos reniegan de su origen europeo y reivindican a los indios pero siguen marginando a los indios. Los progres le llaman compañero a todo el mundo pero escogen sus compañeros. Los conservadores hablan de libertad pero es sobre todo libertad para ellos.
Muchas cosas suceden en el mundo pero si escuchas a la gente nadie las hace. Todo el mundo es santurrón, todo el mundo hace solo lo aprobado por la época. Todo el mundo es puritano, progre, correcto, feminista, santo, impecable. Nadie ha roto un plato en su vida.
¿Nunca se ha de decir lo que se piensa?, preguntaba Quevedo. No, las presiones sociales nos lo impiden en todas las épocas. Si quieres llenar las palabras de verdad te juegas el linchamiento. Tenemos que soltar palabras y palabras. Palabras acolchadas y acarameladas, vacías de significado.
La hipocresía es un homenaje que el vició le hace a la virtud, decía La Rochefoucauld. Y mucha sinceridad apesta, según algunos. Sin embargo ¿qué haremos si las palabras pierden su función de comunicación, si solo sirven para ocultar y poner hojarasca encima?. Tal vez necesitemos a unos cuantos Bukovski, a unos cuantos Henry Miller. O a los poetas. Ellos sí le dan una carga a las palabras.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR
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