Uff...

Hace seis años y medio andábamos Macu, Fede y yo por la calle Sarmiento de Buenos Aires buscando un lugar tranquilo para concentrarnos un rato en un asunto de importancia. Encontramos un restaurante tucumano, con viejos carteles de la gran Mercedes Sosa en la subida a la parte superior. Allí empezamos a improvisar un escrito formal que no olvidaremos nunca porque supuso meternos en una larga aventura, que entonces parecía improvisada y lejana.

Hacía unas pocas horas unos buenos amigos de países diversos -en especial nuestro protector venezolano- nos habían hecho llegar una noticia valiosa. Se iban a definir esa misma tarde las sedes de los encuentros internacionales de los siguientes años. No era, como nos habíamos figurado en un principio, que sólo se determinara el lugar de la siguiente celebración. Se pretendía dejar ya fijadas varias Jornadas Iberoamericanas, por lo menos hasta 2018.

Se trataba pues de aprovechar el tren que en ese momento estaba pasando, o perder la oportunidad histórica que teníamos delante. De hecho teníamos honorables competidores, que retiraron su candidatura cuando oyeron que el escueto grupo de profesores de Salamanca había presentado un documento, con membretes y firma, por el que se comprometían a integrar las Jornadas Iberoamericanas de Derecho Procesal de 2018 en las celebraciones de nuestro octavo centenario.

Algún tiempo después, en un tribunal encargado de enjuiciar una Tesis Doctoral en una excelente Universidad de mi segunda patria, tuve la fortuna de encontrarme una vez más con un admirado amigo, entonces Presidente del Instituto Iberoamericano, que me propuso, ya que íbamos a organizar un encuentro científico de elevado empaque, aprovechar para implicar en él también a la otra gran organización internacional de procesalistas: la Asociación Internacional de Derecho Procesal. Con la inocencia del neófito, el que suscribe pensó que metidos ya en faena, lo mismo era organizar unas Jornadas Iberomericanas, que una nueva conferencia internacional que integrara a ambas instituciones. Total, faltaba tanto tiempo?

Llegó 2018, más deprisa de lo que había parecido, y el grupo Iudicium de nuestra Universidad mostró su compromiso total en que salieran las cosas lo mejor posible. Y así parece que salieron, a decir de muchos colegas que conseguimos reunir, y de otros que no pudieron asistir, pero que se interesaron por este evento único en nuestra historia. Lo pudimos vivir de primera mano, pero sólo es un ejemplo de tantas actividades que han pretendido prestigiar dignamente la singular celebración de este año en nuestro viejo Estudio.

A finales de enero pasado me encontré por las escaleras del Rectorado con una ilustre persona de nuestra Universidad y le saludé con el afecto que todo el mundo con justicia le tributa: "¿Qué tal, Jero?". Nuestro jefe de protocolo hizo ver en su respuesta el elevado compromiso con la institución y con el octavo centenario: "¡Ya ha pasado un mes! ¡Ahora sólo nos quedan once!". Once en los que ha seguido demostrando su profesionalidad, amabilidad y bonhomía. En él se personifican las virtudes de la Universidad de Salamanca en este 2018.

Y, casualidades del destino, hoy mismo toca cerrar el famoso año que tanto estuvimos esperando, que tan pronto llegó y que nos ha tenido en un activo vilo durante sus doce meses. No pretendo hacer balance alguno, aunque sea fecha propicia para ello. Prefiero pensar en mañana: el primer día de 2019 en el que seguiremos trabajando para seguir aportando granitos de arena y empiece así el tiempo de descuento para que otros valientes tengan en su día argumentos suficientes como para estar orgullosos de celebrar el centenario siguiente.