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No hay que pagar para ir a misa
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No hay que pagar para ir a misa

Actualizado 08/01/2019
Antonio Matilla

No hay que pagar para ir a misa | Imagen 1

El pasado jueves 3 de Enero un salmantino, D. Eduardo Gutiérrez, se preguntaba en este medio si había que pagar 3 euros por asistir a misa en la Catedral. A ver, digámoslo claro y por derecho: no hay que pagar. Otra cosa es que D. Eduardo pertenezca a uno de mis clubs privados, el de los despistados; a mí me cuesta, a veces, encontrar la puerta para entrar los domingos a la catedral, y eso que soy canónigo. Tengo llave para poder acceder, pero prefiero entrar por la puerta abierta, por donde entra el pueblo llano, o será que tengo demasiadas llaves de demasiadas iglesias y les tengo un poco de manía.

Parece que lo que sucedió es que él estaba empeñado en entrar a misa por la Catedral Nueva, cuando lo cierto y verdad es que, en invierno, la Eucaristía se suele celebrar en la Vieja, donde hay cinco grados más de temperatura, o cinco menos de frío, según se mire. Todavía recuerdo el día de mi toma de posesión como canónigo, a primeros de abril del pasado año, con temperatura casi de frigorífico en la Catedral Nueva, 8 grados.

Otra cosa es la visita turística, especialmente para los no salmantinos, que deben abonar su entrada. Y, en estos meses, también se pide 1 euro a todos para visitar la Exposición temporal Contrapunto 2.0, preparada por la Fundación Las Edades del Hombre para conmemorar el aniversario de Contrapunto, que marcó un antes y un después en el turismo de la ciudad, a juicio de muchos profesionales de la hostelería y de las autoridades encargadas de promocionar el turismo en la ciudad hace veinticinco años, en 1993.

Dos temas importantes, que están relacionados, pero en los que hay que distinguir y matizar: el uno, que los sacramentos de la Iglesia son gratis; el dos, que todos los fieles cristianos debemos colaborar, en la medida de nuestras posibilidades, con el sostenimiento de la Iglesia. Y como la Iglesia, vieja que es, tiene un gran legado artístico y cultural, ese legado hay que mantenerlo, dignificarlo, restaurarlo si es necesario y ponerlo a disposición de los amantes del arte y de la cultura y, en general, de los turistas, ávidos de belleza, de conocimientos y de experiencias nuevas. Todo ello es responsabilidad de todos, no sólo de la Iglesia y de los creyentes.

Levantar nuestra catedral, con dos templos interconectados, el viejo y el nuevo, fue una empresa que duró, más o menos, siete siglos y que fue obra de todos, de la ciudad y de la diócesis entera. La sociedad, y en ella la Iglesia -como parte fundante y protagonista- y el Estado estaban organizados de otra manera y no se deben juzgar los siglos pasados con criterios actuales, porque eso confunde las mentes y no ayuda a la convivencia. Resumiendo mucho y dejando ulteriores precisiones a historiadores y juristas, podríamos decir que nuestra catedral, nuestras catedrales, pudieron levantarse gracias al sistema de impuestos gestionado por la Iglesia de aquellos siglos en forma de diezmos, que naturalmente pagaban los ciudadanos, o los súbditos, que lo de ciudadanos debe ser posterior y gracias a los mecenas, que siempre los ha habido y ahí están sus huellas, a poco que miremos o nos expliquen los entendidos.

Ahora el sistema es similar, solo que el Estado se ha afianzado que es una barbaridad y ya no es mi España lo que era. Ahora los impuestos los recauda el Estado, en tres ámbitos: Gobierno "central", Comunidades Autónomas y Municipios y una parte de esos impuestos, gestionados por las autoridades legítimamente elegidas, se puede destinar al mantenimiento del Patrimonio, con los controles legales necesarios. Pero la otra parte corre a cargo de los mecenas, solo que el mecenazgo se ha democratizado, aunque sigue habiendo personas particulares que hacen cuantiosas donaciones y empresas y corporaciones que destinan grandes sumas al mantenimiento y restauración del Patrimonio, a cambio de una placa con su nombre y una reducción en los impuestos que deberían abonar al fisco. Decía que el mecenazgo se ha democratizado, pues eso es lo que ocurre justamente con la aportación que hacemos los ciudadanos cuando ejercemos de turistas pagando nuestra entrada. Los turistas somos los mecenas anónimos del siglo XX y XXI. No saldremos en ninguna placa, pero habremos colaborado como el que más al mantenimiento del Patrimonio.

Algunos grupos de ciudadanos se quejan de tener que pagar las entradas turísticas porque piensan que para eso ya pagamos impuestos al Estado en los tres ámbitos citados. Tal vez tengan razón, pero creo que no son realistas, pues ni el Estado puede con todo, ni es bueno que los ciudadanos y las instituciones intermedias de la sociedad, la Iglesia entre ellas, renunciemos al protagonismo que nos corresponde. Esta es una de las características del sistema democrático que nos hemos dado en nuestra Constitución, ya cuarentona: la necesidad de un diálogo permanente y de que asumamos cada uno nuestras responsabilidades, conforme al principio de subsidiariedad.

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