El diccionario de la Real Academia no incorpora entre sus miles de voces el término "necropolítica", acuñado por el pensador camerunés Achille Mbembe para definir la política de muerte seguida por los gobiernos que votan los ciudadanos en el mundo democrático; en oposición a la "biopolítica" patrocinada por Michel Foucault, que predica una política para la vida.
Siendo ambos neologismos expresiones de dos actitudes opuestas de consecuencias opuestas -vitales o letales- para los seres humanos que ponemos nuestras vidas en manos de sanadores o matarifes, sin darnos cuenta lo que representan las urnas en democracia por deteriorada que esta se encuentre, donde a muchos ciudadanos se los apuntilla con leyes excluyentes de la vida.
Hacer política necrológica con cuerpos de los vecinos es mayor pecado capital que la suma de las siete maldades contempladas en la catequética doctrina católica, con el agravante cinismo que conlleva organizar velatorios honoríficos para todos los que mueren sin honor ni dignidad expoliada por los depredadores.
Los necropolíticos piensan que las vidas humanas tienen diferente valor, según la utilidad del cuerpo que sustentan, evitando el asesinato directo en morgues sociales de las personas inservibles, a cambio simplemente de dejarlas morir, aplicando políticas mortuorias para que vayan desapareciendo silenciosamente.
En un país necropolítico sobran los ciudadanos que no son rentables para la producción ni el consumo, siendo descartados como basura, sin mérito siquiera para ir a los contenedores, puesto que muchos de tales seres inservibles, mueren en las aceras, en charcos de campos refugiados, playas de miserable desembarco, naufragios, o más directamente ametrallados en las fronteras
No es trasgresión moral lo que lleva a los necropolíticos a reducir gastos en salud, dependencia y bienestar, sino su falta patológica de empatía y la seguridad de que ellos tendrán atendida su salud y dependencia, cuando la vida se les ponga boca arriba y el futuro encubra el punto de luz en el túnel en sus vidas.
Por eso la todopoderosa "Madame marquesa" en tiempos de Sarkozy, aseguraba que los ancianos vivían demasiado y eran un peligro para la economía global, recomendando hacer algo urgente para evitarlo. Algo que mereció los más duros recuerdos de los ciudadanos mundiales para los padres de la señora Lagarde, aunque sus progenitores no merecieran tanto desprecio.
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