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La Transición Democrática y el Franquismo
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La Transición Democrática y el Franquismo

Actualizado 29/01/2019
Miguel Ángel Perfecto

La crisis económica y social que se instaló en España a partir de 2009 y la aparición de nuevos partidos políticos como Podemos y Ciudadanos a puesto de manifiesto una dura crítica contra el proceso de transición a la democracia en España como si los problemas actuales tuvieran su origen en un cambio político que significó la continuidad de la Dictadura Franquista.

Semejante opinión, extendida a través de las redes sociales y por los voceros de Podemos no responde a la realidad porque la democracia actual como bien señalan los extandares internacionales es un régimen democrático consolidado y además esa opinión supone un verdadero insulto para todos los españoles que sufrieron, padecieron y lucharon contra aquél régimen dictatorial, muchos de ellos acabaron en las cárceles, represaliados o exiliados durante muchos años.

Afirmar con todo descaro que la Constirución española de 1978 es una secuela del Franquismo es faltar interesadamente a la verdad. Para los historiadores la transición política española fue un fenómeno muy complejo, difícil y sangriento en el que confluyeron circunstancias internacionales que favorecieron el proceso como el final de las dictaduras griega y portuguesa y la distensión entre el Este y el Oeste con una evolución interna caracterizada por los cambios sociales y económicos de la sociedad española, por la debilidad del dictador, la división de los franquistas y las luchas populares de la oposición en defensa de la democracia. Todos esos factores impidieron, en contra de lo que se afirma hoy alegremente una transición dirigida desde el franquismo.

La transición no fue como proclamaron políticos de UCD y repiten responsables del PP un plan organizado y diseñado por Torcuato Fernández Miranda, aprobado por el rey y ejecutado por Adolfo Suárez, nada más lejos de la realidad. Entre otras razones porque sin acuerdo con la oposición democrática liderada por el PCE y el PSOE dificilmente los paises democráticos hubieran avalado el cambio político español. El Gobierno de Suárez se vio obligado a pactar y en consecuencia a renunciar a una serie de principios claves en el Franquismo desde la propia legalización del PCE, bestia negra del régimen, hasta la legalización de los partidos políticos y sindicatos y la renuncia explicita al Nacional Catolicismo, eje fundamental del Franquismo. Sin olvidar que en el pensamiento de Suárez nunca estuvo aprobar un texto constitucional nuevo, sino reformar las Leyes del Movimiento. La presión de la calle con manifestaciones y huelgas y el peso electoral de la Izquierda obligaron a UCD a apoyar el debate constitucional que culminó con la Constitución de 1978.

Como hemos demostrado en anteriores artículos, el proyecto político del franquismo moderado representado por el Rey y Adolfo Suarez solo pudo llevarse a cabo muy parcialmente y en su fracaso tuvo que ver tanto la ciudadanía democrática que conquistó las calles entre 1975 y 1977, como los propios resultados electorales de 1977 que consolidaron las opciones de la izquierda democrática, frente a las opciones franquistas de Falange española y la propia Alianza Popular.

Ciertamente, por el camino a la democracia la oposición democrática tuvo que ceder en dos asuntos importantes: la celebración de un referéndum que permitiera conocer si los españoles querían una monarquía o por el contrario se decantaban hacia un modelo republicano; y en segundo lugar, la política del olvido respecto a la represión franquista. Como dijo Santiago Carrillo del PCE en aquellos años:" Monarquía, República?, Democracia", ese era el gran objetivo del cambio.

Hoy en día, muchos años después, deberíamos cerrar ese capítulo, no sobre la base del olvido del pasado sino sobre el reconocimiento y condena de ese régimen represivo y el entierro digno de las miles de personas asesinadas por el régimen que todavía siguen en las cunetas de nuestras carreteras.

La reconciliación nacional de la que se hablaba en la transición no significa olvidar el pasado y adoptar una postura de equidistancia como si fuera lo mismo ser represor que víctima, sino asumir que aquél régimen sangriento no estaba justificado de ninguna manera, ni siquiera apelando al manoseado argumento de los errores de la república.

Solo desde el rechazo claro del franquismo, como por otra parte han hecho los alemanes respecto al nazismo, podremos recuperar una memoria común sin vencedores, ni vencidos.

El resultado del esfuerzo y sacrificio de miles de españoles demócratas, mujeres, obreros, estudiantes, etc ha merecido la pena porque ha permitido una constitución democrática que es la que más ha durado de toda nuestra historia constitucional y unos cambios sociales, económicos, educativos y culturales que han culminado en una sociedad moderna y avanzada, muy diferente de aquella pobre y subdesarrollada España de los años 70.

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