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Música, memoria y recuerdos salmantinos en el Madrid de la editorial Huerga y Fierro
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Presentación del libro de Charo Alonso en Madrid, 'retazos al natural'

Música, memoria y recuerdos salmantinos en el Madrid de la editorial Huerga y Fierro

Actualizado 20/01/2019
Valentín Martín

Crónica llena de recuerdos de una ciudad en la que reinaba la belleza de Charo López

Valentín Martín, decano de tanta prensa madrileña, tiene la memoria feliz de los que no olvidan y saben que el presente es, como el futuro, un regalo del pasado. Por eso, verle en Madrid escuchando a Jimmy López Encinas, cantante del grupo salmantino Baden Bah y protagonista de su hermoso proyecto "El hombre tranquilo", es un regalo. Al escritor salmantino vecino de Santa Inés, donde todos los años organiza un festival de literatura y música, la memoria le juega una deliciosa pasada gracias a mi nombre: recordar los tiempos en los que Charo López, la actriz salmantina más hermosa que ha tenido el cine español, dejaba atónitos a los vecinos de la ciudad provinciana cada vez que salía de su casa de la Calle Prior. Una evocación tan hermosa como la música de Jimmy López Encinas, un cantante comprometido con todo lo bueno que le queda a una sociedad tan convulsa como adormecida era la Salamanca bendita de la insigne memoria de Valentín Martín:

Vinieron de Salamanca Charo, Fernando y Jimmy y en Madrid les esperaban Charo y Antonio, de Fierro y Huerga. Digo Fierro en primer lugar porque hay momentos como este en el que ella toma la palabra, abre la sensibilidad y te da todo el aire para respirar mejor un libro. Anoche lo hizo, mientras Antonio me decía al final: los hombres, mejor detrás. Él sigue estando en el fragor de los libros pero me da en el hocico que también en el aroma de los hijos. Yo creo que Antonio Huerga añora ser abuelo.

Una vez más me perdí en Madrid. Al otro lado de la ciudad, hay cines y tranvías que no conozco, aunque cada vez quedan menos cines y ya no hay ni un solo tranvía, como los que tanto amé en Bucarest, la de los tejados verdes y el segundo París que fue un día. Y sin cines ni tranvías ¿cómo voy a dar yo con los paraísos nocturnos y la memoria de las seducciones que nunca viví?

La culpa de mi extravío anoche fue de un chino. Yo tengo amigos chinos y los conozco, por eso sé que tienen su aquel. Por ejemplo, Lu Pin que le vende las peonzas a mi nieto el mayor: cada vez que paso por delante de su tienda, me sonríe, chasca la yema del dedo pulgar con la del dedo corazón y dice eso de "tú escritor, tú famoso, tú mucha pasta". Será posible.

Así que no es extraño que el chino de anoche se confundiese como Lu Pin y me mandase a una calle donde no estaban ni Charo Alonso ni Charo Fierro en la isla del tesoro de los libros. Para este chino frutero todas las calles son el mismo Sebastián, así que me mandó a Sebastián Elcano, que si no recuerdo mal es el buque donde se doctoran o doctoraban los guardiamarinas, casi todos hijos de buena familia como el propio Felipe VI. Los guardiamarinas siempre han tenido mucho tirón en cuestión de amores, y eso no se le escapó al inquieto Pedro Masó que le encargó una película al otro Pedro (Lazaga) con un Alberto de Mendoza muy marinero y muy hombre. Bueno, un taquillazo. Ya digo que soy amigo de los chinos, así que no se tome como menosprecio el que le eche la culpa de mi equivocación al chino frutero. Y que añada que después de frecuentarles a diario no he conseguido saber por qué los chinos escupen mucho, y las chinas aún más.

Sencillamente: a mí Madrid no me gustó nunca, me queda ancho o me tira la sisa, qué sé yo, si sigo siendo el niño de pueblo que se manejaba mejor entre las ruinas del castillo de la Mora Encantada. Pero conseguí llegar a tiempo cambiando de Sebastián, y antes de que Charo Fierro abriese la velada salmantina con el pulso casi paisano de su corazón leonés, me dio tiempo a saludar a María Tena, a Carlos D'Ors, y una charladuría con mi editora de Lastura Isabel Miguel, la mujer que tuvo la culpa de que Antonio Machado intentase el suicidio y los ojos más bonitos de Castilla la Vieja.

Cuando le tocó el turno a nuestra Charo Alonso se vio que habla con la misma plenitud íntima de su libro: qué gusto. Y que Jimmy López Encinas (un cantor que merece abrir más las ventanas) declina mejor que nadie la literatura de Charo. Los dos tejieron los momentos más altos del invierno que empieza, igual que en Alba de Tormes tejían las mantas de tiras.

Escuchando a Charo Alonso, no sé por qué se me vino a la cabeza el gesto absurdo de una mujer directiva de un barco literario. La mujer directiva no quería que yo abandonase la nave, aunque no sabía muy bien ante qué individuo estaba, sólo que le gustaba mucho cómo escribía. Así que primero trató de endulzarme el oído:

-Es usted un señor.

Eso me dijo la pobrecita, demostrando así su profundo desconocimiento de los señores.

Luego fue peor: le dio la tontuna de encargar a un abogado poeta la definición de mí mismo, cómo era, a qué dedicaba el tiempo libre, esa cosas que son más de Perales que de una empresaria. Y el abogado poeta acabó por rematar el error:

-Habla como escribe.

Eso dijo de mí el gachó, como si yo fuese el obispo terrible de Alcalá o Solís Ruiz, aquel falangista de Cabra.

Bueno, que la oralidad literaria de Charo Alonso da mucho gusto. Si en Retazos del natural hay emoción, al escucharla de su boca se ilumina aún más. Y que espero oír muchas veces al filósofo cantor Jimmy López Encinas, porque no sólo canta como el mejor sino que canta algo impagable hoy: el compromiso.

Cuando terminaron los dos, me di cuenta de que, aparte la jefa Charo Fierro que es de León, en Salamanca tenemos muchas Charos, Charo Ruano, Charo Alonso?igual que en mi pueblo contamos con infinidad de Teres, incluida la mi Tere. Y lo dije. Hubo alguna que se amusgó, y hasta creo que se repuchó. La cosa vino porque en ese instante de la dudosa luz del día (Cela), a los mendigos crepusculares nos suele nacer la nostalgia. Y a mí me vino la imagen adolescente de aquel pibón salmantino -Charo López- que cuando sacaba sus 18 años de su casa en la calle Prior nos ponía a temblar las piernas a todos, como cuando la Yoli de mi pueblo entraba en el bar de Alberta a comprar vino para su padre Peral.

Aclaro que hace más de 50 años salí de Salamanca y nunca volví, así que es difícil que me sepa la lista de Charos. (Mis regresos son a la Salamanca de los 60, a esa sí). Amo a España porque no me gusta, decía Unamuno. En cuestiones de amores y tierras, yo soy apátrida. Me duelen no España ni Salamanca, lejos queda ya el tiempo de aquella crucifixión. Eso sí, echo de menos mi casi vacía y sola de Siena, donde yo llegué a creer que podría atardecer con esperanza mientras esperaba la noche sin caminos que es la nada.

Mi jefa editora de Lastura, Isabel Miguel, que anoche me acompañó, me dijo no hace mucho:

-Tienes que agradecerme tu reconciliación con Salamanca.

Tuve que precisarle que en cuestiones de amores salmantinos soy un guardiamarina que no sale nunca de la parcelita de María Ángeles Pérez López, Montserrat Villar Gonzalez y Nacho, Gabriel Calvo, Carmen Borrego, y Charo Alonso que anoche nos hizo felices. Y que hubo un momento de homeopatía en que casi vuelvo, pero me di de bruces con la frase de una mujer, tan parecida a la señora directiva del abogado poeta:

-A mí me gusta mucho el campo. Mientras mi marido trabaja, yo me ocupo de las rosas.

Ay, mi Carmen Martín Gaite, qué razón tenías debajo de la boina.

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