Dando un paseo, un señor jubilado encontró una ramita. Era muy pequeña, y tenía aspecto frágil. Le dio pena verla en el suelo. No sabía qué hacer, y pensó llevársela. Una vez en casa, recordó el hueco que había dejado un árbol, al que la agresión de unos vándalos había dejado finalmente seco, frente a su puerta. Así que decidió plantarla allí. Salió de casa con ella en una mano y una garrafa de agua en la otra, hizo un huequecillo con un palo que vio, introdujo una parte de la pequeña rama en el orificio, arrimó la tierra para cerrarlo, y lo regó, no sin pasarle por la cabeza la duda de si tendría buen futuro.
Durante meses y meses se asomaba, a diario, varias veces, desde la ventana, esperando que sus miradas de ánimo fueran haciéndola crecer. Y bajaba a la calle a regarla. Un día tras otro día.
Pasó así muchísimo tiempo. La ramita iba creciendo. Cada vez tenía más sed. A él cada vez le pesaba más la garrafa de agua. Un día, al ir a hacer la compra, resbaló y tuvo que estar en reposo con un pie vendado. Su vecino fue a verle. Y cuando el jubilado le contó la historia de la ramita y su preocupación de que muriera, después de tanto y tanto cariño cuidándola, le prometió que él se haría cargo el tiempo que fuera necesario y que lo importante era que se recuperara. Se conocían desde hacía tantos años...
El vecino comenzó a regar aquella rama, que ya iba espesando su grosor, creciendo poco a poco. Él lo llamaba arbusto por el tamaño que iba adquiriendo.
Así siguió mucho tiempo, porque el jubilado se recuperó de su lesión, pero le habían recomendado no coger peso. Él disfrutaba asomándose a la ventana y viendo su ramita crecer y crecer.
Un día, los hijos del vecino se dieron cuenta que éste era ya muy mayor, y pensaron que lo mejor era que se fuera a vivir con ellos al pueblo. La ciudad ya no era buen lugar para alguien de tanta edad, dijeron.
Pusieron en venta el piso. Y cuando llegó la compradora, el vecino le dijo que al adquirirlo debía asumir un encargo. Le contó la aventura de la ramita, de cómo el jubilado la había cuidado, de tanto como él mismo la había regado?
A la chica le gustó la historia, y empezó a regarla desde el primer día que entró en la casa, bajo la mirada atenta del jubilado desde su ventana, a la que ya se acercaba con la ayuda de su andador. Cada semana el vecino le llamaba desde el pueblo para preguntarle cómo iba el arbusto, y él le contaba que ya parecía un arbolito.
Con el tiempo, la chica tuvo un niño con su pareja. Como el jubilado ya era muy mayor y pasaba mucho tiempo en cama, la chica le enseñaba cada domingo en su móvil la foto del árbol, que ya iba creciendo y echando ramas. En él había un nido de aves.
Cuando el niño ya crecido llegaba con su madre del colegio, bajaba con ella. Ella llevaba la garrafa de agua, y el niño una botella. Aquel árbol cada vez tenía más sed. A veces, debían hacer dos viajes. En verano daba buena sombra.
Un día, el niño y su madre quedaron atónitos. En el árbol vieron algunas aves blancas picando con suavidad, cada una, una pequeña ramita, hasta que lograban desprenderla. Cuando caía, volaban hasta el suelo, la cogían con su pico, y se iban surcando el cielo.
Les extrañó tanto aquello que, cuando subieron a casa, buscaron en internet distintos árboles a ver si encontraban alguno parecido. Mientras el niño acababa de buscar, la chica escribió a sus amigos contando por wasap aquella historia de la pequeña rama que se hizo arbusto, y luego se convirtió en árbol, y lo de las aves llevando ramitas en su pico. El niño corrió a decirle a la mamá que ya sabía el nombre del árbol y ella empezó a recibir mensajes de repente. Sorprendida, le dijo al niño que unos contaban que llevaban tiempo regando ramitas y arbustos que luego se hicieron árboles que después tuvieron aves que se llevaban ramitas pequeñas... Otros contaban que habían encontrado una pequeña rama y la estaban empezando a regar. El niño, muy contento, dijo: "Mamá, ¡el árbol se llama olivo y el ave blanca, paloma!".
Dedicado a quienes recogen, plantan y riegan pequeñas ramas, que se hacen olivos donde anidan palomas blancas que esparcen ramitas surcando los cielos hasta otros confines de la Tierra.
Algunos datos:
El 30 de Enero se conmemora el fallecimiento (1948) de Mahatma Gandhi. En 1964 el poeta y profesor mallorquín Llorenç Vidal, "el Trovador de la Paz", lo estableció como apoyo permanente a la educación en la no violencia. Lanza del Vasto, discípulo de Gandhi recomendó en los 70 dedicar un día a la no violencia en las escuelas. La ONU decretó un Decenio Internacional para una Cultura de Paz (2001-2010).
Desde hace más de cincuenta años, la "ramita" de Llorenç Vidal ha logrado que el 30 de Enero se celebre en centros educativos de todo el mundo este día como simiente de no violencia y PAZ que florezca en la mente y el corazón del alumnado y de la sociedad.
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