Cuentan algunas crónicas que la nutrida parroquia -entre 600 y 800 asistentes, según los medios- que el otro día arropó en Burgos a Ortega Smith, el secretario general de Vox, exhibió banderas tuneadas con la figura del Cid. Nada de particular después de haber visto a su líder, Santiago Abascal, cabalgando a caballo para iniciar la "reconquista" desde Andalucía, donde la ultraderecha rampante ha propuesto además sustituir la fiesta del 28 de octubre, conmemorativa del referéndum en el que los andaluces se ganaron el derecho a una Autonomía de primera, por el 2 de enero, fecha en la que se conmemora la toma de Granada por los Reyes Católicos. Santiago y cierra España.
José María Aznar evocando a El Cid |
Ahora se constata que no fue casualidad que, al poco de "tomar" la Junta de Castilla y León a mediados de 1987, José María Aznar posara para un reportaje de "El País" ataviado como Rodrigo Díaz de Vivar. A Aznar, disfrazado entonces de vallisoletano adoptado casualmente en Quintanilla de Onésimo -Redondo, naturalmente-, le costó todavía nueve años reconquistar el Poder para la derecha. Y para mayor inri, una vez en La Moncloa tuvo que adular a un tal Jordi Pujol, asegurando que hablaba catalán en la intimidad.
Pero lo cierto es que, tras refundar el partido, en 1996 Aznar consiguió poner fin al dilatado mandato de Felipe González, devolviendo el gobierno a la derecha patria. Aparte del manifiesto deterioro del felipismo, que aun así gozó de una inesperada y agónica prórroga en 1993, su victoria no habría sido posible sin haber conseguido aglutinar en su partido el voto de casi todo el espectro situado a la derecha del PSOE, desde el grueso de los antiguos votantes de UCD y CDS a los nostálgicos del franquismo que, agrupados en Fuerza Nueva, no se comían un rosco en las urnas.
Dos décadas después, de construida en las urnas aquella reunificación, Aznar, desde su despacho de FAES (acrónimo que se corresponde con Falange Española, otra causalidad) dirige con el mando a distancia otra vez las operaciones. Su discípulo Pablo Casado sigue al pie de la letra las instrucciones. Por ahora, mientras salgan las cuentas y las tres patas apoyen el mismo trípode, como acaba de ocurrir en Andalucía, lo de menos es la reunificación. Todo lo contrario: Desmintiendo lo que siempre se había creído, la derecha suma más separada en tres opciones de lo que conseguiría agrupada en una sola.
Pablo Casado y José María Aznar |
Ciertamente, a Casado en Andalucía le han salido las cuentas. La conquista -aquí no cabe hablar de Reconquista- de la Junta de Andalucía ha ocultado sin embargo el gran descalabro electoral sufrido por el PP en las elecciones andaluzas, donde ha cosechado su peor resultado desde 1990. Paradójicamente, gracias a la entente a tres bandas con Ciudadanos y Vox, Moreno Bonilla va a ser presidente del gobierno andaluz con la mitad de votos y escaños conseguidos por el "campeón" Javier Arenas en 2012. Pero lo cierto es que en los comicios andaluces, primera cita electoral afrontada bajo la presidencia de Casado, el PP ha perdido más de 300.000 votos.
Que le hayan salido las cuentas en Andalucía no quiere decir que le vayan a seguir saliendo en los nuevos frentes que se avecinan.. En primer lugar porque el electorado de izquierda que se abstuvo el 2-D sin sospechar que la derecha podía sumar mayoría absoluta, ya ha quedado vacunado para futuras elecciones. Y en segundo lugar porque, de mantener su actual rumbo, el PP corre serio riesgo de verse emparedado entre Ciudadanos y Vox dejando de ser la fuerza más votada en ese espectro. Lo cierto es que Ciudadanos le sigue pisando los talones en los sondeos y las expectativas de Vox se están disparando en toda España a costa mayormente (alrededor de un 70 por ciento) de arrebatar votantes al PP.
Esperanza Aguirre y Santiago Abascal |
Mientras los de Albert Rivera tratan desesperadamente de no verse contaminados por su vergonzante convergencia con Vox, el PP ha optado por disputarle sin ningún complejo las banderas enarboladas por la nueva ultraderecha de corte populista. Al fin y al cabo el partido de Abascal no deja de ser una escisión del sector más reaccionario, confesional y nostálgico del franquismo, aquel que Aznar incorporó procedente de Fuerza Nueva.
A Casado, criado a la vez a los pechos de Esperanza Aguirre, no se le percibe nada incómodo asumiendo esa estrategia, que no comparten muchos entre sus propias filas, conocedores de que siempre ha sido el electorado considerado de centro el que ha decantado la balanza electoral.
Es evidente que el "procés" catalán ha desestabilizado hacia la derecha el centro de gravedad de la política española, pero antes o después ese fenómeno remitirá. Y esa estrategia de achicarle el espacio a Vox a base de invadirlo puede resultar doblemente contraproducente. De un lado, al espantar al elector más moderado: de otro, si, como suele ocurrir, el votante a captar al final prefiere el original antes que la copia. Y ya ha habido voces en el PP -incluso la de Juan Vicente Herrera, aunque solo en lo referente a la posible recentralización de las competencias autonómicas- que han advertido de ello.
De momento, sin prevenirse contra su toxicidad, el PP de Casado está consiguiendo blanquear los postulados ultramontanos de Vox. "Prefiero pactar con el partido de Ortega Lara que con el de Otegui", repiten con frecuencia sospechosa de argumentario distribuido desde la calle Génova muchos dirigentes populares, otorgando carta de naturaleza constitucional a un partido que defiende principios claramente preconstitucionales. Y todo ello está distorsionando la política española hasta el punto de que un partido que a fecha de hoy no dispone de representación en las Cortes Generales, está marcando ya la agenda. Como bien ha apuntado el periodista palentino Isaías Lafuente, el problema no está siendo tanto Vox como esa temeraria estrategia seguida por Casado.
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