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La corrupción política en España. Un problema de todos
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La corrupción política en España. Un problema de todos

Actualizado 22/01/2019
Miguel Ángel Perfecto

La corrupción, la compra de favores a políticos, la estafa a la Hacienda pública, no pagar el IVA, el engaño en el peso o en el precio de los productos etc son uno de los grandes problemas de nuestro país hasta el punto de que una encuesta de la Comisión europea ha señalado que el 95% de los españoles consideran que nuestro país es muy corrupto.

La percepción que los ciudadanos tienen de la corrupción política no se corresponde, sin embargo, con la realidad. En la campaña por desacreditar el sistema representativo muchas personas, incluyendo periodistas influyentes, hacen afirmaciones sobre la corrupción comparando a España, un país europeo, con los países africanos o con Turquia o Venezuela. Quizá sea necesario aclarar las cosas para que la imagen que tienen muchos españoles del sistema político que nos dimos libremente en 1977 no destruya la imperfecta democracia española en favor de no se sabe qué alternativas populistas o antidemocráticas.

En España cuando hablamos de corrupción siempre señalamos a los políticos como los responsables de ella, sin embargo, existe la corrupción no sólo porque alguien se deja corromper, sino porque alguien corrompe y compra voluntades. Tan culpable es quien se deja comprar, como el que compra, y de esto último se habla mucho menos.

Una de las causas del crecimiento de la corrupción política en este país ha sido la legislación del suelo que permitió a partir de comienzos de este siglo, en el mandato de D. José Maria Aznar, construir en cualquier parte y de cualquier manera. Al hilo de esa legislación se desató una oleada de especulación urbanística que presionó de manera considerable sobre los pequeños ayuntamientos de la costa, primero y en los alrededores de las capitales más tarde para que se construyeran urbanizaciones por todas partes.

Esta especulación fue bien vista entonces por la mayoría de los ciudadanos que apenas protestaron por las tropelías que se cometieron. La razón era los cientos de miles de puestos de trabajo creados, y la posibilidad de recibir las migajas de una operación de especulación escandalosa que ha destruido una parte de la costa española y también del interior.

Pero la fiesta del dinero y del enriquecimiento tapaba todas las bocas. Mucha gente recurría a los bancos para comprar a crédito una vivienda o un solar con la esperanza de vender de nuevo, a veces sobre plano, con un beneficio extraordinario del doble o el triple de la inversión inicial. Se compraba para especular, pero muy poca gente protestaba entonces.

Todos estábamos subidos al carro del dinero, los constructores, los ayuntamientos y diputaciones, las Comunidades autónomas, los bancos, los trabajadores de la construcción y los ciudadanos que compraban para revender. Vivíamos un capitalismo de Casino.La corrupción de este país, no es solo de los políticos, desgraciadamente vivimos unos tiempos donde el culto al dinero es lo que nos une.

La responsabilidad personal, el trabajo bien hecho, el sentido de la ética ciudadana están hoy en retroceso. Mi Yo domina los intereses colectivos y el bien común naufraga abandonado por todos. La crisis social que nos agobia en España es ante todo una crisis de valores: la solidaridad, la austeridad, el compañerismo, el sentido del trabajo se han perdido en medio de un egoísmo feroz donde "lo mío es lo primero" y donde la picaresca triunfa (con IVA o sin IVA?).

Muchos hemos escuchado conversaciones donde se atacaba a políticos honestos porque no se habían aprovechado de su cargo y diciendo, "pues yo me lo hubiera llevado, qué tonto!" Hace algún tiempo, una mujer ecologista de Extremadura a la que había dado el Tribunal Supremo la razón sobre una urbanización ilegal comentaba cómo se había tenido que marchar de su pueblo por las amenazas de sus vecinos que rechazaban su lucha por restablecer la legalidad, en aras de unos hipotéticos puestos de trabajo. Esa es la realidad de nuestra sociedad y debemos pararnos a hacer una severa autocrítica porque lo que está ocurriendo es culpa nuestra.

Alguien podrá argumentar que no es cierto que no seamos solidarios, las cenas a favor del Cáncer o los diferentes movimientos de protesta (las famosas Mareas) desmentirían mi afirmación. Sin embargo, precisamente esos movimientos de protesta me reafirman en mi opinión sobre el retroceso de la solidaridad social.

Las mareas son movimientos defensivos integrados por los miembros de un sector que se considera agraviado por las medidas gubernamentales, médicos y enfermeras, docentes y estudiantes, mujeres, ciudadanos de barrio, etc.

Es decir, cada uno se mueve " por lo suyo", lo cual es muy legítimo, pero eso no tiene que ver con el concepto de solidaridad y de bien público de hace tiempo cuando los ciudadanos apoyaban protestas o manifestaciones de sectores que no eran los suyos. Muchos hemos ido a marchas de mujeres reivindicando el aborto, hemos apoyado a obreros de una empresa expulsados de su trabajo y hemos visto a obreros de la construcción apoyar protestas estudiantiles, aunque no tenían que ver con eso. La crisis económica acabará en algún momento, el paro retrocederá y volveremos a crecer económicamente pero la crisis social no terminará mientras no seamos capaces de dar la vuelta a esta sociedad sin valores que padecemos ahora.

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