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Elba Maribel Hernández Miranda, la flor y el canto
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PRESENTACIÓN EN LA SALA DE LA PALABRA

Elba Maribel Hernández Miranda, la flor y el canto

Actualizado 24/01/2019
Charo Alonso

La autora mexicana ha presentado su primer libro de poemas Claro del tiempo en La Sala de la Palabra del Liceo ante un nutrido público de amigos y poetas

A Elba Maribel Hernández la conocí en el Café Bar Manolita en un emotivo acto en memoria de Aníbal Núñez. Desde entonces muchos han sido los encuentros con esta mujer exquisita que con su hablar cadencioso, su melena de obsidiana y su sonrisa de maíz siempre es para mí ese México que ella vive en la Salamanca que habita.

A Elba Maribel los amigos la queremos, la saboreamos ?es una espléndida cocinera- le insistimos en que publique sus poemas, le admiramos sus fantásticas artesanías mexicanas que reúne bajo el título de "ArteconVerso" y sobre todo, la disfrutamos cuando aparece rojo sobre negro, acompañada de Fernando Gil Villa y de su hija América, paisaje amoroso de nuestra Salamanca cotidiana de versos y ratos.

De ahí que asistir a la presentación de su primer libro sea una fiesta innombrable. Y más si la mano que lleva el acto en esta Sala de la Palabra azul y familiar es la poeta y profesora Asunción Escribano. De ahí que estemos todos y le escuchemos que la de Elba Maribel es una voz nueva, pero no inmadura, porque esté libro, magníficamente editado por Torremozas, una editorial que siempre ha apostado por las autoras frente al olvido de las poetas en una época ya lejana, es un libro reposado, maduro y perfecto.

Un libro en el que, para Asunción Escribano, suenan las voces tan caras a la poeta mexicana: Hugo Múgica, Valente, Ada Salas y sus destellos impresionistas? y sobre todo, María Zambrano, quien también escribió sobre claros de bosque? porque en este claro de Elba Maribel, siempre reposada y entera, hay una insólita serenidad. La de la espera hasta conseguir la excelencia. En un mundo de prisas, la poeta ha conseguido hacer un claro en el tiempo y detenerse a reflexionar sobre el pasado, el futuro, y hacerlo con una poesía compleja dentro de su exquisita, desnuda concisión.

Una poesía que, para Asunción Escribano, juega con la memoria pero tiene visos de futuro porque está dedicada a la hija, América, que conjuga los dos continentes. La nostalgia en la poeta es permanente a pesar de su sempiterna sonrisa, es la nostalgia interior de un origen siempre presente que le hace volver a la tierra, a la piedra que decora con sus pinceles y sus palabras, en un acto realizativo casi místico: el de crear la realidad que se nombra. Esa palabra que cae como una pluma azul, que recita Asunción Escribano, es la memoria de los ancestros de una mujer luminosa que finaliza el libro con un verso bellísimo: Nada ha envejecido en el deseo. Y en el deseo, para la fantástica introductora de este libro, siempre hay esperanza.

Las sabias palabras de Asunción Escribano tienen su correlato amoroso en el sociólogo y poeta Fernando Gil Villa, que reconoce divertido que Elba Maribel no se casa con nadie. Admiradora de la poesía de Bishop, de Dickinson, de Sor Juana, de Aníbal Núñez, de Eduardo Lizarde y de Villaurrutia, la poeta es para Gil Villa una autora sensata y serena que baila con la poesía, que no tiene prisa y que ara y ora su trabajo con dedicación y tiempo. Si para los antiguos mexicas, los poetas eran los que sabían, señores de la palabra, Elba Maribel ara su espacio con calma, encontrando en la arqueología del poema la cabeza en piedra de sus ancestros, la flor y el canto de los aztecas de la lira que pueblan sus artesanías, su herencia, su imaginario.

Esa voz de México que nos trae aires de mar de su Veracruz de niña enamorada del talento oral de sus abuelas, de la biblioteca de su hermano y del amor a la oratoria de su padre, reconoce, cuando toma la palabra, que está más cerca de vivir la poesía que de publicarla. Juego de reflexión, de revelación, la poesía se ha impuesto como libro para, según Elba Maribel, entregarla como un regalo espiritual a su hija, a sus seres queridos y a todos esos amigos que esperábamos el tener en las manos esta joya azul de una autora a la que siempre empujamos al púlpito de lo público.

Merece la pena la espera, fin y finura, como afirma la poeta. En ella reside la perfección del canto, la brevedad en equilibrio de la página ocupada a penas por versos breves y densos, por palabras inventadas llenas de significado, por caricias que son cicatrices de la falta, evocaciones exquisitas de la memoria. Que nadie espere anécdotas ni declaraciones de desarraigo en la poesía de Elba Maribel Hernández Miranda. Todo es impresionista, delicado y profundo. Todo es símbolo de una verdad más trascendente. De lo pequeño a lo imprescindible, de la caricia a la raíz: Ellos sabían del tiempo/ a la luz de la lumbre y/ la palabra florida./ Hablaban con sus dioses/ que no estaban muertos.

Una raíz honda como la historia de la América que vive en la sabia quietud de una mujer capaz de reflejar la tragedia de su país con la iconografía de su bandera y la ironía de su dolorido sentir: Hace tiempo que entregó/el reino a la serpiente/-invertidos los papeles/el reptil venció al rapaz/diciendo que/siempre es mejor estar/con los pies sobre la tierra. Porque en ella, la licenciada en Ciencias Políticas, la poeta, la artista siempre divulgadora de la identidad mexicana, la madre de América, la compañera fiel del sociólogo y profesor de la universidad de Salamanca Fernando Gil Villa, nada falta ni nada sobra y en la voz de la rapsoda salmantina, Ángeles Gutiérrez Tábara, que lee sus poemas de una forma aún más emocionada: -lo mismo daría ahora hablar de pájaros/ o patrias, bajo la misma lucidez conmovedora. Esa lucidez que amamos todos los que amamos a Elba Maribel Hernández Miranda, quien ha hecho un claro en nuestro invierno continental para traernos la voz y el canto. Herencia de esa Malinche a la que se encontró Cortés, ahí en la hermosa Veracruz. Y nada falta ni nada sobra.

Charo Alonso.

Fotos: Lydia González y José Amador Martín

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