Podemos nació hace cinco años a causa del cabreo popular con la política y con los políticos tradicionales. Y de ahí su éxito fulgurante.
Ahora existe, quizás, más cabreo ciudadano que entonces y de carácter mucho más transversal, como se comprueba por las violentas reacciones del sector del taxi o por las constantes movilizaciones de jubilados, un colectivo hasta ahora más bien pasivo, como su propia denominación indica.
Pues ahora que Podemos podía prometérselas muy felices, recabando votos de unos y de otros, va y pierde electores externos, por un lado, y se descompone internamente, por otro. ¿A qué se debe?
A no haber dado la talla, a no haberse sabido diferenciar de aquellos políticos a los que pretendía combatir y a quienes ha acabado por imitar: desde los problemas fiscales de Juan Carlos Monedero a la reventa especulativa del piso de protección oficial de Ramón Espinar, pasando por la explotación laboral del auxiliar de Pablo Echenique o la nueva mansión de Pablo Iglesias e Irene Montero.
Estos hechos, propios de lo que ellos llaman despectivamente "vieja política", junto a otros, han provocado que el aluvión de marcas y sensibilidades políticas que confluyeron en Podemos tienda a disgregarse, por un lado, y que sus líderes practiquen la purga interna, por otro, en la mejor tradición leninista.
Sorprendentemente, por todo esto, Podemos acaba por resultar el mejor aliado de VOX, otro partido antisistema, aunque de signo opuesto, de gente cabreada con los partidos tradicionales, que busca soluciones expeditivas y sin medias tintas a los viejos problemas y a los nuevos.
Ante esta debacle que se avecina, se explica la unión con Manuela Carmena de sus concejales podemitas, la aproximación a ésta de Íñigo Errejón, el enfrentamiento de Gaspar Llamazares con la podemizada Izquierda Unida y otros fenómenos de ese tipo.
Esto, pues, no ha hecho más que comenzar.
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